jueves, 17 de mayo de 2007

La opinión unánime

En el VI Encuentro Hemisférico de La Habana, cuando se discutió el tema de la producción de biocombustibles a partir de alimentos, que son cada vez más caros, la inmensa mayoría se opuso con indignación. Pero era indiscutible que algunas personalidades de prestigio, autoridad y buena fe habían sido ganadas por la idea de que la biomasa del planeta alcanzaba para ambas cosas en un tiempo relativamente breve, sin pensar en la urgencia de producir los alimentos que, ya escasos de por sí, servirían de materia prima para el etanol y el agrodiésel.

Cuando, en cambio, se abrió a debate el tema de los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, participaron varias decenas de personas, y todas condenaron unánimemente tanto las formas bilaterales como multilaterales de tales acuerdos con la potencia imperial.

Tomando en cuenta la necesidad de espacio, vuelvo a utilizar el método de la síntesis para exponer tres intervenciones elocuentes de personalidades latinoamericanas que expresaron conceptos de enorme interés y lo hicieron con gran claridad y peculiaridad. Se respetan, como en todas las síntesis de las Reflexiones anteriores, las formas exactas de exposición de los autores.

Alberto Arroyo (México, Red mexicana de Acción contra el Libre Comercio).

Yo quisiera compartir con ustedes los nuevos planes del imperio y tratar de alertar al resto del continente de algo nuevo que está surgiendo o que está avanzando como una nueva estrategia a una nueva etapa de la ofensiva de Estados Unidos. El NAFTA o el TLC de América del Norte fue simplemente el primer paso de algo que quiere para todo el continente.

El nuevo intento parece no tomar en cuenta la derrota que ha significado el no poder lograr el ALCA, el que, incluso, en su Plan "B" reconoce que no puede sacar lo que él llama el ALCA integral simultáneamente con todos los países del continente; va a intentar ir, por pedazos, negociando bilateralmente Acuerdos de Libre Comercio.

Con Centroamérica logró firmarlo, pero Costa Rica no lo ha ratificado. En el caso de la zona andina, no logra ni siquiera sentar a la mesa al conjunto de los países, sino solo a dos, y con esos dos no ha podido terminar las negociaciones.

¿Qué es lo nuevo del ASPAN (Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte)? Tres cosas que me parecen fundamentales:

Primera: Fortalecer los esquemas militares y de seguridad para enfrentar la resistencia de los pueblos es precisamente su reacción ante el triunfo del movimiento que le detiene sus planes.
No es solamente ubicar bases militares en las zonas de peligro o en las zonas con altos recursos naturales estratégicos, sino tratar de crear una coordinación estrecha, con planes concertados con los países, para mejorar los esquemas de seguridad que son una forma de enfrentar, como si fueran criminales, a los movimientos sociales.

Este es el primer aspecto novedoso.

Segundo elemento, que me parece también una novedad: los grandes actores de todo este esquema neoliberal siempre lo fueron directamente las transnacionales. Los gobiernos, particularmente el gobierno de Estados Unidos, eran los voceros, los que llevaban formalmente las negociaciones, pero realmente los intereses que estaban defendiendo eran directamente los de las corporaciones. Eran los grandes actores ocultos detrás de los TLC y detrás del proyecto del ALCA.

La novedad en el nuevo esquema del ASPAN es que estos actores salen de la oscuridad, pasan al primer plano y se invierte esta relación: los grupos empresariales directamente hablando entre sí, con presencia de los gobiernos, que luego van a tratar de traducir en políticas, en cambios de reglamentos, en cambios de leyes, etcétera, sus acuerdos. Ya no les bastó con privatizar las empresas públicas; están privatizando la política como tal.

Los empresarios nunca habían sido directamente los que definían la política económica.
El ASPAN comienza en una reunión, llamada, digamos, "Un encuentro para la prosperidad de América del Norte", que eran encuentros trinacionales de empresarios.

De los acuerdos operativos que están tomando en el ASPAN, uno es crear comités trinacionales, de lo que ellos llaman "los capitanes de la industria", por sectores, para que definan un plan estratégico de desarrollo del sector en la región de América del Norte. Es decir, la Ford se multiplica o se divide entre tres: la Ford directamente corporativa en Estados Unidos, subgerente de la Ford en México, subgerente de la Ford en Canadá, y deciden cuál es la estrategia para el sector automotriz en América del Norte. Es la corporación Ford hablando con un espejo, con sus empleados, con los directores de las automotrices en Canadá y en México, para acordar el plan estratégico que les presentan a los gobiernos para que lo traduzcan y lo implementen en políticas económicas concretas.

Hay un esquema de incorporar el aspecto de seguridad; segundo punto, privatizar directamente las negociaciones; y el tercer aspecto novedoso de este esquema es quizás, para recordar una frase de nuestros abuelos clásicos, aquella frase de Engels en que planteaba que cuando con los mecanismos de la democracia formal el pueblo puede estar a punto de tomar el poder, como el cero en el termómetro o el 100, cambian las reglas del juego: el agua, o se congela o entra en ebullición, y a pesar de estar hablando de las democracias burguesas, los primeros que van a romper con las reglas son ellos.

Los Tratados de Libre Comercio tienen que pasar por los congresos, y el hecho es que cada vez tienen más dificultades para ser ratificados por los congresos, incluido el Congreso del imperio, el Congreso de Estados Unidos.

Están hablando de que esto no es un tratado internacional, por tanto, no tiene que pasar por los congresos. Como sí tocan temas que trastocan el marco legal en nuestros países, van a ir presentando pedacitos; deciden una modificación a una legislación en un momento, en otro momento a otra; se implementan decretos del ejecutivo, cambios de normas operativas, normas de funcionamiento, estándares, nunca el paquete entero.

Los Tratados de Libre Comercio, a pesar de que se negociaron a espaldas de nosotros y a espaldas en general de todos los pueblos, tarde o temprano se traducen en un texto escrito que va a los congresos y sabemos qué pactaron. Pretenden que nunca sepamos qué pactaron, no vamos a ir viendo más que pedacitos de la estrategia, porque nunca se va a traducir en un texto integrado.

Voy a terminar con una anécdota, para que nos demos cuenta, en el aspecto de seguridad, a qué grado de sofisticación han llegado los acuerdos y los mecanismos operativos de integración de los aparatos de seguridad.

Hace un tiempo sale un avión de Toronto hacia México con turistas que van a Puerto Vallarta de vacaciones. Cuando estaba el avión en la pista, revisando un poco más minuciosamente la lista de pasajeros, descubren que está alguien de la lista de terroristas de Bush.

Apenas entra el avión al espacio aéreo norteamericano -que de Toronto al espacio aéreo norteamericano no tiene más que pasar los Grandes Lagos, no es más, y en un jet esto es unos cuantos minutos―, y ya estaban dos F-16 al lado del avión. Lo sacan del espacio aéreo norteamericano, escoltan el avión hasta territorio mexicano, lo hacen aterrizar en la parte militar del aeropuerto y apresan al señor este, y a su familia la regresan.

Ustedes imaginen la sensación de los pobres 200 turistas que estaban allí, ver al lado del avión a dos F-16 armados que lo sacan de ruta.

Luego resulta que no era el terrorista que ellos esperaban, y le dicen: "Usted perdone, puede seguir de vacaciones, y llame a su familia para que venga a acompañarlo."

JORGE CORONADO (Costa Rica, Alianza Social Continental)

La lucha contra el libre comercio en la región tiene diversos aspectos. Uno de los proyectos más avasalladores que se han planteado de infraestructura, de apropiación de nuestra biodiversidad, es el Plan Puebla-Panamá, una estrategia que no es solo de apropiación de nuestros recursos, sino parte de una estrategia militar del imperio que va desde el sur de México hasta Colombia, pasando por Centroamérica.

En la lucha contra las represas hidroeléctricas, que desplaza y violenta los territorios indígenas y campesinos, hemos tenido casos en los que, a punta de represión militar, han desplazado diversas comunidades indígenas y campesinas de la región.

Tenemos el componente de la lucha contra la minería. Transnacionales canadienses, europeas, estadounidenses han seguido esta estrategia de apropiación.

Hemos venido enfrentando la privatización de los servicios públicos: energía eléctrica, agua, telecomunicaciones; la lucha en el sector campesino por la defensa de las semillas, contra el patentamiento de seres vivos y contra la pérdida de la soberanía frente a los transgénicos.

Hemos venido luchando contra la flexibilidad laboral, uno de los ejes orientados al sector y, obviamente, contra todo el desmantelamiento de nuestra pequeña producción campesina.

También, la lucha contra el tema de la propiedad intelectual, que priva a nuestra seguridad del uso de medicinas genéricas, que son el principal eje de distribución que tienen nuestros institutos de seguridad social en la región.

Un factor central en esta lucha contra el libre comercio ha sido contra los Tratados de Libre Comercio y, particularmente, contra los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, aprobados en Guatemala, en Honduras, El Salvador y Nicaragua a sangre y fuego. Y eso no es una frase retórica.

En Guatemala, compañeros luchadores han caído asesinados enfrentándose a la aprobación del mismo. Esa lucha nos ha permitido garantizar un eje articulador y movilizador de la más vasta unidad del movimiento popular en la región.

En el caso del Parlamento hondureño, los diputados se fueron del Parlamento, rompiendo el marco mínimo de la legalidad institucional.

Hemos dicho, dentro del seno del movimiento popular, que no significa una derrota. Hemos perdido una batalla, pero esto ha permitido un salto cualitativo en organización, en unidad y en experiencia de lucha contra el libre comercio.

El Movimiento Social Popular y el pueblo de Costa Rica, que han impedido hasta el día de hoy la aprobación del TLC en Costa Rica, forjando una unidad con diversos sectores académicos, políticos y hasta empresariales, para crear un gran frente nacional de lucha diverso y heterogéneo, hasta hoy han logrado parar al gobierno costarricense, a la derecha neoliberal, que no ha podido aprobar el TLC. Hoy se está planteando la posibilidad de que el tema del TLC en Costa Rica se defina en un referendo.

Estamos a las puertas de una jornada fundamental en Costa Rica en términos de poder impedir el avance de la agenda neoliberal; una derrota de este tratado significaría, simbólicamente, seguir sumando victorias, como ha sido estancar y detener el ALCA.

Hoy requerimos de la solidaridad del movimiento popular, hoy les solicitamos a las organizaciones sociales y populares que lleguen a Costa Rica como observadores internacionales. La derecha se prepara para estimular, si es posible, un fraude que le garantice ganar una pelea que la tiene perdida, y el tener observadores internacionales desde el movimiento popular, va a ser un aporte importante de solidaridad activa y militante con nuestra lucha.

Hoy, después de un año, en ningún país de Centroamérica el TLC ha traído ni más empleo, ni más inversión, ni mejores condiciones de la balanza comercial.
Hoy lanzamos la consigna, en toda la región, de reforma agraria, de soberanía y seguridad alimentaria, como un eje central para nuestros países eminentemente agrícolas.

Hoy quieren, ya no solo Estados Unidos, sino los europeos, apropiarse de una de las regiones más ricas en biodiversidad y más ricas en recursos naturales.

Hoy más que nunca el eje articulador de nuestros diversos movimientos en la región centroamericana es enfrentar al libre comercio en sus múltiples manifestaciones, y este encuentro ojalá ayude a darnos elementos de articulación, ejes de lucha, ejes de acción conjunta, que nos permitan en todo el hemisferio avanzar como una sola fuerza popular.
No cejaremos en nuestros esfuerzos de organización y de lucha hasta alcanzar un nuevo mundo.

JAIME ESTAY (Chile, coordinador de la Red de Estudios de Economía Mundial, REDEM, y actualmente profesor de la Universidad de Puebla en México)

Esta crisis tiene que ver, en definitiva, con un incumplimiento manifiesto de las promesas que acompañaron al conjunto de reformas que se empezaron a aplicar en América Latina desde los años ochenta.

Bajo la bandera del libre comercio se nos dijo que íbamos a lograr que nuestras economías crecieran, que íbamos a lograr disminuir los niveles de desigualdad dentro de nuestros países, las distancias entre nuestros países y el mundo avanzado, y, en definitiva, que íbamos a lograr los saltos hacia el desarrollo. En algunos países se llegó a hablar de los saltos hacia el Primer Mundo.

En lo que respecta a la nueva integración o a este regionalismo abierto que echó a andar hace ya más de 15 años, lo que se planteó era poner la integración latinoamericana, o aquello que hemos calificado como integración latinoamericana, al servicio de la apertura.

Se desarrolló todo un discurso en el sentido de que había que hacer una integración para abrir, una integración que ya no fuera la vieja integración proteccionista, sino una integración a través de la cual lográramos las mejores condiciones para insertarnos en esta economía global, en estos mercados que, supuestamente, al funcionar de manera libre, iban a arrojar los mejores resultados posibles para nuestros países.

Esa relación entre integración y apertura, esa idea de que el objetivo supremo de la integración tenía que ser la apertura de nuestros países, efectivamente se cumplió, efectivamente nuestros países se abrieron, y efectiva y desgraciadamente lo central de la integración latinoamericana consistió en ponerla al servicio de esa apertura.

Algunos funcionarios hablaron de lo que llamaban la "etapa pragmática de la integración". Avancemos como podamos, era un poco la consigna. Si lo que queremos es comerciar más, centrémonos en comerciar más; si lo que queremos es firmar una multitud de pequeños acuerdos entre países, acuerdos bilaterales o entre tres o cuatro países, avancemos por ese lado, y en algún momento a todo eso le podremos llamar integración latinoamericana.

El balance es claramente negativo. Creo que hay un reconocimiento, cada vez mayor en distintos niveles, de que lo que hemos llamado integración latinoamericana no es integración, es comercio; y no es latinoamericano, sino que más bien es una maraña de acuerdos firmados entre distintos países de la región, que de ninguna manera han dado lugar a un proceso que tenga un carácter efectivamente latinoamericano. La apertura, a cuyo servicio se supone que debíamos poner la integración, no ha arrojado ninguno de los resultados que se nos anunciaban en términos de crecimiento económico, de disminución de desigualdades y de logros del tan ansiado desarrollo que se decía que tenía que hacerse presente.

Lo que habría que destacar es que estamos asistiendo a un deterioro extremo de un estilo de integración que tenía muy claramente definido para qué, cómo y para quién se integraba.

En suma, de lo que estoy hablando es de una integración pensada desde los fundamentos del neoliberalismo, que ha fracasado, tanto en términos de sus propios objetivos como en términos de los objetivos que todos tenemos derecho a exigir y a esperar de un verdadero proceso de integración.

La nueva integración latinoamericana se apoyó fuertemente en las políticas y las propuestas que venían desde Washington. En buena medida, esas propuestas estadounidenses se han transformado en algo que termina comiéndose a su propia criatura. El solo hecho de firmar los Tratados de Libre Comercio pone en crisis tanto a la comunidad andina como también al Mercado Común Centroamericano.

Parte importante de la crisis de la actual integración latinoamericana tiene que ver con el avance del proyecto hemisférico estadounidense, no por la vía del ALCA, que logró ser frenado, sino por la vía de firmar distintos Tratados de Libre Comercio.

Se destaca más claramente en el actual panorama de la integración la aparición de alternativas. En muchos sentidos, el ALBA se sustenta en principios que son radicalmente distintos a los de esa integración que está en crisis.

Hay muchas funciones por definir y fronteras que delimitar: el significado que tienen conceptos tales como "libre comercio", "desarrollo nacional", "libertad de mercado", "seguridad y soberanía alimentaria", etcétera.

Lo que puede afirmarse es que estamos asistiendo, en el escenario hemisférico y latinoamericano, a una creciente insurgencia respecto al predominio del neoliberalismo.

Hasta aquí las opiniones expresadas por estas tres personalidades, que sintetizan las de los que participaron en el debate sobre los Tratados de Libre Comercio. Son puntos de vista muy sólidos a partir de una amarga realidad, que han enriquecido mis ideas.

Recomiendo a los lectores prestar atención a las complejidades de la actividad humana. Es la única forma de ver más lejos.

El espacio se agotó. No debo añadir hoy una palabra más.

Fidel Castro Ruz
Fuente: Telesurtv

lunes, 14 de mayo de 2007

Historia de Mujeres en la Lucha de la clase obrera Inessa Armand

Injustamente, Inessa Armand es más conocida por los historiadores como amante de Lenin que como dirigente bolchevique. Lo cierto es que también fue amiga y camarada de Nadhezda Krupskaia, la compañera de Lenin y, lejos de las intrigas pasionales que algunos chismosos de la historia hubieran preferido, ésta –conociendo el amor que había nacido entre su compañero y su amiga– les ofreció hacerse a un lado. Sin embargo, el respeto y el cariño que tanto Inessa como Lenin le profesaban hicieron que resignaran una posible relación amorosa y mantuvieran, hasta la temprana muerte de Inessa, una intensa colaboración política revolucionaria.

Lo que no destacan los historiadores es que, a pesar de su corta vida, Inessa Armand mostró ser una de las más destacadas dirigentes del proletariado internacional.

Inessa nació el 8 de mayo de 1874. A los 19 años, se casó con Alexander Armand y juntos abrieron una escuela para niños campesinos. Inessa organizó también un grupo de ayuda para las mujeres de sectores populares. Cuando las autoridades le prohibieron establecer una escuela dominical para trabajadoras, murió su ilusión en la posibilidad de reformas sociales. Entonces, se unió al Partido Socialdemócrata Ruso para luchar por la emancipación de la clase obrera.

Inessa distribuía propaganda ilegal y, luego de ser arrestada en 1907, se la sentenció a dos años de exilio en Siberia. Logró huir a París, donde encontró a Lenin y otros bolcheviques. En 1911, fue nombrada Secretaria del Comité de las Organizaciones Extranjeras establecido para coordinar a los grupos de bolcheviques del oeste europeo. También ayudó a Lenin a establecer una escuela partidaria de formación marxista en Longjumeau (Francia).

En julio de 1912, regresó a Rusia para organizar una campaña que les permitiera, a los bolcheviques, obtener diputados en la Duma. Dos meses más tarde fue encarcelada. Luego de su liberación fue a vivir con Lenin y Nadezdha Krupskaia.

En esa época inició su trabajo como editora del periódico Rabotnitsa (Mujer Trabajadora), una publicación del Partido Bolchevique destinada a las obreras. Ya para entonces resonaban los tambores de la Iº Guerra Mundial, ante la cual la mayoría de los socialdemócratas se transformaron en socialpatriotas, apoyando a sus burguesías nacionales en la conflagración bélica en la que murieron millones de trabajadores. Ante esta crisis de la socialdemocracia, Inessa distribuyó propaganda urgiendo a las tropas aliadas a volver sus armas contra su propia burguesía y dar inicio a la revolución socialista. Fue a Suiza, en marzo de 1915, para organizar la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas contra la guerra. Y fue parte también de la delegación bolchevique en las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal que reunieron a los socialistas internacionalistas.

Luego de la Revolución Rusa, en octubre de 1917, Inessa fue miembro del Comité Ejecutivo del Soviet de Moscú.

En el Congreso de Mujeres Obreras y Campesinas de 1918 dio un discurso sobre la necesidad de liberar a las mujeres de la esclavitud doméstica. "Bajo el capitalismo, la mujer obrera debe soportar el doble fardo de trabajar en la fábrica y luego realizar las tareas domésticas en el hogar. No solamente debe hornear y tejer para el patrón, sino que también debe lavar, limpiar y cocinar para su familia… Pero hoy es diferente. El sistema burgués está en vías de desaparición. Nos acercamos a la época de construcción del socialismo. Para reemplazar los millones y millones de pequeñas unidades económicas individuales, de cocinas rudimentarias, malsanas y mal equipadas y el incómodo lavado a colada, debemos crear estructuras colectivas ejemplares, de cocinas, comedores y lavanderías".

En febrero de 1919, integró la Misión de la Cruz Roja Rusa para repatriar a los prisioneros de guerra. A su regreso a Petrogrado, Inessa fue elegida para la dirección del Genotdel, el organismo de las mujeres del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Desde allí, apoyó la legislación a favor del aborto, combatió la prostitución, impulsó la protección social de madres e infantes y la participación política de obreras y campesinas.

En 1920, dirigió la Iº Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas, pero al poco tiempo contrajo cólera y murió a los 46 años.

Fuente: Rebelión


domingo, 6 de mayo de 2007

O que é pra que serve o Estado


"O governo do estado moderno não é mais que uma junta que administra os negócios comuns de toda a classe burguesa" (Manifesto Comunista, 1848)

Vimos que a dependência econômica dos trabalhadores é assegurada essencialmente graças à propriedade privada da classe dominante sobre os meios de produção. No entanto, a simples dependência econômica não é suficiente para a manutenção duradoura de um modo de produção baseado na exploração. Os trabalhadores assalariados e os explorados em geral continuam sendo a imensa maioria da população, enquanto os opressores constituem uma ínfima minoria. Para que os minoritários exploradores possam manter em obediência a maioria explorada é necessário um instrumento político eficaz. E este instrumento é o Estado.

A burguesia e seus ideólogos difundem largamente a concepção da neutralidade do Estado. Aprendemos na escola que o Estado se destina a salvaguardar o interesse geral da população, proteger o país, etc. Esforçam-se, assim, em fazer-nos crer que o Estado não tem nenhuma relação com a existência das classes sociais e com a luta que se trava entre elas. A concepção marxista do Estado vem sendo desenvolvida partindo exatamente da recusa da tese burguesa da neutralidade do aparelho do Estado. Lênin em "O Estado e a revolução" afirma: "O Estado, portanto, é produto e manifestação do fato das contradições de classe serem inconciliáveis. O Estado surge no momento e na medida em que, objetivamente, as contradições de classe não podem conciliar-se. E inversamente: a existência do Estado prova que as contradições de classe são inconciliáveis. (..) Segundo Marx, o Estado é um organismo de dominação de classe, um organismo de opressão de uma classe por outra; é a criação de uma "ordem" que legaliza e fortalece esta opressão ......

Em "Acerca do Estado", Lenin enfatiza: "O Estado é uma máquina para manter o domínio de uma classe sobre outra. Quando na sociedade não havia classes, quando os homens, antes da época da escravidão, trabalhavam em condições primitivas de maior igualdade, em condições de mais baixa produtividade do trabalho, quando o homem primitivo pôde conseguir com dificuldade os meios indispensáveis para a existência mais tosca e primitiva, então não surgiu, nem podia surgir, um grupo especial de pessoas diferenciadas especializadas em governar e que dominassem o resto da sociedade. "

Dessas passagens podemos extrair algumas idéias essenciais: o Estado é o resultado do surgimento e desenvolvimento de classes antagônicas, é um organismo de dominação, de opressão de uma classe sobre outra; é a "criação de uma ordem que legaliza e fortalece esta opressão" (Lenin). Para que isto seja possível, o Estado reserva a uma pequena minoria certas funções que primitivamente eram exercidas por toda a sociedade; a mais importante delas é o uso de armas, e da força em geral. Pegar em armas torna-se prerrogativa de instituições como o Exército e a polícia. Outra função chave é o exercício da justiça, que passa a pertencer a juizes e a outros "especialistas". Nas sociedades primitivas cabia sempre à assembléias coletivas.

A classe dominante - hoje a burguesia - controla o aparelho do Estado - Forças Armadas, administração, aparelho judiciário e todos os aparelhos ideológicos - fundamentalmente através de seu poder econômico. A classe que domina o sistema de produção (que detém os meios de produção e de troca) controla também todo o aparelho de Estado. Desta forma, o Estado é sempre uma ditadura de classe, responsável por manter a ordem estabelecida.

Embora seja um aparelho de coerção violenta, o Estado também reforça e garante a estabilidade da classe dominante através de instituições que reproduzem sua ideologia, como a escola, os meios de comunicação, a Igreja ... A aceitação da exploração como natural e eterna, a aceitação passiva da divisão em classes, são idéias ostensivamente difundidas pelos aparelhos ideológicos do Estado."

(Iniciação ao Marxismo - Cadernos do Marxismo Revolucionário, escrito por Francisco Cavalcante)

Socialismo hoje: alguns pontos para debate


Publicado na Revista Marxismo Vivo

Ricardo Antunes
Professor Titular de Sociologia do Trabalho na Universidade de Campinas

Neste artigo, gostaria de indicar, de modo bastante breve, alguns pontos que me parecem de extrema relevância no mundo contemporâneo, quando se pensa na atualidade e contemporaneidade do socialismo. Dada a impossibilidade de tratá-los de modo mais detalhado, no âmbito deste pequeno texto, vou procurar tão-somente indicá-los sob a forma de notas.

No limiar do século XXI, em pleno curso da Guerra dos Delinqüentes que assolou o mundo depois do episódio de 11 de Setembro, com a retaliação desencadeada pelo Grande Império sobre os seus supostos inimigos (cujas conseqüências e desdobramentos são completamente imprevisíveis), a busca de um novo projeto socialista encontra-se na ordem do dia.

Hoje estamos em condições de fazer um balanço mais conclusivo da experiência vivida no século XX: derrotadas as suas mais importantes experiências, com a URSS à frente, é possível constatar que estes projetos não foram capazes de derrotar o sistema de metabolismo social do capital. Esse sistema, constituído pelo tripé capital, trabalho e Estado, não pode ser superado sem a eliminação do conjunto dos elementos que compreende este sistema. Como diz István Mészáros, em Beyond Capital (Merlin Press, Londres, 1995), não basta eliminar um ou mesmo dois de seus pólos. O desafio é superar o tripé, nele incluída a divisão social hierárquica do trabalho que subordina o trabalho ao capital. Por não ter avançado nesta direção, os países pós-capitalistas, com a URSS à frente, foram incapazes de romper a lógica do capital. Fenômeno assemelhado ocorre hoje com a China, que oscila entre uma abertura para o mercado mundial e o controle político rígido sobre o curso e as conseqüências desta política. Penso que a reflexão deste ponto é um primeiro e decisivo desafio.


Vamos para um segundo ponto: a experiência do “socialismo num só país” ou mesmo num conjunto limitado de países é um empreendimento também fadado à derrota. Como disse Marx, o socialismo é um processo histórico-mundial; as revoluções políticas podem inicialmente assumir uma conformação nacional, mais limitada e parcial. Mas as revoluções sociais têm um intrínseco significado universalizante. Na fase do capital mundializado, conforme caracterização de Chesnais (A Mundialização do Capital, Xamã, 1996), de um sistema global do capital desigualmente combinado, o socialismo somente poderá ser concebido enquanto um empreendimento global/universal.


Nesse contexto, as possibilidades de revolução política na América Latina devem ser pensadas como parte de uma processualidade que não se esgota em seu espaço nacional. Como vimos ao longo do século XX, a tese do “socialismo num só país” teve um resultado trágico. Repeti-la seria correr o risco da farsa. O desafio maior, portanto, é buscar a ruptura com a lógica do capital em escala mundial. Países como Brasil, México e Argentina podem ter papel de relevo neste cenário, visto que se constituem em pólos importantes da estruturação mundial do capital. São dotados de significativo parque produtivo e sua importância estratégica lhes confere grandes possibilidades, uma vez que estão muito diretamente vinculados ao centro do capital. Junto com a Índia, Rússia, Coréia, China, entre outros que não estão diretamente no centro do sistema capitalista, constituem uma gama de forças sociais do trabalho, capazes de impulsionar um projeto que tenha como horizonte uma organização societal socialista de novo tipo, renovada e radical.


Nesta quadra da história, o desenvolvimento de movimentos sociais de esquerda, capazes de enfrentar alguns dos mais agudos desafios deste final de século, mostra-se como bastante promissor. Desde o movimento social e político dos Zapatistas, no México, passando pelo advento do Movimento dos Trabalhadores Sem-Terra (MST) no Brasil, pela retomada das lutas operárias e sindicais na América Latina dos anos 90, pelas explosões sociais dos trabalhadores desempregados, pelas batalhas de Seattle, Nice, Praga, Gênova, pelos encontros do Fórum Social Mundial, dentre tantas outras ações e batalhas que estão no horizonte imediato, e entre tantos outros movimentos de esquerda que emergem no mundo contemporâneo, mais episódicos ou mais abrangentes, ampliam-se os exemplos de novas formas de organização dos trabalhadores e dos precarizados, dos “novos proletários do mundo” que se rebelam contra o sentido destrutivo do capital e sua forma mundializada.


Cada vez mais assumem a forma de movimentos contra a completa mercantilização do mundo, contra a totalizante (e totalitária) “mercadorização” de tudo que se produz. Deverão perseguir de modo cada vez mais persistente o capital em sua própria materialidade. Como também indicou Mészáros, o capital tem um sistema de metabolismo social essencialmente extra-parlamentar. Desse modo, qualquer tentativa de superar este sistema de metabolismo social que se atenha à esfera institucional e parlamentar, estará impossibilitada de derrotá-lo. O maior mérito destes novos movimentos sociais de esquerda aflora na centralidade que conferem às lutas sociais. O desafio maior do mundo do trabalho e dos movimentos sociais de esquerda é criar e inventar novas formas de atuação autônomas, capazes de articular e dar centralidade às ações de classe. O fim da separação, introduzida pelo capital, entre ação econômica, realizada pelos sindicatos, e ação político-parlamentar, realizada pelos partidos, é absolutamente imperiosa. A luta contra o domínio do capital deve articular luta social e luta política num complexo indissociável.


O mundo do trabalho tem cada vez mais uma conformação mundializada. Com a expansão do capital em escala global e a nova forma assumida pela divisão internacional do trabalho, as respostas do movimento dos trabalhadores assumem cada vez mais um sentido universalizante. Cada vez mais as lutas de recorte nacional devem estar articuladas a uma luta de amplitude internacional. A transnacionalização do capital e do seu sistema produtivo obriga ainda mais a classe trabalhadora a pensar nas formas internacionais da sua ação, solidariedade e de confrontação. À mundialização dos capitais corresponde cada vez mais e de modo intransferível uma mundialização das lutas sociais.


A classe trabalhadora no mundo contemporâneo é mais complexa e heterogênea do que aquela existente durante o período de expansão do fordismo, como pude desenvolver em Adeus ao Trabalho? (ed. Cortez/Ed.Unicamp, 1995) e Os Sentidos do Trabalho (Ed. Boitempo, 1999). O resgate do que Alain Bihr chamou de sentido de pertencimento de classe, contra as inúmeras fraturas, objetivas e subjetivas impostas pelo capital, é um dos seus desafios mais prementes (Bihr, Da Grande Noite à Alternativa, Ed. Boitempo, 1998).


Impedir que os trabalhadores precarizados fiquem à margem das formas de organização social e política de classe é desafio imperioso no mundo contemporâneo. O entendimento das complexas conexões entre classe e gênero, entre trabalhadores “estáveis” e trabalhadores precarizados, entre trabalhadores nacionais e trabalhadores imigrantes, entre trabalhadores qualificados e trabalhadores sem qualificação, entre trabalhadores jovens e velhos, entre trabalhadores incluídos e entre os excluídos, enfim, entre tantas fraturas que o capital impõe sobre a classe trabalhadora, torna-se fundamental, tanto para o movimento dos trabalhadores e das trabalhadoras, como para a reflexão da esquerda anticapitalista. O resgate do sentido de pertencimento de classe (o que implica em entender as novas conformações da classe trabalhadora hoje) é questão crucial nesta viragem de século.

Crítica del Capitalismo (I)

En mi juventud universitaria hube de padecer la docencia intoxicadora de aquellos que ya trataban a Marx como un "perro muerto". Antes, también ocurría que al propio Hegel, aun necesitado de ser puesto del revés en pro del Materialismo, lo trataban muchos académicos de Europa como tal perro muerto. Eso lo hacían unos mediocres que no llegarían nunca a la suela de sus zapatos, y contra éstos se levantó Marx, defendiendo a Hegel, este maestro suyo que, idealista y reaccionario, fue no obstante un cimiento de la ciencia ideológica de la revolución con su Filosofía Dialéctica. Hoy en día, algunos filósofos se las quieren dar de "originales", planteando incluso un "materialismo" que, si renuncia al marxismo, no tiene más remedio que degenerar en positivismo y naturalismo, "ismos" por lo demás, de cariz reaccionario. Desconfiemos de las marcas de fábrica pretendidamente originales, y más aún de quienes pretenden usurpar el rótulo de "Materialismo Filosófico" enmendando la plana a Marx, Engels, Lenin. Aún estamos a la sombra de estos tres hombres.

Con este cimiento hegeliano se pudo escribir El Capital. Por muchas que sean las críticas y readaptaciones que se puedan hacer al fundador del Materialismo Histórico y Dialéctico, no me caben dudas acerca de la vigencia de Marx a la hora de analizar dialécticamente nuestra sociedad, el Capitalismo. De hecho, en El Capital nos encontramos los fundamentos de crítica revolucionaria de una sociedad que, si bien económicamente ya no es exactamente la que su autor analizó en la Inglaterra de mediados-finales del siglo XIX, si es un desarrollo canceroso de ella, un "agravamiento" potenciado y globalizado de la misma enfermedad detectada en aquellos tiempos. En otros escritos he designado esta nueva fase actual con el nombre de Fascismo Global. Esto es: el Capitalismo mundial, el mercado convertido en un mundo y el mundo forzado a vivir reducido a ser un mero Mercado, un engendro que no puede seguir existiendo sin desnaturalizar todo cuanto encuentre a su paso, a saber, personas, ecosistemas, relaciones sociales. Al partir de una premisa que engendra metástasis cancerosa en la sociedad, tal sistema económico de producción no puede continuar más adelante sin valerse de los sistemas imperial-fascistas más globales en extensión, potencia, y con un cariz ineludible. El mal comenzó al reducirse el mundo a un mundo de mercancías, y con ello la propia conversión del hombre y su trabajo en cosa, en mercancía. Nota: cito páginas de K. Marx, El Capital a partir de la edición del Fondo de Cultura Económica, México, 2000, tomo I.

A) EL ANÁLISIS DIALÉCTICO DE UNA FORMACIÓN SOCIAL.

El estudio científico de la Mercancía es más difícil de comprender que otras categorías concretas de la economía política. Es más fácil estudiar el organismo desarrollado que la simple célula (Prólogo a la 1ª Edición de El Capital, de Karl Marx,). Sólo disponemos de la capacidad de abstracción, que disocia en la mente lo que no es separable física ni químicamente. Estos elementos abstractos analizados son: la forma de mercancía y la forma de valor. El método que el crítico de la economía política precisa descubrir en el seno de la sociedad burguesa para dar con su ley fundamental es un método analítico-dialéctico. Mediante el análisis se disocian los elementos imprescindibles para el funcionamiento dinámico del sistema capitalista. Cada uno de ellos es una suerte de célula funcional que explica el todo social (bajo el aspecto de su modo de producción). Es análisis abstracto porque estos elementos son unidades formales que no pueden darse al margen de un contexto material sin el cual no se darían causalmente esos elementos. La dialéctica entra en juego desde el momento en que han de tomarse juntos esos términos en su interacción recíproca, la cual da lugar a negaciones, contradicciones y momentos superadores que dan cuenta de la trayectoria histórica del sistema mismo, que no es mecánico (vale decir, estático en cuanto a la fundación de sus reglas) sino errático a largo plazo y autolegislado.

B) FONDO HISTÓRICO-ANTROPOLÓGICO DE LA EMERGENCIA DE LA MERCANCÍA. APARICIÓN DE LA SOCIEDAD CAMBIARIA. LA APARICIÓN DEL VALOR DE CAMBIO Y DEL REDUCCIONISMO CUANTITATIVO.

El fondo, acaso neolítico, que es la gran precondición histórico-antropológica de la emergencia del capitalismo, estriba en el auge del valor de cambio, concepto que de por sí constituye un logro del cerebro humano pero logro intelectual dable únicamente tras repetidas prácticas y ceremonias consuetudinarias. Como tipo de función, esta aplicación de un valor de cambio presupone

a) la heterogeneidad cualitativa de mercancías que, en distintas manos (inicialmente ex hypothesi en distintos grupos diferenciales) se complementarían, satisfaciendo necesidades sociales biunívocamente.

b) La abstracción de tipo reductor. Los grupos sociales, tomados de dos en dos saben reducir pares de clases de mercancías a una tercera substancia abstracta: el valor de cambio, que en un principio no es una tercera mercancía sino más bien una cuantificación de la mercancía A y de la mercancía B, tal que se puedan establecer las equivalencias en forma de relación. Tantas unidades x de A en relación tantas y de B. xA yB

El cuantitativismo que, sobre un fondo neolítico de intercambios se exacerba en los albores de la civilización humana es uno de los más prodigiosos cambios cognitivos, requisito necesario pero del todo insuficiente para el advenimiento del modo de producción capitalista. La nueva bilateralidad de los intercambios económicos, tanto x de A por tanto y de B, esconde el término medio que realmente permite el desplazamiento de las mercancías de unas manos a otras, la satisfacción biunívoca de necesidades y la operación reparadora de valor que obliga modificar el cuanto (x e y) en los distintos intercambios. La mente opone unas mercancías a otras, las reconoce como miembros de clases cualitativamente distintas y tras esa distinción las compara de acuerdo con la única categoría disponible una vez excluidos en la abstracción los universos cualitativos que separan a una de la otra: la cantidad. Nada hay en los interiores de una mercancía A y de otra B que permita comparaciones de valor (de cambio) ni asigne a esas comparaciones pares de números concretos, tantas x de A por tantas y de B. La esencia íntima de A y B, de existir cosa semejante, consiste en mudar con respecto a la asignación numérica de la x y de la y (de las cantidades). No puede ser el valor de uso de A y B. El valor de uso, y Marx se encarga de mostrárnoslo, viene a ser un concepto inmensurable, imposible de cuantificar. Es relativo respecto a la cultura y a la época. Es ambiguo en cuanto a los distintos miembros o sujetos estimadores dentro de una misma sociedad y con él resulta imposible dar un paso en la ciencia económica. Marx se aleja del esencialismo o del naturalismo de una manera absolutamente definitiva, como no se había visto antes en la filosofía. Ni en A ni en B se pueden ver esencias que permitan entender la funcionalidad de las mercancías como categorías. Ni tampoco cabe divisar en ellas una escala pre-dineraria de valoración social de las cosas. Es en el proceso causal de la producción de las mercancías donde debemos mirar: el trabajo humano abstracto, distinto para A, B, y C es la fuente categorial de las cantidades (variables) x,y,z que se requieren en cada intercambio: "Aquel algo común que toma cuerpo en la relación de cambio o valor de cambio de la mercancía es, por tanto, su valor" (p. 6)

El trabajo es el tercer término base para la reducción que establece Marx de la heterogeneidad cualitativa. Las mercancías al enfrentarse entre sí por parejas y al someterse a una lógica del intercambio cobran toda su vida del espíritu que las anima: el trabajo humano abstracto, medido ya en horas. Ese trabajo humano abstracto posee su homogeneidad, la que ciertamente falta en el universo de las mercancías, por la propia medición del tiempo que, en la ciencia física moderna es considerado una substancia homogénea. Lo es, porque una hora de trabajo es igual a cualquiera otra. Y se debería decir más: normativamente han de ser tratadas las unidades temporales como homogéneas en sentido estricto, haciendo abstracción de fenómenos como la fatiga, la estación del año, del turno, etc. El trabajo humano abstracto se torna homogéneo porque la ciencia modera hace homogéneo el curso mismo del tiempo, con independencia de todas las alegaciones metafísicas que se puedan dar al respecto, dado que esos intervalos no son más que nuestras mediciones, a saber, operaciones normativas que excluyen toda subjetividad y toda variación cualitativa del proceso humano de trabajo. La normatividad toma como punto de referencia absoluto la existencia de un reloj oficial, al que se ajustará toda fábrica o taller. Asimismo, la diversidad cualitativa del trabajo es reducida, acaso brutalmente, a la medida en horas que requiere el producto como producto social, como promedio al nivel técnico disponible en una formación social.

1. La capacidad productiva del trabajo depende (p. 7):

1. De la destreza del obrero. 2. Del nivel de progreso de la ciencia y de sus aplicaciones. 3. Del volumen y eficacia de los medios de producción. 4. De las condiciones naturales.

La mercancía existe enteramente ligada al proceso de cambio. Sólo en tal proceso el valor con que se puede enfrentar A con B se puede expresar en tiempo de trabajo abstracto y socialmente necesario para producirla. Si no entra en un proceso de cambio, un artículo contiene ese valor potencial pero no expresado de forma real, en forma cambiaria, sino sólo como consumo (productivo) de energías (físicas, y de entre ellas, las musculares y nerviosas de los obreros), materias primas (de entre ellas, el alimento de los obreros quemado en su jornada), medios de producción, etc. Además de existir bajo ese aspecto fagocitador de energías y recursos, que es el consumo productivo, un artículo también existe como valor de uso, y antes de su producción, no era sino una constelación de valores de uso posibilitadores de su producción. El artículo, ciertamente "vale" para alguien, le es útil en algún aspecto de la vida a algún sujeto. Si se ha producido para lanzarlo al círculo de procesos cambiarios que su expresión acabada suponga un valor de uso para alguien es pre-requisito fundamental de todo comercio. Los valores de cambio son previamente valores de uso para poder equipararse. Estos valores de uso nunca concurren directamente en los intercambios. Poseen un carácter ligado a los sujetos y las condiciones de su producción y consumo. Su utilidad es por completo independiente (desde el punto de vista lógico) del trabajo requerido para su ulterior disfrute. Hay muchos valores de uso "gratuitos", dados por la Madre Naturaleza, o producidos directamente por sus consumidores. Sólo en cuanto resultan de un trabajo humano abstracto y enfrentados a otros valores que contienen un cuanto de ese trabajo podemos hablar de valores de cambio.

El valor de cambio requiere que los valores de uso encierren una utilidad para otro, que socialmente los requiera, y los logren por medio de un acto de cambio. Si no se da éste, no hay valor de cambio. En este acto de intercambio de mercancías de distinta clase –A y B- se están intercambiando (equiparando) en realidad, y a un nivel más profundo, los distintos trabajos humanos empleados diferentemente para producir A y producir B. Se debe comprender bien que el germen de nuestro capitalismo, es decir, el haber entrado la historia humana en el curso de la sociedad cambiaria, representa el definitivo triunfo de una lógica de la cuantificación diferenciada de los valores en función del trabajo socialmente requerido para producirlos. Todos los trabajos humanos, dado un mínimum de desarrollo de lo social, no pueden ser considerados iguales en virtud del desigual desarrollo técnico y grado de esfuerzo humano requerido en estas o aquellas operaciones. Y también debe entenderse que por razón de la desigual situación geofísica de cada sociedad, así como su organización social interna, etc., se conforma el complejo que permite precisamente explicar la equiparación cuantitativa de mercancías heterogéneas tanto en su naturaleza física como en su producción social.

Es verdad de Perogrullo que si todas las mercancías valieran igual, no habría intercambio ¿Y con qué medir la desigualdad? Contrapesando las cantidades x e y requeridas para A o B. Quizá fuera en ese momento neolítico donde hiciera su aparición primera el valor de cambio con sus categorías ligadas (trabajo social, producción, mercado, etc.). Los agentes del mercado albergan una especie de lógica compensadora, de justicia retributiva: "por tanta cantidad de esto, mucho más de esto otro".

El análisis que hace Marx de la mercancía es enteramente deudor del hilemorfismo aristotélico, desdoblando como hace todo el proceso y objeto en dos planos o principios: la materia y la forma. Esto rige especialmente en el caso de la categoría trabajo ( p.10). Al proceder de esta manera, Marx supera todo género de prejuicios "modernos" en torno a la relación diádica sujeto-objeto, que traspasada a la Economía Política supondría que el productor fuera visto como sustancia modificante de un objeto igualmente sustancial. La relación no es de tipo subjetivo. Las relaciones que se dan por el trabajo suponen que tanto los objetos a transformar, como los trabajadores son sistemas procesuales.

C) LA SOCIEDAD ABSTRACTA. LA ABSTRACCIÓN DEL TRABAJO.

La sociedad se volvió abstracta en cuanto que el trabajo pasó a considerarse sustancia homogénea, mensurable en cantidades o porciones igualmente homogéneas. El trabajo simple compone estructuras de trabajo complejo a modo de multiplicaciones de aquellos "cuantos" simples que pasan a ser unidades de valor requerido para producir una mercancía. Pero, recordemos, el valor de cambio sólo aparece en el acto de cambiar. Estos cuantos de trabajo humano, reducibles a una abstracción de toda labor humana posible, al margen de su diversidad, y reducidos a su máxima simplicidad, son utilidades necesarias para producir el artículo. Se acumulan a lo largo del proceso, y esa acumulación es el acrecentamiento mismo de su valor. El monto de utilidades que se han invertido en producir un artículo no garantiza per se un alto valor de cambio del artículo convertido en mercancía. Antes al contrario, el más esmerado artículo producido, resultado de ímprobos esfuerzos, utilidades y valores invertidos en él, es ruinoso al cambio si en el mercado abundan las mismas o semejantes mercancías con muy poco valor (tiempo de trabajo) requerido, acaso, por gracia de una mecanización del proceso productivo. Determinar el valor de una mercancía no es algo posible en abstracto con una medición del tiempo de trabajo abstracto y socialmente necesario que ha requerido su producción.

Este tiempo, sea el que sea, viene contrastado por la relación de valor más simple "que es la relación de valor de una mercancía con otra concreta y distinta, cualquiera que ella sea" (p. 15).

La cantidad de tiempo para A sólo da valor (de cambio) a esa mercancía (sólo) en relación con la cantidad de tiempo que se requirió para B. Las mediciones de tiempo de trabajo socialmente necesario para A, B, C, pueden ser de lo más azaroso y contingente. La ley social del valor sólo aparece en los balances que, por pares de mercancías (A,B) se establecen en el proceso de intercambio.

Por otro lado, jamás debe olvidarse que el trabajo en el sistema capitalista es tratado como una mercancía, además de un despliegue y gasto de energía física que es útil o valiosa (valor de uso) para alguien. Como tal mercancía, posee un valor social que será diferente según la cualidad o las inversiones previas hechas para desarrollar esa labor con eficiencia, rendimiento, etc. Hay trabajos peor pagados que otros, y ellos se ven afectados por vaivenes de oferta y demanda, y toda suerte de contingencias que en el capitalismo afectan a las demás mercancías. En el Antiguo Régimen y en las sociedades más arcaicas aún, la "estimación" o "prestigio" social de los oficios acaso tuviera la transparencia suficiente para darse una asignación directa de la sociedad de unos valores de cambio diversos a los distintos empleos de la fuerza de trabajo, sin la mediación del trabajo como una mercancía suelta, al lado de otras. Ello no obsta para que el trabajo no fuera, al menos en parte, mercancía como también la tierra, por más que sufriera fuertes restricciones en su compra, venta, alquiler, usufructo, etc. Por lo demás, incluso en sociedades "empotradas" donde el capitalismo no aparecía en un estado puro ni hegemónico, y por ende, no podía liberar la mercancía en su estado puro, el proceso de trabajo no dejaría de mantener el carácter dual que Marx asigna a toda mercancía: valor de uso, valor de cambio. La emergencia de los mercados (tan remota es en la historia) y de los intercambios ( p.e. tribales) hace del trabajo comunitario que en parte sea mercancía, sin que por ello el trabajador individual se "venda" parcialmente como mercancía al modo del obrero moderno, el asalariado en tiempos capitalistas. Todo trabajo, aun no siendo asalariado y de cariz feudal o comunitario, tendrá ese doble aspecto del valor de uso y del valor de cambio en cuanto participa del mercado.

Una hora gastada en el taller del orfebre es creación del valor de uso, por cuanto que la pieza le valdrá a un sujeto para algo, o para su comunidad, o para otra foránea. Una comunidad o tribu ajena, en cuanto que entra en actos de intercambio con la primera busca utilidad. Ese orfebre arcaico puede ser trabajador comunitario que sólo obtiene los beneficios sociales de su comuna, como resultado del reparto de excedentes y como consecuencia de un intercambio intracomunal de servicios. El no "vende" sus horas, como quizá no venda sus piezas elaboradas, pero sí las contrabalancea su comunidad cuando entra ésta en relación de trueque con otros valores de uso, que al instante se transfiguran en mercancías. Se hecha de ver que valor de uso y valor de cambio son categorías enteramente dialécticas en la vida social pre-capitalista y que obligan a una investigación fluida, dinámica, de todo género de formaciones. En ellas, las "estructuras sociales", lejos de ser rígidos corsés (no obstante, invisibles, sólo inteligibles), constituyen más bien transfiguraciones unas de otras. Este tipo de conceptos dialécticos ciertamente nace en parejas. En el intento de desentrañar uno en sus componentes, ha de aparecer el otro como mediación-conjugación. El ser humano como animal social, llegado un momento dado de su desarrollo, se envuelve de valores de uso sólo por la creación de un sistema de cambio, y por ende, de valores de cambio, desapareciendo la autonomía del valor de uso. La autosatisfacción simple de necesidades, la creación directa de utilidades, el trato funcional primigenio con cosas "que valen" a alguien ya no son funciones posibles inteligibles de manera absolutista. Cada cosa o servicio, siendo lo que vale, "suelta" respecto a toda otra cosa o servicio, entra en relación dialéctica con otras, se contrapesan los tiempos invertidos y ya se presuponen entonces los intercambios proto-comerciales, dentro o fuera de una comunidad.

El valor de cambio, por su parte, solo existe en la relación de pares de valores de uso. Nadie desea cambiar lo que no es útil. Una misma mercancía se trueca en valor de uso y en valor de cambio en función de la utilidad que revista para el comprador, o con la base de su encuentro con otra mercancía que le sirva de espejo en la circulación. Ese artículo A sólo es mercancía reflejada en el espejo de la mercancía B que a su vez deja de ser simple artículo y deviene mercancía para dotarse de su particular valor de cambio. Este verse en otra, este "tomar la pelleja natural de otra mercancía como su forma propia de valor" (p. 23) es la condición de superación de toda supuesta reflexión de una mercancía A que se autopone en el mercado, afirmativa de su mismo valor. Este valor de cambio necesita ser una forma relativa. El valor de la mercancía no es medida de una magnitud física absoluta, ni valor graduado en torno a una escala fija. Es absoluto y homogéneo el tiempo requerido, medido en intervalos y con entera abstracción de la cualificación o intensidad de la capacidad productiva, como ya se ha visto. Pero este tiempo de trabajo invertido no se traduce en el valor si este valor A producido no toma forma relativa ante el valor B, y así equipararse los tiempos abstractos invertidos en A y en B. El valor de A no será nunca algo natural ni intrínseco a una pretendida esencia del objeto. Cuanto hay de natural en el estudio de la mercancía se limita a la capacidad transformadora de la naturaleza al ser, podríamos decir, el "vaciado" de las operaciones humanas y formar la imagen, como en negativo de las disposiciones o formas que dimanan de la acción humana, ella misma dependiente de su carácter de ser natural y sometido a las leyes físicas de toda materia, objeto de transformación. El trabajo humano abstracto que transforma los objetos materiales y que puede pagarse como una mercancía más, y medirse como sucesión de intervalos temporales homogéneos es, en rigor, la fuerza de trabajo, la única contextura natural del hombre que "cristaliza" en productos, en artículos objetivos elaborados. Una formación social con un mínimo grado de desarrollo mercantil llega al punto de convertir en hábito la medida del trabajo social acumulado en su seno (en principio, un trabajo comunitario o estamental, y sólo después individualizado por la sociedad) en función de los intercambios comerciales de los que dimana el valor de cambio. Si los intercambios pasan de ser esporádicos o casuales a convertirse en hábito regular de valorización del trabajo social, estamos ya cruzando un umbral: el del fetichismo de la mercancía.

D) LA PRODUCCIÓN Y LA DOBLE RELACÓN MATERIAL-SOCIAL ENTRE PERSONAS Y COSAS. OPACIDAD DEL CAPITALISMO. TRANSPARENCIA CIENTIFICA DEL COMUNISMO.

Marx describe en estas páginas inmortales de la filosofía, la materialidad social que rige la producción y el intercambio.

I. Relaciones materiales entre personas y II. Relaciones sociales entre cosas.

Es especialmente interesante resaltar que la lógica de la producción-mercado es decir, la lógica del (nacimiento) de la economía política, se asemeja a un lenguaje jeroglífico donde los signos son diversas envolturas materiales que emanan de un uno, el trabajo humano abstracto. Esta unidad, casi plotiniana, necesita entenderse a sí misma, no obstante como pluralidad encarnada de emanaciones suyas (p. 39). La sociedad trata de hacer una "lectura" de su producción traspasando la frontera de homogeneidad y pureza del trabajo, que también era diverso y plural en origen, pero reducido a su factor común de productividad social.

La comprensión científica del comunismo, lejos de toda versión utópica o futurista, ha de pasar por una nítida traducción de la producción colectiva de la sociedad en servicios y productos directamente autoabastecidos y distribuidos por los propios productores, una vez que el mercado ha desaparecido como jeroglífico social o como encarnación fetichista del trabajo social colectivo. La valoración será la directa que corresponde con la participación de los trabajos individuales en el trabajo colectivo. Las individualidades son diversas, en capacidad y en necesidad. Con lo que el comunismo es el triunfo de la diversidad de los trabajos, venciendo sobre la homogeneidad brutal del trabajo abstracto como medida del valor de cambio. La desaparición del mercado, en su forma más radical, no debe confundirse con su existencia subordinada o marginal, tal y como se ha conocido en la historia como modos de producción pre-capitalistas. La reflexión que hace Marx sobre el modo de producción feudal es muy significativa. El feudalismo, nos guste o no, es un modo de producción mucho más transparente incluso a los ojos de sus propios protagonistas (o víctimas) (p. 42).

Es evidente que "más transparente" no significa mejor ni más igualitario. Desde un punto de vista jurídico, la edad media y el antiguo régimen no eran en absoluto sistemas deseables desde ninguna escala de valores sostenible, ninguna que contenga el igualitarismo como principio radical. La desigualdad de los individuos, formalmente, era de hecho la mejor definición para entender estos sistemas. La distinción que el comunismo extiende sobre estos sistemas pre-capitalistas reside en la unión esencial que hay entre la transparencia del sistema productivo y la radical igualdad de productores.

El mercado supone el gran sistema semiótico por medio del cual emisores y receptores hacen valer su producción, sus valores necesitando siempre al otro para la operación misma de hacer valer. El comprador ve en la mercancía A un valor de uso y busca el equivalente que en B pudiera ofrecerse al vendedor. Ambos sujetos son emisores y receptores que emplean una estructura social especial y sancionada, el mercado, en la cual las mercancías hacen como de agentes o embajadores, no siempre inmediatos, pues es sabido que el mercader no tiene por qué coincidir con la figura de su(s) producto(res) directo(s), y en tal caso, son estos comerciantes e intermediarios los representantes de un trabajo humano, individual o social movilizado y finalmente cuajado en producto. El fetichismo culmina en la equivalencia buscada entre pares de mercancías A y B, y el hecho consabido del carácter enajenable de cada mercancía.

El desplazamiento de la mercancía de una mano a otra, no parece mágico sin contamos con la metáfora semiótica de los mensajes, que también conocen diversos portadores a su paso, y codifican funcionalmente a los agentes, pasando de emisores a receptores en cada proceso de intercambio. El proceso de cambio en una comunidad primitiva supone la apertura de esta -al completo- hacia un medio exterior formado por comunidades circundantes. El acceso de éstas comunidades, antaño cerradas, a las grandes corrientes circulatorias del exterior es, nada menos, que el relato de la incorporación de las formaciones sociales a una historia universal. La apertura de la antiquísima Tartessos a los comerciantes fenicios y griegos hace que la identidad de ésta se fundiera con la de las grandes culturas del Mediterráneo, formando un todo con ellas. El Oriente Medio y el Mediterráneo en todas sus costas acabaron siendo el escenario circulatorio de los grandes procesos comerciales (y después, económico-políticos y militares del mundo antiguo). La estratificación intra-comunitaria apareció a medida que la producción se orientó crecientemente hacia esas arcaicas formas de exportación, bien fronteriza, bien fluvial o costera. A la par, se desarrolló no ya sólo la especialización interna del trabajo social en una formación, sino la especialización de las propias mercancías en el momento en que algunas de ellas –más manejables, más transportables y enajenables- revisten un carácter social y privilegiado. La estratificación social (división del trabajo) levanta jerarquías porque el valor de los distintos trabajos ya no puede ser el mismo dentro de una sociedad "abierta" a la exportación y contrabalanceada por series de mercancías que la sociedad foránea enfrenta en los intercambios. Al no valer todas las mercancías lo mismo, no todos los trabajos dentro de la totalidad productiva valen lo mismo, y los hombres son condenados a la especialización. La mercancía dinero, entonces, lejos de constituirse en un simple signo, es la mercancía privilegiada que, fácilmente enajenable y divisible o multiplicable (a voluntad), reproduce con carácter discreto pero fraccionable. La homogeneidad misma que posee el tiempo de trabajo abstracto y simple otorga valor a las mercancías, pero ahora el dinero realiza ese mismo valor en el proceso del cambio. Es el tipo de mercancía que exhibe un carácter necesario de representante de mercancías diferentes en cantidad y con cualidades variables y que se opone a una determinada cantidad de dinero. El fetichismo que el mundo moderno experimenta ante el dinero hace muchos milenios que comenzó, es un desarrollo natural del fetichismo de la mercancía (p. 55).

E) LA ESCLAVITUD DEL DINERO.

Las distintas funciones que el dinero desempeña en la sociedad sirven a los efectos de agilización de lo que Marx llama "metabolismo social". La totalidad social, concebida de un modo organicista, incluye en todo momento series de transformaciones o conversiones operadas entre esferas necesariamente vinculadas, que se remiten unas a otras. Las esferas de la producción, a saber, el cambio y el consumo, se remiten entre sí, aunque Marx concibe a la esfera productiva la prioritaria en el análisis, acorde con su teoría en la cual el trabajo humano transforma la materia e identifica sus modos productivos con los modos de existencia social. Los artículos producidos pasan a ser mercancías en el acto de cambio donde el valor que se les ha incorporado en su producción se realiza y se expresa, por medio de un equivalente de otra mercancía cualquiera, o por una expresión del valor de dinero, que es una mercancía más.

La circulación de mercancías exuda constantemente dinero (p. 72). La regla de sustitución de una mercancía A por otra B necesita siempre de un tercer factor, D que es el dinero. El acto único que formalmente encierra una compraventa requiere no solamente la relación entre dos mercancías, un valor relativo, sino un desarrollo ilimitado de equivalencias que A debe guardar con la totalidad de mercancías potencialmente susceptibles de ser contrapuestas a A. El dinero es aquel tipo de mercancía general que entra en el bolsillo del vendedor en el mismo momento en que la mercancía pasa a manos del comprador. Conceptualmente, la mercancía se ha "metamorfoseado" en un primer lugar, pasando a convertirse en objeto ya vendido, y ubicado en el haber del comprador. El dinero que ha costado la mercancía al comprador es una especie de reacción o contramovimiento de la enajenación que la mercancía ha experimentado. No es lo mismo en A el valor-trabajo contenido en su producción, traducida en tiempo, ni el valor de cambio con el que se balancea ante x cantidad de mercancía B como equivalente ni menos aún con el precio que en valor-dinero esa mercancía ha costado, gravitando por encima, por debajo o alrededor del valor de cambio susodicho. Hay toda una cadena de mediaciones desde que trozos de materia elaborados por el sudor y la acción humana fueron dotados de valor, hasta que en una economía dineraria la mercancía es objeto de la circulación.

Las dos esferas que se necesitan en el ámbito ontológico, producción y circulación, se enfrentan al mismo tiempo en esa unidad formal que es el acto de compraventa. En la sombra, como en toda relación diádica, asoma el tercer elemento que triangulariza el problema: el tercero de la discordia y de la superación, el consumo. La mercancía, al ser objeto de cambio, término de circulación, gravita hacia el consumidor que ve en ella un valor de uso, pero su uso (o consumo), en efecto, sólo se satisface mudándose en valor de cambio. Tal mutación, y tal movimiento de enajenación, con el consiguiente cambio de manos, precisa, en un medio social no rígido para la circulación, del dinero. El movimiento de éste refleja, en realidad, el movimiento de todas las demás mercancías (p. 75). Estas se salen de la esfera de la circulación cuando quedan "atrapadas" de forma definitiva en su condición de valores de uso y tal trampa o sumidero es lo que llamamos consumo. La producción social renueva sin cesar esta pérdida de mercancías, salidas de una órbita circulatoria y sumidas en la consumación. Sólo la mercancía privilegiada que es el dinero se mantiene en permanente circulación (p. 77).

"La circulación es como una gran retorta social a la que se lanza todo para salir de ella cristalizado en dinero." (p. 89).

Esta retorta se hace mundial al despuntar el siglo XVI, y ese es el mojón en que el capitalismo stricto sensu pasa a ser el modo de producción imperante en el globo tras su incubación milenaria en las formas precedentes de economías mercantiles y dinerarias.

El dinero no es de suyo capital y urge conocer cómo se da esta conversión. En una sociedad mercantil pre-capitalista, el dinero puede aparecer ante los ojos de sus agentes como simple medio de pago que permite la enajenación de la mercancía y su "empuje" o desplazamiento a otras manos.

M – D - M

La interposición del dinero (D) en el tráfico de las mercancías ya supone una superación del trueque directo M-M de las sociedades primitivas y poco desarrolladas. La interposición de D da la apariencia de un gasto, un consumo de dinero. Pero en el ciclo en el cual el dinero se adelanta, y la mercancía es el medio para que D retorne, y además retorne acrecentado D-M-D´ es donde se deja ver el origen del capital, el acrecentamiento o reproducción de D, que se representa D´.

Si ya de por sí el dinero es una mercancía general, o digámoslo de una forma más precisa, la mercancía en general, que "ha borrado todas las huellas de sus valores específicos de uso" (p. 106), ese dinero acrecentado y dotado además de la capacidad orgánica de seguir creciendo, es el capital.

F) EL CANCER DEL CAPITALISMO.

La producción social pervierte sus fines naturales, la producción de valores de uso socialmente necesarios. El uso y valoración de las cosas deja así de formar un continuo con las funciones vitales que un ser racional como es el hombre, debe y puede desarrollar. La aparición del primer capitalista fue el origen del cáncer de la sociedad humana. El valor de uso no puede considerarse jamás, advierte Marx, como fin directo del capitalista. El capitalista, además, busca la ganancia sistemática, no aquella ganancia circunstancial que le puede traer la astucia o el azar. Con ello el cáncer extiende su metástasis por el cuerpo social y las funciones sociales se subordinan a este único imperativo: que el dinero "adelantado" por los capitalistas retorne a sus bolsillos acrecentado. Sólo de forma subsidiaria los agentes, capitalistas y obreros, satisfacen sus necesidades y encuentran valores en el mercado, cuando la autosubsistencia no puede expandir más su radio. El mercado da la apariencia de un equilibrio entre las partes concurrentes, comprador y vendedor, que sólo es tal si atendemos a los valores de uso. La investigación sobre el origen, naturaleza y leyes del capital, que Marx desarrolla de forma exhaustiva y voluminosa, parte del planteamiento del por qué el capital crece en manos de su poseedor, partiendo del supuesto de que en el mercado se contrastan sin embargo pares de mercancías equivalentes y no mediando necesariamente un engaño en el intercambio comercial. Este engaño es un hecho real en el comercio en todas las fases de su historia, y no es menos en nuestros días, en la fase tardía del capitalismo. Las raíces del engaño se hunden en el suelo del poder coactivo que tiene en sus manos, si no el uso de la violencia física, sí al menos el uso de la violencia verbal y mental y que, con eufemismo, se conoce como publicidad y propaganda. Con todo, el propósito analítico de El Capital se mantiene en la línea de buscar las raíces de la plusvalía dando por supuesto un honrado y equilibrado intercambio de equivalentes. Si cambian equivalentes no aparece el valor (p. 118). Es por ello que el comercio sirve para cambiar la distribución de valores en una sociedad, haciendo que afluyan más en un bolsillo que en otro, provocando enriquecimientos particulares, amontonando capital en unas manos en detrimento del capital que antes había en otras. Para explicar la aparición de la plusvalía ha de haber una mercancía peculiar que forme parte del sistema económico y que, de forma sistemática, no sea pagada por su valor: no le sea dado un equivalente en dinero por una serie de razones históricas y estructurales que es preciso investigar. Esa mercancía es la fuerza de trabajo. El trabajo ocupa la posición de gozne en el seno de una totalidad social. Es la suma de fuerzas que articula una sociedad. Como energía viva de origen humano (muscular, cerebral) se aplica sobre procesos naturales, transformándoles en los momentos y puntos adecuados. El trabajo como suma de fuerzas es el motor de la sociedad que permite su producción y reproducción, simple y ampliada. Es la sociedad misma vista desde un punto de vista dinámico y material: el prerrequisito de todas las demás facetas de la misma, incluyendo las espirituales. Pero la fuerza de trabajo es, igualmente, una mercancía más dentro del modo de producción capitalista. Entra dentro de la esfera del intercambio, de la circulación. La sociedad capitalista quiere presentarse a sí misma como una red enorme de mercancías circulantes. La producción quiere ser presentada a sí misma como el conjunto de medios y esfuerzos que abastecen las necesidades sociales. Pero estas necesidades lo son, ante todo, de ganancias capitalistas, por lo que la producción entera se orienta hacia el mercado y no hacia la sociedad como tal. Tal producción, señala Marx, tiene una trastienda (p. 128). Por debajo del tráfico y tráfago de la circulación mercantil, como en un submundo oculto a las miradas del burgués, a las de cualquier consumidor-comprador, la masa humana es estrujada; su savia se exprime con insaciable sed vampírica y loca ansia de plusvalía

La trastienda o submundo de la producción es el proceso de consumo de fuerza de trabajo, idéntico al proceso de producción de mercancías y de plusvalía. Siempre se da un consumo de fuerza de trabajo en la elaboración de los productos. La nota que moralmente aguijonea a la dignidad humana y que ontológicamente deshace a lo humano como ente separable de la mercancía y más bien le funde en ella, en una espiral de cosificación creciente es que el trabajo de millones de seres humanos no se orienta hacia la producción de los objetos de sus necesidades comunitarias, sino a la producción de mercancías que en sí mismas no son sino un medio para conseguir el verdadero fin del capitalista, la producción de plusvalía que se realiza en el mercado. La plusvalía como fin supremo de nuestro modo de producción. Con ello, la comunidad se aliena de sí misma, esto es, olvida sus fines inmediatos y se separa de su propia actividad vital: en el caso límite, desaparece. La comunidad se ve substituida por una masa de cuerpos humanos ofrecidos en venta por horas para que así unos poderes, cada vez más impersonales, acumulen plusvalía. La concentración de masas acumuladas cada vez mayores de plusvalía es el polo de atracción de todas las energías –musculares y cerebrales- de la sociedad, quedando esta extenuada a la hora de reconocerse a sí misma, a la hora de reconciliarse con su base material, con su existencia misma.

Carlos X. Blanco

martes, 1 de mayo de 2007

HISTORIA DEL 1 DE MAYO. DÍA INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES.

De UGT de España.

INTRODUCCIÓN

El 1° de mayo de 1886 la huelga por la jornada de ocho horas estalló de costa a costa de los Estados Unidos. Más de cinco mil fábricas fueron paralizadas y 340.000 obreros salieron a calles y plazas a manifestar su exigencia. En Chicago los sucesos tomaron rápidamente un sesgo violento, que culminó en la masacre de la plaza Haymarket (4 de mayo) y en el posterior juicio amañado contra los dirigentes anarquistas y socialistas de esa ciudad, cuatro de los cuales fueron ahorcados un año y medio después.

Cuando los mártires de Chicago subían al cadalso, concluía la fase más dramática de la presión de las masas asalariadas (en Europa y América) por limitar la jornada de trabajo. Fue una lucha que duró décadas y cuya historia ha sido olvidada, ocultada o limpiada de todo contenido social, hasta el punto de transformar en algunos países el 1.° de mayo en mero “festivo” o en un día franco más. Pero sólo teniendo presente lo que ocurrió, adquiere total significación la fecha designada desde entonces como “Día Internacional de los Trabajadores”.

AQUELLOS DIAS INTERMINABLES

A mediados del siglo XIX, tanto en Europa como en Norteamérica, en las emergentes factorías industriales, se exigía a los obreros trabajar doce y hasta catorce horas diarias, durante seis días a la semana, incluso a niños y mujeres, en faenas pesadas y en un ambiente insalubre o tóxico. Los emigrantes europeos, que llegaban entonces a los Estados Unidos en busca de un mundo mejor, cambiaron (a lo más) los resabios feudales que todavía pesaban sobre sus hombros por la voracidad desbocada de un capitalismo joven, que multiplicaba sus ganancias ampliando al máximo la jornada de trabajo. Extraños en un país desconocido, los inmigrantes crearon las primeras organizaciones de obreros agrupándose por nacionalidades, buscando primero el apoyo y la solidaridad de los que hablaban la misma lengua, constituyendo luego gremios por oficios afines (carpinteros, peleteros, costureras), y orientando su acción por las vías del mutualismo.

América era también el campo de experimentación para algunos socialistas utópicos, que crearon en los Estados Unidos colonias comunitarias, como las de Robert Dale Owen (1825), Charles Fourier y Etienne Cabet, constituidas por trabajadores emigrados. Los obreros propiamente norteamericanos se limitaban a buscar consuelo para sus sufrimientos terrenales en las diferentes sectas religiosas existentes en el país. Fueron inmigrantes ingleses pobres los que primero diseminaron inquietudes sociales entre sus hermanos de clase, y los mismos continuaron en territorio americano la lucha ya extendida en Inglaterra por la reducción de la jornada de trabajo.

El desarrollo de la industria manufacturera, el perfeccionamiento de máquinas y herramientas, la concentración de grandes masas obreras en los Estados del Noreste, proporcionaron el terreno donde germinó la propaganda de los emigrados. La primera huelga brotó, 60 años antes de los sucesos de Chicago, entre los carpinteros de Filadelfia, en 1827, y pronto la agitación se extendió a otros núcleos de trabajadores. Los obreros gráficos, los vidrieros y los albañiles empezaron a demandar la reducción de la jornada de trabajo, y 15 sindicatos formaron la “Mechanics Union of Trade Associations” de Filadelfia. El ejemplo fue seguido en una docena de ciudades; por los albañiles de la isla de Manhattan; en la zona de los grandes lagos, por los molineros; también por los mecánicos y los obreros portuarios.

En 1832, los trabajadores de Boston dieron un paso adelante en sus demandas y se lanzaron a la huelga por la jornada de diez horas, agrupados en débiles organizaciones gremiales por oficios. Pese a que el movimiento se extendió a Nueva York y Filadelfia, no tuvo éxito. Afirmó, sin embargo, el espíritu de combate de los asalariados, que siguieron presionando por sus reivindicaciones.

DIEZ HORAS LEGALES

El resultado de estas luchas, que marcan el nacimiento del sindicalismo en Estados Unidos, influyó primero en el Gobierno Federal antes que en los patrones, que expoliaban impunemente a sus trabajadores al amparo del librempresismo. En 1840, el Presidente Martín van Buren reconoció legalmente la jornada de 10 horas para los empleados del Gobierno y también para los obreros que trabajaban en construcciones navales y en los arsenales. En 1842, dos Estados, Massachusetts y Connecticut, adoptaron leyes que prohibían hacer trabajar a los niños más de 10 horas por día. El mismo año, la quincallería Whtite & Co. de Buffalo (Estado de Nueva York) introdujo en sus talleres la jornada de 10 horas.

Pero la agitación obrera continuó. Desde el otro lado del mar llegaban noticias alentadoras. Cediendo a la presión sindical, el Gobierno inglés promulgó una ley (1844) que redujo a 7 horas diarias el trabajo de los niños menores de 13 años, y limitó a 12 horas el de las mujeres. Se esperaba lograr pronto allí la jornada de 10 horas para los adultos, hombres y mujeres. En ese ambiente se reunió el primer Congreso Sindical Nacional de los Estados Unidos, el 12 de octubre de 1845, en Nueva York. Se tomaron medidas concretas para coordinar la lucha de los diferentes gremios y la que se llevaba a cabo en distintas ciudades. Se planteó la creación de una organización secreta permanente para la reivindicación de los derechos del trabajador.

El Congreso Sindical de Nueva York se fijó como tarea de acción inmediata la demanda del reconocimiento legal de la jornada de 10 horas y se convocó a mítines obreros en las principales ciudades para agitar públicamente esta exigencia. A esta etapa siguieron las huelgas, que alcanzaron excepcional amplitud en Pittsburgh, centro metalúrgico, donde 40.000 obreros mantenían una huelga de 6 semanas por la jornada de 10 horas. Pero los patrones no cedieron, y muchos inmigrantes recién llegados se dispusieron a asumir el puesto de los huelguistas. El movimiento fracasó. En otros lugares se lograron avances concretos: New Hampshire decretó la implantación de la jornada de 10 horas y numerosas fábricas hicieron lo mismo en otros Estados.

Pero la agitación cobró nuevos impulsos al divulgarse, en 1848, la noticia de que los obreros de una sociedad colonizadora en Nueva Zelanda habían obtenido la jornada de 8 horas. Sin embargo, no se estructuró un movimiento que respaldara esta aspiración. Las demandas se limitaron a exigir un máximo de 10 horas de trabajo por día.

Fue sólo a comienzos de 1866, una vez terminada la guerra de secesión, que renació la lucha por acortar la jornada de labor.

Otros avances se habían logrado entretanto. El Estado de Ohio adoptó la ley de 10 horas para las mujeres obreras, y los sindicatos de la construcción estaban vivamente impresionados al saber que los albañiles de Australia obtenían en esos días el reconocimiento de la jornada de 8 horas. Por otra parte, la reducción de la jornada de trabajo, que absorbería mayor cantidad de mano de obra, se convertía en una necesidad urgente por el retorno de los soldados desmovilizados y el cierre de las fábricas que trabajaban para la guerra. Además, los inmigrantes seguían afluyendo, por centenares y centenares de miles.

Al Congreso de Estados Unidos ingresaron más de media docena de proyectos de ley que proponían legalizar la jornada de 8 horas, y la Asamblea Nacional de Trabajo, celebrada en Baltimore en agosto de 1866, con representantes de 70 organizaciones sindicales, entre ellas 12 uniones nacionales, proclamó:

“La primera y gran necesidad del presente, para liberar al trabajador de este país de la esclavitud capitalista, es la promulgación de una ley por la cual la jornada de trabajo deba componerse de ocho horas en todos los Estados de la Unión Americana. Estamos decididos a todo hasta obtener este resultado”.

El mismo congreso sindical acordó crear comités para “recomendar” la reivindicación de las 8 horas, cometiendo el error de confiar únicamente en la buena voluntad de los poderes públicos para hacer ley su iniciativa.

Mientras, en Europa, la I Internacional (creada en 1864) había acordado en su Congreso de Ginebra, en 1866, agitar mundialmente la demanda de la jornada de trabajo de 8 horas. Los asalariados norteamericanos, en el Congreso Obrero de los Estados del Este, celebrado en Chicago en 1867, dedicaron gran parte de sus debates a las 8 horas. El hombre que impulsó las resoluciones sobre el tema fue Ira Steward, un mecánico autodidacta de Chicago, a quien daban el sobrenombre de “El maniático de las ocho horas”.

Steward sostenía que al acortarse la jornada de trabajo aumentaría la necesidad de mano de obra y que, por lo tanto, de allí surgiría el aumento de los salarios. Escéptico de la eficacia de la acción puramente sindical, Steward, en ausencia de un partido político autónomo de la clase obrera, proponía un método usado tradicionalmente por el movimiento sindical norteamericano: ejercer presión sobre los partidos del “stablishment” y no dar sus votos más que a los candidatos que aceptaran impulsar todo o parte del programa sindical.

LEY FEDERAL DE LAS OCHO HORAS

Finalmente, los esfuerzos de la clase obrera norteamericana lograron modificar la actitud del Gobierno, ya que no la de los empresarios privados. Siendo Presidente de los Estados Unidos Andrew Johnson, en 1868 se dictó la Ley Ingersoll, que establecía la jornada de 8 horas para los empleados de las oficinas federales y para quienes trabajaban en obras públicas.

La jornada de 8 horas pasaba así a ser obligación “legal” en los Estados Unidos para las obras públicas, así como lo era ya para los trabajos privados en Australia. Los obreros industriales, entre tanto, seguían sometidos a una jornada de 11 y 12 horas diarias a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos.

LA GRAN HUELGA FERROVIARIA

En 1874, el Estado de Massachusetts decretaba la jornada máxima de 10 horas para mujeres y niños, mientras la agitación prendía ahora entre los ferroviarios, que no tardaron en lanzar una huelga de grandes proporciones.

En junio de 1877, los dueños de los ferrocarriles comunicaron a los trabajadores que sus salarios serían reducidos en un 10%, porque las empresas “estaban perdiendo dinero” con motivo de la crisis. Esta fue la gota que colmó el vaso. Desde 1873, el salario de los trabajadores había disminuido ya en un 25% para salvar las ganancias de los propietarios. La huelga estalló en Pittsburgh y en menos de 2 semanas se había extendido a 17 Estados. Era el movimiento más vasto que hasta entonces enfrentara el gran capital norteamericano.

Los magnates ferroviarios consiguieron que el Gobierno movilizara al Ejército contra los huelguistas, que habían incorporado entre tanto la demanda de una jornada laboral de 8 horas, y no tardaron en producirse enfrentamientos violentos entre obreros y soldados. En Maryland quedaron 10 obreros muertos después de un choque frontal con las tropas. En Pittsburgh, los trabajadores corrieron a pedradas a los militares, para luego asaltar la maestranza del ferrocarril local, donde destruyeron 120 locomotoras e incendiaron 1.600 vagones. En Reading, los obreros desarmaron a una compañía de soldados y confraternizaban con ellos cuando fueron atacados por tropas de refuerzo, que aparecieron imprevistamente. Entonces, algunos militares fueron muertos y hubo numerosas víctimas entre los obreros. En Saint Louis la huelga abarc& oacute; a todos los oficios y los trabajadores se apoderaron de la ciudad. Fue cortado el tránsito por los puentes que cruzan el Mississippi, y durante 8 días los sindicatos administraron tiendas y fábricas y dictaron sus propias leyes. Finalmente, fueron sangrientamente reprimidos.

La lucha de clases se hizo tan violenta que la burguesía organizó grupos civiles armados para proteger sus riquezas. La prensa “de orden” exaltaba diariamente a pertrecharse y a extender las bandas armadas antiobreras. Se formaron así verdaderas milicias privadas, cuando no grupos de matones y hasta empresas de rompehuelgas, con sucursales en los centros industriales más importantes, al servicio de los propietarios. La más famosa de estas organizaciones, que alcanzaría triste renombre en los sucesos de Chicago, fue la de los hermanos Pinkerton, que había reclutado algunos cientos de scabs (“amarillos”), que enviaban a quebrar huelgas allí donde la presión obrera se hacía sentir en demanda de la jornada de 8 horas. Los Pinkerton, además, proporcionaban bandas armadas, espías, provocadores y hasta asesinos a sueldo. Algunas autoridades hacían caso omiso de la existencia de estas organizaciones criminales e incluso borraban los antecedentes penales de sus integrantes, a condición de que mostraran ferocidad en su cometido, disolviendo mítines obreros, delatando a los dirigentes o agrediéndolos.

1º DE MAYO DE 1886

Por fin, la fecha tan esperada llegó. La orden del día, uniforme para todo el movimiento sindical era precisa: ¡A partir de hoy, ningún obrero debe trabajar más de 8 horas por día! ¡8 horas de trabajo! ¡8 horas de reposo! ¡8 horas de recreación!. Simultáneamente se declararon 5.000 huelgas y 340.000 huelguistas dejaron las fábricas, para ganar las calles y allí vocear su demandas.

En Nueva York, los obreros fabricantes de pianos, los ebanistas, los barnizadores y los obreros de la construcción conquistaron las 8 horas sobre la base del mismo salario. Los panaderos y cerveceros obtuvieron la jornada de 10 horas con aumento de salario. En Pittsburgh, el éxito fue casi completo. En Baltimore, tres federaciones ganaron las 8 horas: los ebanistas, los peleteros y los obreros en pianos-órganos. En Chicago, 8 horas sin disminuir sus salarios: embaladores, carpinteros, cortadores, obreros de la construcción, tipógrafos, mecánicos, herreros y empleados de farmacia; 10 horas con aumento de salario: carniceros, panaderos, cerveceros. En Newark, los sombrereros, cigarreros, obreros en máquinas de coser Singer, obtuvieron las anheladas 8 horas. En Boston, los obreros de la construcción. En L ouisville, los obreros del tabaco. En Saint Louis, los mueblistas, y en Washington, los pintores... En total, 125.000 obreros conquistaron la jornada de 8 horas el mismo 1° de mayo. A fin de mes serían 200.000, y antes que terminara el año, un millón. No era la victoria absoluta; pero se había obtenido un resultado importante, por sobre, incluso, de algunas fallas en el movimiento obrero. “Jamás en este país ha habido un levantamiento tan general de las masas industriales” (expresaba un informe de la AFL) “El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a millares de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes, cuando muchos, hasta ahora, habían permanecido indiferentes a la acción sindical”.

En Chicago, los sucesos tomaron un giro particularmente conflictivo. Los trabajadores de esa ciudad vivían en peores condiciones que los de otros Estados. Muchos debían trabajar todavía 13 y 14 horas diarias; partían al trabajo a las 4 de la mañana y regresaban a las 7 u 8 de la noche, o incluso más tarde, de manera que “jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día”. Unos se acostaban en corredores y desvanes; otros, en inmundas construcciones semiderruidas, donde se hacinaban numerosas familias. Muchos no tenían ni siquiera alojamiento. Por otra parte, la generalidad de los empleadores tenía una mentalidad de caníbales. Sus periódicos escribían que el trabajador debía dejar al lado su “orgullo” y aceptar ser tratado como “máquina humana”. El “Chicago Tribune” osó decir. “El plomo es la mejor alimentación para los huelguistas... La prisión y los trabajos forzados son la única solución posible a la cuestión social. Es de esperar que su uso se extienda”.

No era extraño que en ese cuadro Chicago fuese el centro más activo de la agitación revolucionaria en los Estados Unidos y cuartel general del movimiento anarquista en América: Dos organizaciones dirigían la huelga por las 8 horas en Chicago y todo el Estado de Illinois: la Asociación de Trabajadores y Artesanos y la Unión Obrera Central, pero eran sus exaltados periódicos obreros los polos en torno a los cuales giraba la acción reivindicativa.

Uno de estos periódicos era escrito en alemán, el “Arbeiter Zeitung”, que aparecía tres veces a la semana, dirigido por August Spies, de orientación anarquista, y otro, “The Alarm”, en inglés, dirigido por el socialista Albert Parsons. Junto a ellos, un brillante grupo de agitadores, periodistas y oradores de verbo encendido insuflaba el ímpetu peculiar que caracterizaba la lucha obrera en ese Estado. La mayoría de ellos pasaría a la Historia como los “Mártires de Chicago”: Fielden, Schwab, Fischer, Engel, Lingg, Neebe.

DESENLACE SANGRIENTO

Pese a los éxitos parciales de algunos sindicatos, la huelga en Chicago continuaba. Una sola usina seguía echando su humo negro sobre la región: la fábrica de maquinaria agrícola McCormik, al Norte de Chicago. El fundador de la usina, Cyrus McCormik, había muerto poco antes y dejado en el testamento una suma considerable de dinero para levantar una iglesia. Pero su heredero resolvió construir el templo sacando los fondos de un descuento obligatorio a sus obreros, que lo rechazaron. El 16 de febrero de 1886 estalló la huelga. Entonces, McCormik hijo contrató cientos de rompehuelgas a través de los hermanos Pinkerton y desalojaron en medio día la fábrica, que estaba ocupada por los trabajadores.

Cuando estalló la huelga general del 1° de mayo, McCormik seguía funcionando con el trabajo de los rompehuelgas, y no tardaron en producirse choques entre los restantes trabajadores de la ciudad y los “amarillos”. El ambiente ya estaba caldeado, porque la policía había disuelto violentamente un mitin de 50.000 huelguistas en el centro de Chicago, el 2 de mayo. El día 3 se hizo una nueva manifestación, esta vez frente a la fábrica McCormik, organizada por la Unión de los Trabajadores de la Madera. Estaba en la tribuna el anarquista August Spies, cuando sonó la campana anunciando la salida de un turno de rompehuelgas. Sentirla y lanzarse los manifestantes sobre los “scabs” (amarillos) fue todo uno. Injurias y pedradas volaban hacia los traidores, cuando una compa&ntil de;ía de policías cayó sobre la muchedumbre desarmada y, sin aviso alguno, procedió a disparar a quemarropa sobre ella. 6 muertos y varias decenas de heridos fue el saldo de la acción policial.

Enardecido por la matanza, Fischer voló a la Redacción del “Arbeiter Zeitung”, donde escribió una vibrante proclama, con la cual se imprimieron 25.000 octavillas y que sería luego pieza principal de la acusación en el proceso que terminó con su ahorcamiento. Decía:

“Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!

¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria.

Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo.

Es la necesidad lo que nos hace gritar: “¡A las armas!”.

Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden...

¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!

¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!”.

La proclama terminaba convocando a una gran concentración de protesta para el 4 de mayo, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket, y concluía con las palabras: “¡Trabajadores, concurrid armados y manifestaos con toda vuestra fuerza!”. Esta frase (y aquella que decía “¡A las armas!”) fueron tachadas por Spies, director de la imprenta, y él mismo vigiló especialmente que no la incluyeran los tipógrafos. Sin embargo, cuando posteriormente la Policía se incautó de los originales, convirtió esa frase no publicada en el núcleo central de la acusación.

En Haymarket se reunieron unas 15.000 personas. La mayoría de los que posteriormente serían los mártires de Chicago se hallaba a esa hora en la Redacción del “Arbeiter Zeitung”. Parsons estaba con su mujer y dos hijos; lo acompañaba una obrera con la que iban a discutir la organización de las costureras. Fielden y Schwab también estaban allí. Schwab abandonó la reunión para asistir a un mitin en Deering. Cuando discutían sobre la incorporación de las costureras a la lucha por las 8 horas, mujeres particularmente explotadas que entonces trabajaban sobre 15 horas diarias, un obrero se presentó diciendo que en la concentración faltaban oradores en inglés. Todos dejaron el local del periódico y fueron allí, donde Spies ocupaba la tr ibuna. Le sucedió Parsons, que habló por espacio de una hora. Luego, Fielden. Los discursos eran moderados y la muchedumbre se comportaba con tranquilidad, pese a la gravedad de la masacre del día anterior frente a McCormik.

El alcalde de Chicago, Carter H. Harrison, que presenciaba el mitin para pulsar el ambiente, se fue a casa al concluir de hablar Parsons, dándole órdenes al capitán de Policía Bonfield, a cargo de la tropa, de que la retirara. Empezaba a llover, como culminación de un día helado y húmedo. Fielden estaba aún en la tribuna y la gente comenzaba a dispersarse. Algunos obreros se dirigieron incluso al Zept Hall, cervecería que quedaba en las proximidades, para seguir a través de sus ventanas la manifestación. En la plaza, la muchedumbre ya estaba reducida a unos pocos miles cuando 180 policías avanzaron de pronto sobre los manifestantes con los capitanes Bonfield y Ward al frente, quienes ordenaron terminar el mitin de inmediato y a sus hombres tomar posiciones de disparar. Ya se alzaban los fusiles cuando, desde el montón informe de los manifestantes, se vio salir un objeto humeante del tamaño de una naranja, que cayó entre dos filas de los policías, levantando un poderoso estruendo y arrojando por tierra a todos los que se encontraban cerca. Sesenta policías quedaron heridos de inmediato y uno muerto, en medio de tremenda confusión. Fue la señal para que se desatara un pánico loco y una carnicería más terrible que la de la víspera. Rehechos en sus filas y apoyados por refuerzos, los policías cargaron salvajemente sobre la multitud, disparando y golpeando a diestra y siniestra. El balance dejó un total de 38 obreros muertos y 115 heridos. Otros 6 policías alcanzados por la bomba murieron en el hospital.

Esa misma noche, Chicago fue puesto en estado de sitio, se estableció el toque de queda y la tropa ocupó militarmente los barrios obreros. Al día siguiente, la nación estaba conmocionada por los sucesos y la gran prensa no reparó en nada para calumniar a radicales, anarquistas, socialistas y trabajadores extranjeros, sobre todo a los alemanes. El 5 de mayo, “The New York Times” daba por hecho que los anarquistas eran los culpables del lanzamiento de la bomba. La policía, al mando del capitán Michael Schaack, realizó una batida contra 50 supuestos “nidos” de anarquistas y socialistas y detuvo e interrogó de manera brutal a unas 300 personas.

El jefe de Policía Ebersold, hablando tres años más tarde sobre aquellos hechos, decía: “Schaack quería mantener la tensión. Deseaba encontrar bombas por todos lados... Y hay algo que no sabe el público. Una vez desarticuladas las células anarquistas, Schaack quiso que se organizasen de inmediato nuevos grupos... No quería que la "conspiración" pasase; deseaba seguir siendo importante a los ojos del público”.

La policía estaba más interesada en conseguir pruebas en contra de los detenidos que en localizar al que había arrojado la bomba. Se ofreció dinero y trabajo a cuantos se ofrecieron a testificar a favor del Estado.

Los locales sindicales, los diarios obreros y los domicilios de los dirigentes fueron allanados, salvajemente golpeados ellos y sus familiares, destruidos sus bibliotecas y enseres, escarnecidos y, finalmente, acusados en falso de ser ellos quienes habían confeccionado, transportado hasta la plaza de Haymarket y arrojado la bomba que desencadenó la feroz matanza. Ninguno de los cargos pudo ser probado, pero todo el poder del gran capital, su prensa y su justicia, se volcaron para aplicar una sanción ejemplar a quienes dirigían la agitación por la jornada de 8 horas. Spies, Parsons, Fielden, Fischer, Engel, Schwab, Lingg y Neebe pagaron con sus vidas, o la cárcel, el crimen de tratar de poner un límite horario a la explotación del trabajo humano.

El 11 de noviembre de 1887, un año y medio después de la gran huelga por las 8 horas, fueron ahorcados en la cárcel de Chicago los dirigentes anarquistas y socialistas August Spies, Albert Parsons, Adolf Fischer y George Engel. Otro de ellos, Louis Lingg, se había suicidado el día anterior. La pena de Samuel Fielden y Michael Schwab fue conmutada por la de cadena perpetua, es decir, debían morir en la cárcel, y Oscar W. Neebe estaba condenado a quince años de trabajos forzados. El proceso había estremecido a Norteamérica y la injusta condena (sin probárseles ningún cargo) conmovió al mundo. Cuando Spies, Parsons, Fischer y Engel fueron colgados, la indignación no pudo contenerse, y hubo manifestaciones en contra del capitalismo y de sus jueces en las principale s ciudades del mundo. De allí empezó a celebrarse cada 1° de mayo el “Día Internacional de los Trabajadores”, conmemorando exactamente el inicio de la huelga por las 8 horas y no su aberrante epílogo. Pero fue el sacrificio de los héroes de Chicago el que grabó a fuego en la conciencia obrera aquella fecha inolvidable.

LOS HECHOS

Luego del enfrentamiento de huelguistas y esquiroles frente a la fábrica McCormik, la tarde del 3 de mayo de 1886 se reunió en Chicago el grupo socialista de trabajadores alemanes “Lehr und Wehr Verein” (Asociación de Estudio y Lucha). Con asistencia de Engel y Fischer, se acordó convocar un mitin de protesta en la plaza Haymarket, para el día siguiente por la tarde (4 de mayo). Fischer se entrevistó con Spies el día 4 por la mañana, comprometiéndolo a hablar en aquel mitin.

Parsons no estaba en la ciudad. Se hallaba en Cincinnati. Llegó el día 4 en la mañana a Chicago y, sin saber de la concentración, queriendo ayudar a su esposa en la organización de las costureras, convocó a una reunión en las oficinas del diario “Arbeiter Zeitung”. Al mismo lugar llegaron Fielden y Schwab, donde Parsons se presentó con su esposa mexicana, Lucy González, dos de sus hijos y miss Holmes, del gremio de las costureras.

Schwab partió a un mitin en Deering, donde estuvo hasta las diez y media de la noche. En ese momento vinieron a buscar a Parsons, porque en la plaza de Haymarket faltaban oradores en inglés, y fue éste con toda su familia. Hablaron allí Spies, Parsons y Fielden, que debía cerrar la manifestación.

Mientras continuaba hablando Fielden, Parsons fue al cercano local Zept Hall para protegerse de la lluvia, que empezaba a caer. Allí se encontraba ya Fischer. En la tribuna seguían Fielden, que era el orador, y Spies, cuando de pronto (según el testimonio del apóstol cubano José Martí, entonces corresponsal de prensa en los Estados Unidos) “se vio descender sobre sus cabezas, caracoleando por el aire, un hilo rojo. Tiembla la tierra, húndese el proyectil cuatro pies en su seno; caen rugiendo, uno sobre otros, los soldados de las dos primeras líneas; los gritos de un moribundo desgarran el aire”.

Esa bomba lanzada por mano anónima fue seguida del fusilamiento de la multitud por la policía, dejando a 38 obreros muertos y 115 heridos y puso en difícil situación a los dirigentes. Se hallaron (en palabras de Martí) “acusados de haber compuesto y ayudado a lanzar, cuando no lanzado, la bomba del tamaño de una naranja que tendió por tierra las filas delanteras de los policías, dejó a uno muerto, causó después la muerte de seis más y abrió en otros 50 heridas graves...”.

En la redada policial que siguió a la masacre (más de 300 detenidos en un día), bajo estado de sitio, toque de queda y ocupación militar de los barrios obreros, fueron aprehendidos Spies, Schwab y Fischer, en las oficinas del “Arbeiter Zeitung”, esa misma noche. A Fielden, herido, lo sacaron de su casa. A Engel y Neebe, de sus casas también. Lingg fue apresado en su buhardilla, luego de enfrentarse a bofetadas con los policías que lo iban a detener. Le hallaron bombas. Parsons logró escapar, pero se presentó voluntariamente al Tribunal, al iniciarse el proceso, para compartir la suerte de sus compañeros.

EL PROCESO

El 17 de mayo de 1886 se reunió el Tribunal Especial, ante el cual comparecieron: August Spies, 31 años, periodista y director del “Arbeiter Zeitung”; Michael Schwab, 33 años, tipógrafo y encuadernador; Oscar W. Neebe, 36 años, vendedor, anarquista; Adolf Fischer, 30 años, periodista; Louis Lingg, 22 años, carpintero; George Engel, 50 años, tipógrafo y periodista; Samuel Fielden, 39 años, pastor metodista y obrero textil; Albert Parsons, 38 años, veterano de la guerra de secesión, ex candidato a la Presidencia de los Estados Unidos por los grupos socialistas, periodista; Rodolfo Schnaubelt, cuñado de Schwab, y los traidores William Selinger, Waller y Scharader, ex integrantes del movimiento obrero que testificaron en falso contra quienes llamaban “ca maradas” y cuyo perjurio fue posteriormente comprobado, cuando ya sus declaraciones habían sido acogidas por el Tribunal y ahorcados cuatro de los acusados.

El 21 de junio de 1886 se procedió al examen de jurados entre 981 candidatos, ante el juez Joseph E. Gary, que debía seleccionar a 12 de ellos. 5 ó 6 obreros, que se presentaron como posibles jurados, fueron recusados por el ministerio público. Se admitió sólo a los individuos que daban garantías de sustentar prejuicios antisocialistas o antianarquistas, predispuestos con anticipación contra los detenidos, a quienes se acusó formalmente de “conspiración de homicidio”, por la muerte del policía Mathias Degan, alcanzado por la bomba, y por otros 69 cargos. 5 de los acusados habían nacido en Alemania y uno en Inglaterra, lo que estimulaba las acusaciones contra la “inspiración foránea” de la agitación obrera.

En realidad; siguiendo el testimonio de Martí, se los procesaba “por explicar en la prensa y en la tribuna las doctrinas cuya propaganda les permitía la ley. En Nueva York, entre tanto, los culpables en un caso de incitación directa a la rebeldía habían sido castigados ¡con doce meses de cárcel y 250 dólares de multa!”.

Nada se decía en la acusación de la huelga nacional por la jornada de 8 horas, y menos de las condiciones de vida que sufrían los obreros en los Estados Unidos. Los acusadores estaban obsesionados por “la conspiración de la dinamita”, y aseguraban que Schnaubelt (cuñado de Schwab) había arrojado la bomba en Haymarket, que Spies y Fischer le habían ayudado en esa tarea, que Lingg la habría fabricado y transportado hasta la plaza...

Después de 22 días de examen de candidatos, el Gran Jurado estuvo dispuesto para la vista de la causa. Entre tanto, el alguacil especial Henry Rice se jactaba ante sus amigos, como se supo posteriormente, de que él mismo se había encargado de prepararlo todo para que formasen parte del Jurado sólo hombres declaradamente adversos a los acusados y éstos no escaparan así de la horca.

El 15 de julio de 1886, el fiscal Grinnell, como representante del Estado de Illinois, empezó la acusación por los delitos de conspiración y asesinato de policías, prometiendo probar en el juicio quién había arrojado la bomba en la plaza Haymarket. Fundaba la acusación en que los procesados pertenecían a una “asociación secreta” que se proponía hacer la revolución social y destruir el orden establecido, empleando la dinamita para ello.

El 1º de mayo (según Grinnell) era el día señalado para iniciar la subversión, “pero causas imprevistas lo impidieron”. Así quedó aplazada, decía, para el 4 de mayo en la plaza de Haymarket. El plan revolucionario, dijo el fiscal, había sido preparado por August Spies, pero no sólo eso, también éste había encendido la mecha de la bomba, antes de que la lanzara Schnaubelt sobre los policías. Seguía el fiscal: “La vasta conspiración es obra de la Internacional. Los miembros de dicha asociación se dedican, unos a la propaganda, otros a la fabricación de bombas y otros a entrenar en el manejo de las armas a sus afiliados”.

Demostró Grinnell que todos los acusados eran anarquistas o socialistas, lo que ellos reconocieron de buen grado, pero no pudo probar su participación directa en el delito que les imputaba.

Los testigos utilizados por la acusación eran el capitán de Policía Bonfield, que ordenó disparar contra la multitud en Haymarket, y los ex anarquistas Waller, Schrader y Selinger, que declararon contra sus antiguos camaradas, pagados o coaccionados por la policía: Waller aseguraba que sí existió conspiración, pero se confundió ante las miradas de los que lo habían considerado un compañero, y entonces el fiscal interrogó a Schrader. Pero éste, “más cobarde que vil”, titubeó tanto, su declaración se hizo tan contradictoria y torpe, que el procurador del Estado gritó a la defensa: “Llevaos este testigo: no es nuestro, es vuestro”.

El testigo Gillmer dijo que vio a Schnaubelt (cuñado de Schwab) arrojar la bomba ayudado por Fischer y Spies, pero se probó que Fischer estaba en ese momento fuera de la plaza, en el Zept Hall, y Spies en la tribuna de oradores, y que Schnaubelt estaba en un sitio de la plaza distinto al lugar desde donde fue arrojada la bomba.

Para probar la existencia de una “conspiración”, el fiscal recurrió a la prensa anarquista, presentando fragmentos de artículos y reproducción de discursos de los procesados, muy anteriores a los sucesos materia de juicio. Las citas eran amañadas y absolutamente fuera de contexto, pero se leyeron de manera melodramática ante los jurados, y se exaltaron las pasiones de los mismos exhibiéndoles bombas reales, armas, dinamita y hasta uniformes ensangrentados de los policías heridos en Haymarket. Pero no se demostró judicialmente ninguna relación concreta entre la bomba arrojada allí y los procesados.

José Martí dijo expresamente en su crónica de los sucesos: “No se pudo probar que los ocho acusados del asesinato del policía Degan hubieran preparado ni encubierto siquiera una conspiración que rematase con su muerte. Los testigos fueron los policías mismos, y cuatro anarquistas comprados, uno de ellos confeso de perjurio. Lingg mismo, cuyas bombas eran semejantes, como se vio por el casquete, a la de Haymarket, estaba, según el proceso, lejos de la catástrofe. Parsons, contento de su discurso (ya pronunciado), contemplaba la multitud desde un lugar vecino. El perjuro fue quien dijo, y desdijo luego, que vio a Spies encender el fósforo con que se prendió la mecha de la bomba, que Ling "cargó con otro hasta un rincón cercano a la plaza en un baúl de cuero&q uot;, que la tarde de los seis muertos en McCormik acordaron los anarquistas, a petición de Engel, armarse para resistir nuevos ataques. Que Spies estuvo un instante en el lugar en que se tomó el acuerdo. Que en su despacho había bombas, y en una u otra casa, "Manuales de guerra revolucionaria". Lo que sí se probó con plena prueba fue que, según todos los testigos adversos, el que arrojó la bomba era un desconocido”.

La defensa acusó al capitán Bonfield, a cargo de la Policía en Haymarket, de estar pagado por la “Citizens Association”, una “organización burguesa de conspiradores capitalistas”, que venía buscando el momento para descabezar el movimiento obrero en Chicago. Spies llegó a decir: “Somos acusados de conspiración por los verdaderos conspiradores y sus instrumentos... Si no se hubiera arrojado esa bomba, igual habría hoy centenares de viudas y de huérfanos... Bonfield, el hombre que haría avergonzar a los héroes de la noche de San Bartolomé, el ilustre Bonfield que habría prestado innegables servicios a Doré como modelo para los demonios de Dante, Bonfield era el hombre capaz de llevar a la práctica la conspiración de la & quot;Citizens Association" de nuestros patricios”.

HABLAN LOS SENTENCIADOS

El 20 de agosto de 1886, ante el Tribunal en pleno, fue leído el veredicto del Jurado: condenados a muerte Spies, Schwab, Lingg, Engel, Fielden, Parsons, Fischer y a 15 años de trabajos forzados, Oscar W. Neebe.

Se les concedió el uso de la palabra a los sentenciados. Sus discursos se conservan y algunos fragmentos de ellos se reproducen aquí, en el orden en que fueron pronunciados. Hiela la sangre leerlos. Se trata de hombres que sabían de antemano que serían condenados a la pena capital y por un crimen que no habían cometido. Sus palabras, inspiradas y proféticas, tienen un patetismo que los años pasados desde entonces no logran borrar.

DISCURSO DE AUGUST SPIES
(Director del “Arbeiter Zeitung”, 31 años. Nacido en Alemania Central)

“Al dirigirme a este Tribunal lo hago como representante de una clase social enfrente de los de otra clase enemiga, y empezaré con las mismas palabras que un personaje veneciano pronunció hace cinco siglos en ocasión semejante: "Mi defensa es vuestra acusación; mis pretendidos crímenes son vuestra historia".

Se me acusa de complicidad en un asesinato y se me condena, a pesar de que el ministerio público no ha presentado prueba alguna de que yo conozca al que arrojó la bomba, ni siquiera de que en tal asunto haya tenido yo la menor intervención. Sólo el testimonio del procurador del Estado y el de Bonfield, y las contradictorias declaraciones de Thompson y de Gillmer, testigos pagados por la Policía, pueden hacerme aparecer como criminal.

Y si no existe un hecho que pruebe mi participación o mi responsabilidad en el asunto de la bomba, el veredicto y su ejecución no son más que un crimen maquiavélicamente concebido y fríamente ejecutado, como tantos otros que registra la historia de las persecuciones políticas y religiosas.

Se han cometido muchos crímenes jurídicos aun obrando de buena fe los representantes del Estado, creyendo realmente delincuentes a los sentenciados. En esta ocasión, ni esa excusa existe. Por sí mismos, los representantes del Estado han fabricado la mayor parte de los testimonios, y han elegido un Jurado viciado en su origen. Ante este Tribunal, ante el público, yo acuso al procurador del Estado, y a Bonfield, de conspiración infame para asesinarnos.

La tarde del mitin de Haymarket encontré a un tal Legner. Este joven me acompañó, no dejándome hasta el momento en que bajé de la tribuna, unos cuantos segundos antes de estallar la bomba. El sabe que no vi a Schwab aquella tarde. Sabe también que no tuve la conversación que me atribuye Thompson. Sabe que no bajé de la tribuna para encender la bomba. ¿Por qué los honorables representantes del Estado rechazan a este testigo que nada tiene de socialista? Sencillamente porque probaría el perjurio de Thompson y la falsedad de Gillmer. Y el nombre de Legner estaba en la lista de los testigos presentados por el ministerio público. No fue, sin embargo, citado a declarar, y la razón es obvia. Se le ofrecieron 500 dólares para que abandonara la ciudad, y rechazó indignado el ofrecimiento. Cuando yo preguntaba por Legner, nadie sabía de él ¡el honorable, el honorabilísimo fiscal Grinnell, me contestaba que él mismo lo había buscado sin conseguir encontrarlo! Tres semanas después supe que aquel joven había sido llevado detenido por dos policías a Buffalo, Estado de Nueva York. ¡Juzgad quiénes son los asesinos!

Si yo hubiera arrojado la bomba o hubiera sido el causante de que se la arrojara, o hubiera siquiera sabido algo de ello, no vacilaría en afirmarlo aquí... Mas, decís, "habéis publicado artículos sobre la fabricación de dinamita". Y bien, todos los periódicos los han publicado, entre ellos los titulados "Tribune" y "Times", de donde yo los trasladé, en algunas ocasiones, al "Arbeiter Zeitung" ¿Por qué no traéis al estrado a los editores de aquellos periódicos?

Me acusáis también de no ser ciudadano de este país. Resido aquí hace tanto tiempo como Grinnell, y soy tan buen ciudadano como él cuando menos, aunque no quisiera ser comparado con tal personaje. Grinnell ha apelado innecesariamente al patriotismo del Jurado y yo voy a contestarle con las palabras de un literato inglés: ¡El patriotismo es el último refugio de los infames!

¿Qué hemos dicho en nuestros discursos y en nuestros escritos?

Hemos explicado al pueblo sus condiciones y las relaciones sociales; le hemos hecho ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyes bajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación científica hemos probado hasta la saciedad que el sistema del salario es la causa de todas las iniquidades, iniquidades tan monstruosas que claman al cielo. Nosotros hemos dicho, además, que el sistema del salario, como forma específica del desenvolvimiento social, habría de dejar paso, por necesidad lógica, a formas más elevadas de civilización; que dicho sistema preparaba el camino y favorecía la fundación de un sistema cooperativo universal, que tal es el socialismo. Que tal o cual teoría, tal o cual diseño de mejoramiento futuro, no eran materia de elección, sino de necesidad histórica, y que para nosotros la tendencia del progreso era la de una sociedad de soberanos en la que la libertad y la igualdad económica de todos produciría un equilibrio estable como base y condición del orden natural.

Grinnell ha dicho repetidas veces que es el anarquismo lo que se trata de sojuzgar. Pues bien, la teoría anarquista pertenece a la filosofía especulativa. Nada se habló de la anarquía en el mitin de Haymarket. En ese mitin sólo se trató de la reducción de horas de trabajo. Pero insistid: "Es el anarquismo al que se juzga". Si así es, por vuestro honor que me agrada: yo me sentencio, porque soy anarquista. Yo creo como Burke, como Paine, como Jefferson, como Emerson y Spencer y muchos otros grandes pensadores del siglo, que el estado de castas y de clases, el estado donde una clase vive a expensas del trabajo de otra clase -a lo cual llamáis orden- yo creo, digo, que esta bárbara forma de organización social, con sus robos y asesinatos legales, está próxima a desaparecer y dejará pronto paso a una sociedad libre, a la asociación voluntaria o a la hermandad universal, si lo preferís. ¡Podéis, pues, sentenciarme, honorable Jurado, pero que al menos se sepa que aquí, en Illinois, ocho hombres fueron condenados por creer en un bienestar futuro, por no perder la fe en el triunfo final de la Libertad y de la Justicia!

Grinnell ha repetido varias veces que éste es un país adelantado. ¡El veredicto corrobora tal aserto!

Este veredicto lanzado contra nosotros es el anatema de las clases ricas sobre sus expoliadas víctimas, el inmenso ejército de los asalariados. Pero si creéis que ahorcándonos podéis contener el movimiento obrero, ese movimiento constante en que se agitan millones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del salario; si esperáis salvaros y lo creéis, ¡ahorcadnos!... Aquí os halláis sobre un volcán, y allá y acullá, y debajo, y al lado, y en todas partes surge la Revolución. Es un fuego subterráneo que todo lo mina.

Vosotros no podéis entender esto. No creéis en las artes diabólicas, como nuestros antecesores, pero creéis en las conspiraciones. Os asemejáis al niño que busca su imagen detrás del espejo. Lo que veis en nuestro movimiento, lo que os asusta, es el reflejo de vuestra maligna conciencia. ¿Queréis destruir a los agitadores? Pues aniquilad a los patrones que amasan sus fortunas con el trabajo de los obreros, acabad con los terratenientes que amontonan sus tesoros con las rentas que arrancan a los miserables y escuálidos labradores... Suprimíos vosotros mismos, porque excitáis el espíritu revolucionario.

Ya he expuesto mis ideas. Ellas constituyen una parte de mí mismo. No puedo prescindir de ellas, y aunque quisiera no podría. Y si pensáis que habréis de aniquilar esas ideas, que ganan más y más terreno cada día, mandándonos a la horca; si una vez más aplicáis la pena de muerte por atreverse a decir la verdad -y os desafiamos a que demostréis que hemos mentido alguna vez-, yo os digo que si la muerte es la pena que imponéis por proclamar la verdad, entonces estoy dispuesto a pagar tan costoso precio. ¡Ahorcadnos! La verdad crucificada en Sócrates, en Cristo, en Giordano Bruno, en Juan Huss, en Galileo, vive todavía; éstos y otros muchos nos han precedido en el pasado. ¡Nosotros estamos prontos a seguirles!”.

El discurso de Spies, interrumpido sin cesar por el juez, duró más de 2 horas. Hablaba como un iluminado, y las interrupciones parecían hacerlo más enérgico y elocuente.

DISCURSO DE MICHAEL SCHWAB (Nacido en Baviera, Alemania. Tipógrafo. Tenía 33 años en el momento del juicio)

“Hablaré poco, y seguramente no despegaría mis labios si mi silencio no pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento a la comedia que acaba de desarrollarse.

Habláis de una gigantesca conspiración. Un movimiento social no es una conspiración, y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día. No hay secreto alguno en nuestra propaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una próxima revolución, un cambio en el sistema de producción de todos los países industriales del mundo, y ese cambio viene, ese cambio no puede menos que llegar...

Si nosotros calláramos, hablarían hasta las piedras. Todos los días se cometen asesinatos; los niños son sacrificados inhumanamente, las mujeres perecen a fuerza de trabajar y los hombres mueren lentamente, consumidos por sus rudas faenas, y no he visto jamás que las leyes castiguen estos crímenes...

Como obrero que soy, he vivido entre los míos; he dormido en sus tugurios y en sus cuevas; he visto prostituirse la virtud a fuerza de privaciones y de miseria, y morir de hambre a hombres robustos por falta de trabajo. Pero esto lo había conocido en Europa y abrigaba la ilusión de que en la llamada tierra de la libertad, aquí en América, no presenciaría estos tristes cuadros. Sin embargo, he tenido ocasión de convencerme de lo contrario. En los grandes centros industriales de los Estados Unidos hay más miseria que en las naciones del viejo mundo. Miles de obreros viven en Chicago en habitaciones inmundas, sin ventilación ni espacio suficientes; dos y tres familias viven amontonadas en un solo cuarto y comen piltrafas de carne y algunos restos de verdura. Las enfermedades se ceban en los hombres , en las mujeres y en los niños, sobre todo en los infelices e inocentes niños. ¿Y no es esto horrible en una ciudad que se reputa civilizada?

De ahí, pues, que haya aquí más socialistas nacionales que extranjeros, aunque la prensa capitalista afirme lo contrario con objeto de acusar a los últimos de traer la perturbación y el desorden desde fuera.

El socialismo, tal como nosotros lo entendemos, significa que la tierra y las máquinas deben ser propiedad común del pueblo. La producción debe ser regulada y organizada por asociaciones de productores que suplan a las demandas del consumo. Bajo tal sistema todos los seres humanos habrán de disponer de medios suficientes para realizar un trabajo útil, y es indudable que nadie dejará de trabajar.

Tal es lo que el socialismo se propone. Hay quien dice que esto no es americano. Entonces, ¿será americano dejar al pueblo en la ignorancia, será americano explotar y robar al pobre, será americano fomentar la miseria y el crimen? ¿Qué han hecho los partidos políticos tradicionales por el pueblo? Prometer mucho y no hacer nada, excepto corromperlo comprando votos en los días de elecciones. Es natural después de todo, que en un país donde la mujer tiene que vender su honor para vivir, el hombre se vea obligado a vender su conciencia...

"El anarquismo está muerto", ha dicho el fiscal. El anarquismo hasta hoy sólo existe como doctrina, y Mr. Grinnell no tiene poder para matar ninguna doctrina. El anarquismo es hoy una aspiración, pero una aspiración que se realizará algún día... La anarquía es un orden sin gobierno. Es un error emplear la palabra anarquía como sinónimo de violencia, pues son cosas opuestas. En el presente estado social, la violencia se emplea a cada momento, y por eso nosotros propagamos la violencia también, pero solamente contra la violencia, como un medio necesario de defensa”.

DISCURSO DE OSCAR NEEBE (Nacido en Filadelfia, de padres alemanes, no era obrero, sino vendedor de levaduras en una empresa propiedad de su familia. Desde su adolescencia trabajó a favor de los desheredados y organizó varios importantes sindicatos por oficio. Fue condenado a 15 años de prisión)

“Durante los últimos días he podido aprender lo que es la ley, pues antes no lo sabía. Yo ignoraba que pudiera estar convicto de un crimen por conocer a Spies, Fielden y Parsons...

Con anterioridad al 4 de mayo yo había cometido ya otros delitos. Mi trabajo como vendedor de levaduras me había puesto en contacto con los panaderos. Vi que los panaderos de esta ciudad eran tratados como perros... Y entonces me dije: "A estos hombres hay que organizarlos; en la organización está la fuerza". Y ayudé a organizarlos. Fue un gran delito. Aquellos hombres ahora, en vez de estar trabajando catorce y dieciséis horas, trabajan diez horas al día... Y aún más: cometí un delito peor... Una mañana, cuando iba de un lado a otro con mis trastos, vi que los obreros de las fábricas de cerveza de la ciudad de Chicago entraban a trabajar a las cuatro de la mañana. Llegaban a su casa a las siete u ocho de la noche. No veían nunca a su familia; no ve&i acute;an nunca a sus hijos a la luz del día... Puse manos a la obra y los organicé.

En la mañana del 5 de mayo supe que habían sido detenidos Spies y Schwab, y entonces fue también cuando tuve la primera noticia de la celebración del mitin de Haymarket durante la tarde anterior. Después que terminé mis faenas fui a las oficinas del "Arbeiter Zeitung", en donde me encontraba cuando fue allanado el periódico...

Veinticinco policías allanaron mi casa el mismo día y encontraron un revólver y una bandera roja, de un pie cuadrado, con la que jugaba frecuentemente mi hijo.

Yo no creo que sólo los anarquistas y socialistas tengan armas en su casa... Habéis probado que organicé asociaciones obreras, que he trabajado por la reducción de horas, que he hecho cuanto he podido por volver a publicar el "Arbeiter Zeitung": he ahí mis delitos. Pues bien: me apena la idea de que no me ahorquéis, honorables jueces, porque es preferible la muerte rápida a la muerte lenta en que vivimos. Tengo familia, tengo hijos, y si saben que su padre ha muerto lo llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo. Ellos podrán visitar su tumba, pero no podrán, en caso contrario, entrar en el presidio para besar a un condenado por un delito que no ha cometido. Esto es lo que tengo que decir. Yo os suplico: ¡Dejadme participar de la suerte de mis compañeros! ¡Ahorcadme con ellos!”.