sábado, 31 de marzo de 2007

Problemas de la política de emancipación



Kebir Sabar, Maggie Schmitt, Amador Fernández-Savater
Arteleku

Entrevista realizada al final del encuentro con Alain Badiou, co-organizado por la revista Archipiélago y el Centro de Cultura Contemporánea Arteleku, que tuvo lugar los días 9 y 10 de octubre de 2006 en San Sebastián. Los contenidos de ese encuentro pueden consultarse en el número 73-74 de Archipiélago y en la web de Arteleku (http://www.arteleku.net)


¿Cuál piensas que es hoy el motor de la política de emancipación?

A.B.: Pienso que no hay una situación general y que no hay un único motor. La política de emancipación existe bajo la forma de unas secuencias singulares y esas secuencias singulares se vuelven posibles por los acontecimientos. El acontecimiento es una acción de ruptura, que está fuera de cualquier repetición, una acción nueva e inventada que lleva a una mayor igualdad, que crea tiempo y espacio. Por tanto, la política de emancipación tiene por condición unos acontecimientos cuya aportación es universal, acontecimientos de emancipación misma, producidos por las circunstancias históricas. La política de emancipación se da siempre bajo la forma de la fidelidad práctica a ciertos acontecimientos, una fidelidad que se organiza colectivamente para sacar las consecuencias del acontecimiento, decidir su significado y obrar a partir de ahí.

Por tanto, no hay leyes históricas generales de la política de emancipación, hay secuencias particulares, siempre singulares. Cada secuencia es nueva y lleva algo que no está contenido en las secuencias anteriores y algo que sí. Todo proceso nuevo es una mezcla de uno nuevo y uno antiguo. La historia de la política de emancipación es una historia discontinua, no existe siempre, hay períodos históricos fundamentales donde la política de emancipación es, o bien muy débil, o bien está prácticamente ausente. Simplemente porque las condiciones de ruptura no se dan o porque el conservadurismo de las identidades es extremadamente poderoso. La política de emancipación no está contenida en ningún progreso constante.



¿Cuál es la relación entre política de emancipación y nuestra vida cotidiana?



A.B.: Como el arte, como la ciencia, la política es una práctica singular, es una práctica singular discontinua en relación a la vida cotidiana.

No soy del todo partidario, como los situacionistas o ciertos teóricos de la política como existencia hoy en día, como por ejemplo el colectivo Tiqqun, de la idea de una fusión de la política y la vida.

De hecho, la política es una práctica particular, cuyos orígenes son acontecimientos particulares y la idea de que pudiera haber una suerte de reconciliación entre la política y la vida no es del todo mi idea.

La política es algo autosuficiente. La política de emancipación supone la creación de nuevas colectividades, el encuentro entre gentes que habitualmente no se encuentran, toda una serie de novedades en los lazos colectivos. Pero esta novedad en los lazos colectivos es una novedad política, es decir, se crea mediante la puesta en común de un cierto número de convicciones y prácticas políticas, es un proceso separado de la normalidad cotidiana. Como todo otro proceso creador es siempre un proceso particular que tiene sus propios medios, su propia existencia. Hablamos del aislamiento, de la separación, de la fragmentación de la vida cotidiana bajo el capitalismo actual, pero verdaderamente un campesino en su pueblo en el siglo XVII estaba más separado del resto de la sociedad que cualquier otra persona hoy. Entonces, no es necesario creer que hay una nueva situación de soledad, de separación. En realidad, la política de emancipación siempre ha tenido como fin crear nuevos lazos, crear nuevas identidades, crear una nueva comunidad. No existe un nuevo problema de soledad, sino unas nuevas condiciones de producción de soledad. Nuevas condiciones porque las formas de soledad son totalmente nuevas.



¿Se puede ser siempre fiel a un acontecimiento, en qué consiste esa fidelidad?



Siempre estamos dentro de las consecuencias del acontecimiento, los grandes acontecimientos llevan sus consecuencias muy lejos. Por ejemplo, Mayo del 68 mostró que la política puede hacerse fuera de los partidos y sindicatos tradicionales, fuera del horizonte de la toma del poder. Las consecuencias del 68 están del todo activas hoy en día. Podemos sentir las consecuencias de un acontecimiento aunque no haya habido un acontecimiento cercano.

El problema es que cuanto más lejano es el acontecimiento, las consecuencias son más difíciles de encontrar, más difíciles de crear. Pero estamos siempre dentro de estas consecuencias. Para recogerlo más claramente diré tres cosas:



- En primer lugar, siempre hay una posibilidad de ser fiel a un acontecimiento, aún si ese acontecimiento está lejano en el tiempo.

- En segundo lugar, esa fidelidad consiste siempre en nuevas prácticas particulares, que no se fusionan con la vida en general y que crean un efecto de nuevas formas de relación, de acción y de transformación.

- En tercer lugar, lo que cambia principalmente, desde mi punto de vista, lo que supone una evolución y una historia, son las formas de la organización política. La historia de la política es naturalmente la historia de los acontecimientos, de las secuencias, de la fidelidad, etc.

Pero, en resumen, podemos ver que es la historia de las formas de la organización política y de la discusión alrededor de las formas de organización. La característica de la política, sea cual sea el problema en torno al que gira, es la de organizarse, lo mismo cuando está organizada en asamblea, cuando se organiza en grupos abiertos, etc. Está igualmente organizada. La política es para un grupo de gente que trabaja de forma colectiva, conjunta.

Eso que yo he llamado fidelidad es el compromiso subjetivo con las consecuencias de un acontecimiento que se ha reconocido como acontecimiento. El acontecimiento contiene una proposición universal que es una posibilidad. Por ejemplo, en el caso de Mayo del 68, la posibilidad de una experiencia política más allá de los partidos y sindicatos tradicionales, más allá de la toma del poder. La fidelidad consiste en instalarse en esta posibilidad e intentar hacer algo con ella, sacar las consecuencias novedosas, productivas y creadoras de esta posibilidad. Llamo a eso fidelidad simplemente porque se relaciona positivamente con un acontecimiento. Es fidelidad a algo que te ha pasado. En el fondo, la fidelidad consiste en continuar elaborando las consecuencias del acontecimiento, aunque el acontecimiento mismo haya desaparecido. Sin embargo, hoy en día se puede ser fiel al Mayo del 68, aún sin saber nada de lo pasó exactamente allí, porque se está dentro de las consecuencias lejanas de Mayo del 68 y quien trabaja en política, quien es un militante político, en una concepción general, está cerca de lo que Mayo del 68 hizo posible.

Por tanto, la fidelidad es simplemente un nombre para referirse a la relación con el acontecimiento y su creación de una nueva posibilidad universal, esto es, que puede implicar a todos, que no es corporativa, particular, interesada. El sentido de la fidelidad es la elaboración de esta posibilidad en el mundo real, en la situación. Lo que quisiera quizás agregar, para dejar esto más claro, es que la posibilidad política es siempre a propósito de un problema. Un acontecimiento político crea la posibilidad de resolver un problema que no podíamos resolver antes. Esta nueva posibilidad se crea a propósito de un problema ligado a la política de emancipación.

He tomado como ejemplo el hecho de que la política de emancipación del siglo XIX estaba totalmente unida a la idea de revolución y que la idea de revolución era sobre todo la idea de una insurrección armada. Pero todas las insurrecciones obreras armadas del siglo XIX fueron aplastadas a sangre y fuego. Entonces, el problema al acabar el siglo XIX es, o bien se abandona la idea de la revolución, que es la salida de una serie de partidos socialdemócratas parlamentarios; o bien se conserva la idea de la revolución, pero se resuelven los problemas de la victoria de la insurrección, que es la respuesta de Lenin. No se puede simplemente continuar ensayando insurrecciones que son aplastadas una detrás de otra. Mayo del 68 como acontecimiento político crea la posibilidad de tratar ese problema: la política de emancipación puede ponerse a distancia del Estado, no ha de perseguir la toma del poder. Una nueva posibilidad política no trata nunca todos los problemas al mismo tiempo, sino que trata un problema fundamental de la política.

Si Lenin piensa la revolución rusa con imágenes de la revolución francesa es porque tiene los mismos problemas. Si en Mayo del 68 se habla de los consejos obreros, es porque Mayo del 68 tiene los mismos problemas, para los que se buscan nuevas soluciones: ¿cómo crear una organización obrera que no sea la organización de un partido o una organización sindical tradicional? Siempre nos encontramos tratando problemas que ya han existido. Por eso el acontecimiento es una proposición universal, porque interviene en la resolución de un problema que ya ha existido y que no ha sido resuelto.

Pienso que Mayo del 68, pero también algunas cosas del zapatismo, algunos elementos del movimiento argentino actual, de la revolución polaca, de la revolución cultural china, etc., todos esos acontecimientos que se sitúan entre los años 60 y hoy en día, convergen hacia un punto esencial: cómo practicar en el presente una política que ya no es prisionera del modelo precedente de organización que ha dominado. Prisionera de un modelo de partido, prisionera del modelo de la figura militante tradicional. Así, vemos que todas esas experiencias demuestran que es posible, exactamente como la revolución rusa nos ha demostrado que la victoria de la insurrección armada era posible. Pero ahora sabemos que la victoria de la insurrección ya no es nuestro problema. En realidad, nuestro problema es cómo continuar con la política de una manera creadora, independientemente de las cuestiones del poder, cómo abrir la posibilidad política a otro nombre.

Ser fiel a esta colección de acontecimientos -pienso que este conjunto de acontecimientos puede ser considerado como un grupo de acontecimientos único, porque trata finalmente la misma posibilidad, trata el mismo problema- significa simplemente comprometerse con el proceso creador, con la idea de que vamos a inventar formas de organización, ajenas al modelo de partidos y que no están determinadas por la figura tradicional del enfrentamiento por el poder. Todo militante, todo activista, toda persona comprometida con la política de emancipación hoy en día, está dentro de la fidelidad a este conjunto de acontecimientos.



¿Se puede anticipar o preparar el acontecimiento?



A.B.: Si pudiésemos trabajar por anticipado en una subjetividad receptora del acontecimiento eso querría decir que podemos prever el acontecimiento y tener una imagen anticipada suficiente para preparar las subjetividades. Pero no es el caso: lo que caracteriza al acontecimiento es que sobreviene sin previsión posible, sin anticipación posible, por tanto no podemos prepararnos para el acontecimiento, para su interpretación positiva. Pienso que no es el vínculo intersubjetivo el que hace posible la política, sino la política la que hace posible el vínculo intersubjetivo. Los nuevos vínculos intersubjetivos que necesita la política son creados por la propia política, no se puede prepararlos con antelación.

Los lazos intersubjetivos que se crean en una situación política verdadera son completamente imprevisibles, en relación a la situación anterior. Antes de Mayo del 68, la idea de la posibilidad de vínculos políticos directos entre las masas de estudiantes y obreros no podía existir. Fue creada entonces. En el mismo Partido Comunista las unidades obreras y las unidades intelectuales estaban cuidadosa y meticulosamente separadas. El Partido Comunista no quería ese contacto e intentaron impedirlo durante Mayo del 68 por todos los medios. En Mayo se creó una nueva intersubjetividad social, absolutamente nueva, producida por la propia situación política, el vínculo entre obreros y estudiantes.

Sólo podemos ser sorprendidos por el acontecimiento. Pienso que la mejor manera de prepararlo e interpretarlo es simplemente la fidelidad a un acontecimiento anterior. El futuro se piensa con el presente.



¿Fue el 11 de septiembre un acontecimiento?



Para mi, el 11 de septiembre no es un acontecimiento. En absoluto. Si llamamos acontecimiento a la creación de una proposición universal, en el 11 de septiembre no se encuentra ni el elemento de universalidad, ni el elemento de posibilidad. En Al–Qaeda no veo figuras, ni siquiera virtuales, de universalismo: no hay novedad política ni se crea ningún espacio de emancipación. Más bien yo hablaría de una acción fascista. Una acción fascista tiene por objetivo desestabilizar las subjetividades e instalarlas en el terror, creo que es una definición formal posible del término. Es decir, estamos ante una acción que comporta una violencia tal que para las personas que no son testigos ni víctimas no tiene ninguna inteligibilidad posible. Razón por la cual la reacción americana es totalmente irracional y violenta, porque no hay relación alguna, todo el mundo lo sabe, entre el 11 de septiembre y destruir Irak. En el 11 de septiembre no se da la forma del acontecimiento propiamente dicha. Quizá la del desastre, que se parece al acontecimiento pero sólo tiene consecuencias negativas.



Parece que en Europa los movimientos se limitan a expresar grandes “No” (no a la guerra, no al CPE), mientras que por ejemplo en América Latina se crean también “pequeños sí” (otras formas de reproducir cotidianamente el lazo social). ¿Por qué pasa tal cosa?



A:B.: Toda una época ha estado marcada por la negación, que se organizaba en la figura de la revuelta. Se confiaba en que lo positivo saldría de la negación. Es una concepción dialéctica de la política. Hay que entrar en otro periodo.

Decir “No” crea movimiento, pero nada más que movimiento. Dicho en otras palabras, no crea una novedad política. Aunque no podemos unificar los movimientos en una misma categoría, en general lo que teje la unidad del movimiento es la negación, la oposición a algo. Pero la protesta, la acción no es suficiente hoy en día para crear una novedad política. Como he explicado antes, esa era la idea al inicio del siglo XIX con las revoluciones: la acción radical, la insurrección, va a crear la novedad. En Francia, en un momento de grandes huelgas y manifestaciones como el de 1995, hemos podido constatar que la revuelta por sí sola no crea hoy un espacio político nuevo. Lo confirman otros ejemplos que nos son lejanos, pero que es necesario conocer, como por ejemplo los grandes disturbios obreros en la China de hoy, los disturbios en las fábricas por las condiciones inhumanas y en el campo por el robo de tierra a los campesinos para instalar hoteles y campos de golf. La cuestión fundamental, que es casi una cuestión filosófica, es cómo invertir la relación entre afirmación y negación. Por supuesto que siempre tendremos necesidad de la negación, pero la revuelta no puede ser considerada como creadora en sí misma. El movimiento es necesario, pero no es en absoluto suficiente. Es necesaria la ruptura que introduce la distancia con respecto al poder, pero esa distancia debe servir enseguida para la producción y la creación. Aunque la negación, e incluso la violencia, puede servir para proteger la afirmación. Veo tres momentos a articular: el surgimiento, la ruptura, pasar de la invisibilidad a la visibilidad; la idea de una afirmación nueva (en el caso de los inmigrantes, “derechos para todos”); la protección de todo eso.

En efecto, pienso que la situación política en América Latina es, en ciertos aspectos, más creadora o más interesante que en Europa. Nunca las situaciones son iguales en todo el mundo para la acción política. Por ejemplo en Argentina: la historia de Argentina es una historia muy particular, primero está el peronismo, después la historia de la dictadura, la guerrilla aplastada a sangre y fuego, la caída del régimen... Es una historia completamente singular y dentro de esta historia singular hay cosas muy interesantes y de significación universal. Pero en ninguna parte ha surgido hasta el momento una hipótesis política alternativa, de clara significación universal. Finalmente, al menos en Argentina, todo eso ha desembocado en la elección de Kirchner y en la estabilidad de su régimen. Luego tenemos las experimentaciones y yo estoy dispuesto a reconocer su importancia. Por supuesto que las experimentaciones y las movilizaciones en Argentina o en Bolivia son totalmente apasionantes, y es necesario conocerlas y transmitirlas. Sobre todo porque Europa no es la vanguardia de la política mundial, a pesar de lo que piensa de sí misma. Pero no hay que inquietarse con esta situación. La situación de Europa es actualmente muy difícil porque Europa tiene una tendencia a cerrarse, a no querer conocer las experiencias exteriores, a no querer a los extranjeros. Europa está dividida, dominada por el miedo: a causa de su hábito histórico de dominar el mundo entero, ahora tiene la tentación de purificarse, de cerrar las puertas a todo lo que viene de lejos.



¿Cuál fue en tu opinión el sentido de la revuelta en los banlieues y del movimiento anti-CPE?



A.B.: Es necesario hablar de todo el período, desde los disturbios en los banlieues de octubre-noviembre hasta el movimiento estudiantil contra el C.P.E. (contrato de primer empleo).

En principio, el movimiento de los jóvenes de los banlieues ha sido explicado de tres maneras falsas, desde mi punto de vista. La primera explicación es una explicación comunitaria y religiosa de los disturbios. Muchos intelectuales de derecha han dado esta explicación en Francia. Es completamente falsa y no sólo es falsa, sino que es contraria a la verdad inmediata, porque es bien sabido que los responsables religiosos, tan extremistas como se dijo, intentaron por lo contrario frenar la violencia en los distintos suburbios. Como demuestran los numerosos procesos judiciales que se han realizado después de los disturbios, entre los detenidos no había ninguno que fuese un activista religioso. Eran simplemente jóvenes franceses de un medio pobre, de un medio popular. Por tanto, esta explicación es completamente falsa. Es la explicación de la derecha.

La segunda explicación es la explicación de la izquierda que, como siempre, es una explicación social, es decir, que esto pasó porque los jóvenes de los suburbios están en una situación de miseria, pobreza, exclusión. Tampoco es una explicación que me parezca buena. En realidad, los jóvenes de los banlieues tienen su propia sociabilidad y desde luego no han puesto los temas en este orden, no han puesto en primer plano la pobreza o la miseria. Es decir, no han planteado: “yo participo en esto porque estoy verdaderamente en la miseria”. No es necesario exagerar la pobreza de los suburbios. La explicación socioeconómica tampoco es válida.

La tercera explicación, que tiene que ver con lo que ellos han dicho, es que eran considerados invisibles por la sociedad en su conjunto, una pura nada. De hecho se les ha llamado “los jóvenes de los suburbios”, que es un nombre absolutamente anónimo. Su único interlocutor en la sociedad fue la policía, a la que tienen diariamente en su contra.

Es necesario saber que el detonante de todo esto fue la muerte de dos jóvenes perseguidos por la policía. No sólo el gobierno mintió sobre la muerte de estos chicos, cubriendo a su policía, sino que además todas las autoridades del Estado mintieron: el primer ministro Villepin transmitió sus mentiras después de Sarkozy, etc. Por tanto, tenemos una situación en la que dos de esos jóvenes, considerados socialmente como invisibles y que tienen que vérselas con la policía todos los días, han sido asesinados mientras intentaban huir. Las mentiras oficiales fueron efectivas y la respuesta generalizada fue la condena, el reproche por haber destruido y quemado.

El movimiento fue unánimemente condenado por las autoridades políticas de izquierda y de derecha. Un hecho muy significativo y revelador es que los partidos de izquierda aprobaron la declaración del "toque de queda", relegado al olvido después de la guerra de Argelia y que se resucitó de nuevo. Este es un hecho muy importante por lo que vendrá después. El movimiento no obtuvo ningún tipo de solidaridad efectiva. Allí donde he comentado la historia, por ejemplo en la universidad París VIII, nadie hizo una llamada para que los estudiantes y los profesores se unieran y se posicionasen sobre estos acontecimientos. En París VIII, que es la universidad más comprometida, se sentía que la solidaridad de los estudiantes con el movimiento de los suburbios no era verdadera, sino abstracta. Cuando finalmente, después de muchas discusiones mantenidas, propuse con dos o tres amigos ir sobre el terreno para encontrarse, hablar y discutir, todo el mundo se sintió incómodo. Todos ponían excusas que no eran necesarias: “no me parecen bien estos disturbios”. Pero no se discutía si estaba bien o mal quemar coches, no era ese el objetivo, sino qué interpretación se da, qué solidaridad se manifiesta, si es que ha de haberla.

El movimiento contra el CPE ha sido, en cierta forma, lo contrario. Se trata de un movimiento de estudiantes y de jóvenes de instituto, articulado sobre una de las consecuencias del movimiento de los suburbios, porque el gobierno propuso ese nuevo contrato para que los jóvenes de los suburbios pudiesen encontrar fácilmente un primer empleo, por muy terrible que fuese, del que te podían echar sin que importase nada. Los mismos estudiantes decían que no habían buscado organizar sobre ese punto una solidaridad cualquiera con los jóvenes de los suburbios. El contraste entre lo que pasó en el momento de la revuelta de los suburbios y en el movimiento anti-CPE fue impactante. El movimiento anti-CPE no sólo fue apoyado por la izquierda, sino también sostenido organizativamente por ella (sindicatos, etc.). El resultado es que la relación entre ambos movimientos fue sobre todo de tensión, no de solidaridad y participación. Los jóvenes de los banlieues no participaron en el movimiento anti-CPE en absoluto, no sintieron que fuera asunto suyo, pero algunos acudieron a algunas manifestaciones a robar y golpear a los “jóvenes burgueses”.

Si se analizan estos movimientos en conjunto, podemos ver que no se ha aferrado la ocasión política de universalizar los conflictos. Es un ejemplo en el cual todos han fracasado. No digo en absoluto que las responsabilidades estén más del lado de los suburbios, porque hayan elegido la gran tradición de los disturbios sobre un terreno que finalmente se ha cerrado sobre ellos mismos y no hayan sabido decir prácticamente nada. Los otros han rechazado darles la palabra y ayudarles, no han sabido articular ninguna solidaridad con lo que estaba pasando. Pienso que esto se puede tomar como ejemplo de lo que hubiera podido ser un acontecimiento, pero finalmente no lo fue. El acontecimiento hubiera sido una nueva proposición sobre estos asuntos, una nueva posibilidad, que podría haber pasado por la interlocución y un nuevo vínculo entre una expresión de la juventud "popular" y una fracción de la juventud educada en la tradición estudiantil de Mayo del 68.

jueves, 29 de marzo de 2007

SOBRE LAS DIMENSIONES Y BASES CIENTÍFICAS Y SOCIALES DE LA AGROECOLOGÍA

Por Graciela Toman

La Agroecología surge en la década de los ochenta en Latinoamérica como una respuesta a la modernización de los recursos naturales (y a su consecuente degradación agroquímica); encaminada a encarar la crisis ecológica, y el problema medioambiental y social existente, desde un manejo sustentable de la naturaleza y del acceso igualitario a la misma (Cf. Altieri, 1987; Sevilla Guzmán y González de Molina, 1993). Sin embargo, con rigor, habría que hablar de “redescubrimiento” de la Agroecología, por parte de la ciencia agronómica, al iniciar un proceso de valoración de los conocimientos que atesoraban las culturas campesinas, de transmisión y conservación oral, sobre las interacciones que se producían entre la naturaleza y la sociedad para obtener el acceso a los medios de vida.
Aunque la trayectoria agronómica está salpicada, de manera más intensa en los últimos años, de “descubrimientos” de saberes y técnicas que habían sido ensayadas y practicadas con éxito por muchas culturas tradicionales, el pensamiento científico, por su carácter positivista, parcelario y excluyente marginó las formas en que tales experiencias se habían formulado y codificado para su conservación. La indagación histórica, desde una perspectiva agronómica, mostró que en el pasado de la humanidad, e incluso en las culturas marginadas por la civilización industrial, podían encontrarse muchas experiencias útiles para hacer frente a los retos del presente; fue esto lo que “constituyó una de las bases profundas de la emergencia, dentro de la ciencia establecida, de un enfoque más integral de los procesos agrarios que llamamos Agroecología” (Guzmán, et al., 2000: 81).

Una aproximación al marco conceptual de la Agroecología.
La primera sistematización de contenidos que permiten hablar de la Agroecología, se debe a Miguel Altieri (1987).quien la definió como “las bases científicas para una agricultura ecológica”. El conocimiento de la Agroecología habría de ser generado mediante la articulación de las aportaciones de diferentes disciplinas para, mediante el análisis de todo tipo de procesos de la actividad agraria, en su sentido más amplio, comprender el funcionamiento de los ciclos minerales, las transformaciones de energía, los procesos biológicos y las relaciones socioeconómicas como un todo. El funcionamiento ecológico de los procesos agronómicos necesario para conseguir hacer una agricultura sustentable fue, más tarde, sistematizado por Stephen Gliessman (1990a y b; y 2002). Y, ello sin olvidar la equidad; es decir, la búsqueda por parte de la Agroecología del acceso igualitario a los medios de vida. La dimensión histórica en que aparecen insertas las prácticas agronómicas y su biodiversidad sociocultural, son elaboradas por Manuel González de Molina (1991), y Víctor Manuel Toledo (1994). Por lo tanto, la integralidad del enfoque de la Agroecología requiere de, al menos, la articulación de tres componentes básicas; la técnico-agronómico modelado desde una perspectiva ecológica; la sociocultural contemplada desde una perspectiva histórica y la política, construida desde el proyecto de la búsqueda de la equidad (Sevilla Guzmán y González de Molina 1993; Guzmán Casado y otros, 2000). En un sentido amplio, la Agroecología tiene una dimensión integral en la que las variables sociales ocupan un papel muy relevante ya que aunque parta de una dimensión técnica, y su primer nivel de análisis sea la explotación agropecuaria o predio; desde ella, se pretende entender las múltiples formas de dependencia que genera el actual funcionamiento de la política, la economía y la sociedad, sobre la ciudadanía, en general; y sobre los agricultores, en particular. El resto de los niveles de análisis de la Agroecología aparece al considerar, como central, la matriz comunitaria en que se inserta el agricultor; es decir, el grupo doméstico, la comunidad rural y las sociedades locales que generan su identidad mediante una red de relaciones sociales. La Agroecología pretende, que los procesos de transición de agricultura convencional a agricultura ecológica se desarrollen en este contexto sociocultural y político y que supongan propuestas colectivas de cambio social.

Sobre las dimensiones de la Agroecología.
Iniciamos así, nuestro Marco Teórico estableciendo las dimensiones de la Agroecología que permiten proporcionar el cúmulo de conocimientos que hagan posible una apropiación correcta de los recursos naturales para obtener alimentos. Y, aunque estos conocimientos están insertos en construcciones culturales más amplias, surgen de la interacción, en el tiempo, de los distintos grupos humanos con la naturaleza; es decir, con sus ecosistemas. La primera dimensión de la Agroecología surge de considerar la el funcionamiento ecológico de la naturaleza; por ello, vamos a definirla como dimensión ecológica. Los aspectos técnico-agronómicos aparecen cuando un ecosistema natural es artificializado por el hombre y transformado en agroecosistema para tener acceso a los medios de vida. Por ello, la Agroecología, adopta el agroecosistema como unidad de análisis que nos permite aplicar los conceptos y principios que aporta la ecología para el diseño de sistemas sustentables de producción de alimentos. La manera en que cada grupo humano altera la estructura y dinámica de cada ecosistema supone la introducción de una nueva diversidad -la humana- al introducir en el manejo el sello de su propia identidad cultural. La propuesta que hace Stephen R. Gliessman (1990) de establecer sistemas agrícolas sostenibles en Latinoamérica para romper la dependencia de las importaciones de alimentos básicos en base a las formas de agricultura tradicional radica en la aceptación de que los campesinos "han desarrollado a través del tiempo sistemas de mínimos imputs externos con una gran confianza en los recursos renovables y una estrategia basada en manejo ecológico de los mismos". Como señala Víctor Toledo (1985), todo ecosistema es un conjunto en el que los organismos, los flujos energéticos, los flujos biogeoquímicos se hallan en equilibrio inestable, es decir, son entidades capaces de automantenerse, autorregularse y autorrepararse independientemente de los hombres y de las sociedades y bajo principios naturales. Pero los seres humanos, al artificializar dichos ecosistemas para obtener alimentos, respetan o no los mecanismos por los que la naturaleza se renueva continuamente. Ello depende de la orientación concreta que los seres humanos impriman a los flujos de energía y materiales que caracterizan cada agroecosistema. Con ello se alude a la específica articulación que en cada uno de ellos presentan los seres humanos con los recursos naturales: agua, suelo, energía solar, especies vegetales y el resto de las especies animales. Desde esta perspectiva, la estructura interna de los agroecosistemas resulta ser una construcción social, producto de la coevolución de los seres humanos con la naturaleza (Nogaard, 1985 y 1999). La coevolución social y ecológica desarrollada en los agroecosistemas es el resultado de una coevolución, en el sentido de evolución integrada, entre cultura y medio ambiente (Nogaard, 1985: 25-28; Nogaard y Sikor, 1999: 34 y 35). A lo largo de la historia, la interación de los distintos grupos humanos con la naturaleza ha sido muy diversa. En algunos casos la apropiación de la naturaleza ha sido ecológicamente correcta; y en otros, por el contrario, se han producido diversas formas de degradación comprometiendo la subsistencia. En este sentido, la Agroecología, pretende aprender de aquellas experiencias en las que el hombre ha desarrollado sistemas de adaptación que les han permitido llevar adelante unas formas correctas de reproducción social y ecológica. Sin embargo, como hemos adelantado al presentar una primera aproximación a la Agroecología; junto a la apropiación correcta de la naturaleza, ésta persigue la equidad dentro de los sistemas sociales que así obtienen su acceso a los medios de vida. Aparece, de esta forma, la dimensión sociocultural de la Agroecología como estrategia para incrementar el nivel de vida de la población, a través de la elaboración de estrategias participativas. La articulación de un conjunto de experiencias productivas mediante proyectos políticos que pretendan la nivelación de las desigualdades generadas en el proceso histórico; constituye la dimensión política de la Agroecología. En este sentido puede afirmarse que toda intervención agroecológica que no consigue disminuir las desigualdades sociales del grupo social en que trabajamos, no satisface los requisitos de la Agroecología; ya que para ésta los sistemas de estratificación social desequilibrados constituyen una enfermedad ecosistémica. La expansión del hombre europeo por amplias zonas templadas del planeta, apropiándose de las mejores tierras no fue sólo producto del triunfo de las plantas, animales y gérmenes que portaban (Crosby, 1988). Por el contrario, el imperialismo europeo es más socioeconómico y político que ecológico. En efecto, fue el proyecto civilizatorio europeo, con su legitimación científica, lo que desprendió a “la primera modernidad” de sus orígenes europeos (Habermans, 1992), presentándola como la única trayectoria histórica (Historia Universal) a seguir por toda la humanidad. Como veremos más adelante al presentar una interpretación latinoamericana del proceso histórico, la construcción de las Ciencias Sociales, del paso de la sociedad tradicional a la sociedad moderna, marginó al resto de los proyectos civilizatorios de las sociedades que iba colonizando. La Agroecología tiene un carácter pluriepistemológico en las tres dimensiones elaboradas para nuestro Marco Teórico; esto es, su conocimiento se construye, tanto desde de bases científicas como sociológicas que a continuación esquematizamos en la siguiente figura; Presentamos así, los elementos centrales que, en nuestra opinión, integran la Agroecología y que hemos diferenciado en la figura, para referirnos a las bases sociológicas; frente al de las bases científicas (las que están en los recuadros).

Es necesario dejar claro que las dimensiones de la Agroecología que estamos caracterizando se encuentran interconectadas y que nuestra clasificación tiene un mero carácter analítico. No obstante, sí existe una cierta secuencia. La dimensión ecológica va inseparablemente unida al componente agronómico, y en general productivo. Aquí habría que situar las bases ecológicas y agronómicas que aparecen en el esquema (en los recudros, por su carácter científico). Igualmente se ubicaría aquí la Agricultura Ecológica en su dualidad científico-sociológica. El campesinado como base sociológica tendría una doble ubicación al aparecer en la dimensión ecológica por su forma de manejo (cuando se apropia correctamente de los recursos naturales); y también en la dimensión sociocultural cuando elabora sus propias estrategias de reproducción social.





Figura Nº 1. Bases científicas y sociológicas de la Agroecología

La dimensión sociocultural de la Agroecología integraría a las teorías del desarrollo (que aparecen en los recuadros por su dimensión científica) al aportar estrategias productivas desde la economía convencional; que cuando son utilizadas para imponer un único modelo de desarrollo, negando a otros; adquiere una dimensión política como es el caso del “desarrollo sostenible” vinculado a la definición oficial realizada por los organismos internacionales para legitimar, por ejemplo, la agricultura industrializada. Cuando los esquemas de desarrollo adquieren una dimensión participativa, generando metodologías propias, adquiere la naturaleza de bases sociológicas. Respecto a la dimensión política, la Agroecología incorpora a los movimientos sociales, en la búsqueda de una mayor equidad; y a la Ecología Política en su dualidad; por un lado, como “nueva ontología y epistemología resultado de la crisis ecológica y por otro, la experiencia histórica del movimiento ecologista y los movimientos sociales alternativos” (Garrido Peña, 1993), para la elaboración de estrategias de cambio; como sus bases sociológicas. La historia medioambiental y las herramientas metodológicas que ofrece la historia oral, desde el pensamiento científico, constituyen aportes importantes para esta dimensión, aunque también pueden aparecer en las anteriores.
Los estudios campesinos como tradición intelectual aparecen transversalmente en las tres dimensiones. En la ecológica como rescate del manejo que determinados grupos campesinos han realizado. En la sociocultural como rescate de aquellas experiencias históricas que presentaron estrategias alternativas al modelo urbano-industrial actual. En la sociopolítica a través del análisis de los movimientos campesinos y su participación en los procesos de cambio. En los siguientes epígrafes desarrollaremos en forma esquemática los contenidos de estas dimensiones.

La dimensión ecológica
La dimensión ecológica constituye un componente imprescindible para la Agroecología, ya que solo a través de esta forma de manejo es posible encarar el deterioro de la naturaleza (al desarrollar prácticas medioambientalmente conservacionistas). Desde esta perspectiva, la Agroecología orienta el análisis de los agroecosistemas considerando la sociedad como un subsistema relacionado con el ecosistema explotado. El sistema ecológico o ecosistema es la unidad funcional de la naturaleza que intercambia materia y energía con su ambiente. En este sentido no sería desacertado asimilarlo con un organismo vivo que, también, intercambia materia y energía con su entorno para mantener un equilibrio. Si aceptamos que es una unidad que intercambia materia y energía con su entorno, decimos que ningún ecosistema es independiente; todos ellos reciben recursos y elementos del hábitat y desde fuera y, liberan otros; por lo tanto, son afectados por todo aquello que los rodean, en este sentido es difícil establecer los límites de los ecosistemas y, en muchos casos, es confuso, arbitrario y establecido por el hombre para su estudio (Odum, 1971). Todo ecosistema posee una estructura (ya que presentan un conjunto de elementos bióticos y abióticos interrelacionados), y una función (ya que un flujo de materia, energía e información circula a través de la cadena trófica). Por lo tanto, la estructura y función operan como resultado de controles y balances internos al propio sistema tendiendo al equilibrio con el ambiente y, necesita reinvertir la mayor parte de su productividad en el mantenimiento de su propia organización. Al hablar de estructura se hace referencia a las "particularidades que presenta su arquitectura, tanto sea en una dimensión horizontal (comenzando por una etapa de iniciación o fase juvenil hasta llegar a una etapa de culminación o fase de madurez), como en una dimensión vertical (ésta se relaciona con el grado de estratificación que haya alcanzado el ecosistema en un momento dado)" (Viglizzo, E., 1989). Respecto a la función del ecosistema, el flujo de energía se refiere a la fijación inicial de la misma, su transferencia a través del sistema a lo largo de una cadena trófica y su dispersión final por respiración; y el ciclaje de nutrientes a la circulación continua de elementos desde una forma inorgánica a una orgánica y viceversa, es decir, la circulación de materiales a través de los componentes estructurales del ecosistema. A medida que la energía es
transferida de un nivel a otro a través de la cadena trófica, se pierde una cantidad considerable de la misma; por lo tanto esto limita el número y cantidad de organismos que pueden mantenerse en él. Dicho de otra manera, limita la estructura del sistema. No vamos a detenernos en este momento a analizar cómo circula cada elemento mineral, y cómo fluye la energía por los distintos eslabones del sistema. Baste decir que, tanto la tasa de circulación de nutrientes, como la transferencia de energía forman parte del metabolismo general del sistema y, existe un alto grado de interrelación entre ambas, supeditadas además, a los cambios que el ecosistema va experimentando según sean éstos, juveniles o maduros; de ahí la importancia decisiva que adquiere las determinaciones que se tomen a la hora de intervenir en estos ecosistemas para transformarlos con fines productivos en agroecosistemas (Gliessman, 2002). Cada sociedad en la historia, con su forma específica de artificializar los recursos naturales para obtener alimentos, ha retrasado, en mayor o menor medida, el proceso de sucesión ecológica; lo que debe analizarse ante todo desde la óptica que plantea Margalef (1979). Para éste autor, "la explotación de los cultivos comporta una simplificación del ecosistema, en comparación con su estado preagrícola”. Ese ecosistema explotado se compone de un número menor de especies y también de un número menor de tipos biológicos (hierbas, malezas, árboles, etc.). La estructura del suelo se simplifica y la diversidad de las poblaciones de los microorganismos y de los animales del suelo disminuye. La circulación de los nutrientes por fuera de los organismos adquiere más importancia. Los ritmos anuales se acentúan, no sólo en las especies cultivadas, sino también en las especies asociadas a los cultivos, como malas hierbas o plagas”. Por ello, la Agroecología contempla el manejo de los recursos naturales desde una perspectiva sistémica; es decir, teniendo en cuenta la totalidad de los recursos humanos y naturales que definen la estructura y la función de los agroecosistemas; y sus interrelaciones, para comprender el papel de los múltiples elementos intervinientes en los procesos artificializadores de la naturaleza por parte de la sociedad para obtener alimentos.
Es probablemente este componente de la Agroecología, su enfoque sistémico, el que cuenta con un mayor arraigo en Argentina ya que el organismo de investigación agropecuaria oficial, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), introdujo algunos elementos del mismo desde sus inicios. Los trabajos de Viglizzo, E., y sus análisis ecosistémicos, constituyen, probablemente, el más destacado exponente de este enfoque en nuestro país. La conceptualización de procesos técnicoagronómicos y socioeconómicos a nivel predial que ha desarrollado el Farming Systems Research como una aporte sustantivo, a la Agroecología; carece, en general, “de compromiso social y político de la interacción investigador-campesino por lo que este enfoque hace que la Agroecología lo critique con firmeza en no pocas ocasiones” (Sevilla Guzmán y Woodgate, 1997b).
En definitiva la artificialización de los ecosistemas para obtener alimentos supone la reducción de su madurez y la simplificación de su estructura, proceso este que debe ser analizado en sus características “macroscópicas” para alcanzar un diagnóstico correcto del "estado actual" de cada agroecosistema. En este sentido, el diagnóstico no puede llevarse a cabo sin recurrir al pasado, al proceso histórico del que el agroecosistema es resultado (Toledo, 1985). Por ello, la estrategia agroecológica es también social ya que la percepción y la interpretación que los seres humanos (ya sea en lenguajes populares o científicos) han hecho de su relación con el medio resultan esenciales para la elaboración de una estrategia agroecológica.

Dimensiones sociocultural y política
Las dimensiones sociocultural y política de la Agroecología parten de aceptar la necesidad de introducir, junto al conocimiento científico, otras formas de conocimiento para encarar la crisis ecológica y social que atraviesa el mundo actual. Parte por consiguiente de una crítica al pensamiento científico para, desde él, desarrollar un enfoque pluriepistemológico que acepte la biodiversidad sociocultural. Por lo tanto, el objetivo de incrementar el nivel de vida de la población, debe ser definido desde cada identidad sociocultural.
El conocimiento acumulado sobre los agroecosistemas en el pasado puede aportar soluciones específicas de cada lugar; más aún si han sido distintas las etnicidades (con cosmovisiones diferenciadas) que han interactuado con él en cada momento histórico. El hecho de que un determinado grupo hegemonice socioculturalmente la actualidad, no quiere decir que no existan formas de conocimiento de los grupos históricamente subordinados susceptibles de ser recuperadas para su incorporación al diseño de estrategias agroecológicas; por lo tanto la caracterización de los agroecosistemas buscando una interacción global respecto a la satisfacción por parte del hombre de todas sus necesidades, enfatizando sus aspectos culturales ha llevado a la conceptualización de etnoecosistema. Es, en realidad, un nuevo sistema complejo agro-socio-económicoecológico, con límites inevitablemente proyectados en varias dimensiones; es decir, los procesos ecológicos básicos de flujo de energía y ciclo de nutrientes, ahora están regulados por procesos asociados a la actividad agropecuaria. Por ello el conocimiento del manejo de los recursos naturales sólo es posible mediante el conocimiento de la historia de los agroecosistemas y sus procesos de configuración; de igual forma que de la aplicación de la ciencia en forma de tecnología y su impacto sobre la naturaleza. (Sevilla Guzmán y González de Molina, 1993). En definitiva, no puede separarse, para su análisis, la relación naturaleza-sociedad. La Agroecología debe incorporar la perspectiva histórica y el conocimiento local; es decir, lo endógeno específicamente generado como producto de la interacción del hombre con el agroecosistema en el que se ha desarrollado su coevolución social y ecológica a lo largo del proceso histórico. El concepto agroecológico de “potencial endógeno” en su doble dimensión de potencial ecológico y potencial humano constituye un elemento
central de la Agroecología cuando se pretende implementar formas de desarrollo rural sustentable, al estar vinculado a la dinámica participativa de las fuerzas locales. Pero el elemento clave que nos permite percibir el conocimiento local, dentro de lo endógeno, lo constituye la identidad sociocultural. Sevilla Guzmán (2002: 18-28) ha intentado hacer extensible a la Agroecología, la propuesta Jesús Ibañez de diferenciar tres perspectivas de investigación, distributiva, estructural y dialéctica para abordar la problemática del manejo de los recursos naturales desde un enfoque metodológico. Dicha problemática coincide, obviamente, con las tres dimensiones teóricas de la Agroecología que estamos caracterizando. En efecto, la metodología no puede abordarse disociada de la teoría. Es así que los recursos naturales “son pensados e instrumentalizados desde una triple perspectiva: ecológico productiva, socioeconómica y sociopolítica, respectivamente”. La dimensión ecológica y su correlato metodológico, la perspectiva se “mueve en un espacio puramente productivo”, como acabamos de ver. Las dimensiones sociocultural y política (que se corresponden con las perspectivas estructural y dialéctica, respectivamente), “se refieren a la Agroecología como desarrollo rural; es decir, como estrategia participativa para obtener la sustentabilidad, a través de formas de acción social colectiva (Sevilla Guzmán, 2002: 21). Y, finalmente, a la Agroecología como potencial de cambio a través de su vinculación con los movimientos sociales (nivel dialéctico), en el que la investigación acción participativa aparece como generadora de sustentabilidad. La génesis de la sustentabilidad se ubica en la articulación de una amplia diversidad de formas de acción social colectivas que emergen como estrategias de resistencia al paradigma de la Modernización, que varían desde los movimientos nuevos movimientos sociales de carácter ciudadano (ecologistas, pacifistas, feministas y de consumidores), a los movimientos sociales históricos (jornaleros, campesinos e indígenas). En muchos casos
sus formas de acción social colectiva tienen un carácter enmascarado en acciones de su vida cotidiana; constituyendo espacios vacíos de la lógica de la “modernidad”. Los espacios sociales de la disidencia a la modernización se encuentran en lo que Víctor Manuel Toledo percibe como los “dos ámbitos sociales que parecen hoy día mantenerse como verdaderos focos de resistencia civilizatoria”. El primero, al que califica como “postmoderno”, está integrado por “la gama policroma de movimientos sociales y contraculturales”. El segundo ámbito social, cuya acción social colectiva caracteriza Víctor Manuel Toledo como de resistencia civilizatoria, es ubicado por éste en ciertas “islas o espacios de premodernidad o preindustrialidad” y se encuentran por lo común “en aquellos enclaves del planeta donde la civilización occidental no pudo o no ha podido aún imponer y extender sus valores, prácticas, empresas y acciones de modernidad. Se trata de enclaves predominantemente, aunque no exclusivamente, rurales, de países como India, China, Egipto, Indonesia, Perú o México, en donde la presencia de diversos pueblos indígenas (campesinos, pescadores, pastores y de artesanos) confirman la presencia de modelos civilizatorios distintos de los que se originaron en Europa. Estos no constituyen arcaísmos inmaculados, sino síntesis contemporáneas o formas de resistencia de los diversos encuentros que han tenido lugar en los últimos siglos entre la fuerza expansiva de occidente y las fuerzas todavía vigentes de los “pueblos sin historia” (Toledo, 2000: 53). Como señala Enrique Leff (1996) “esta resistencia se articula en la
construcción de un paradigma alternativo de sustentabilidad, en el cual, los recursos naturales aparecen como potenciales capaces de reconstruir el proceso económico dentro de una nueva racionalidad productiva, en donde se plantea un proyecto social fundado en la diversidad cultural, la democracia y la productividad de la naturaleza”.
[1]Texto tomado de G. Ottmann, Agroecología y sociología histórica desde Latinoamérica
(Córdoba:/México/Madrid: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba/PNUMA/Mundi-
Prensa).

TÍTULO: GOBIERNOS Y REGIMENES EN AMÉRICA LATINA.

AUTOR: Claudio Katz
RESUMEN: La unanimidad derechista ha quedado reemplazada por tres tipos de
gobiernos. Los conservadores son neoliberales, pro-norteamericanos, represivos y
opuestos a cualquier mejora social. Los centroizquierdistas mantienen una relación
ambigua con Estados Unidos, arbitran entre el empresariado, toleran las conquistas
democráticas y bloquean las mejoras populares. Los nacionalistas radicales son más
estatistas, chocan con el imperialismo y la burguesía local, pero oscilan entre el neodesarrollismo
y la redistribución del ingreso.
Las libertades públicas superan la norma histórica, pero en el polo derechista
imperan formas de terrorismo estatal y un gran incumplimiento de las reglas
constitucionales. En lugar de la crisis del 90 predomina un contexto económico de
recuperación. Las transiciones post-dictatoriales fueron muy diferentes a los casos
comprables de Europa y legaron un alto grado de inestabilidad.
El presidencialismo es un efecto general de la vulnerabilidad periférica. Pero
Uribe, Lula y Chávez acaparan facultades con finalidades muy opuestas. En ciertos
casos el acceso de mujeres, indígenas y ex obreros a la presidencia expresa el ascenso
de sectores plebeyos y en otros disfraza la permanencia de las elites en el poder.
La derecha refuerza las plutocracias que la centroizquierda intenta disimular y
los nacionalistas pretenden eliminar. Los tres tipos de gobiernos se asientan en
mecanismos formales e informales. La mayor gravitación de los partidos o del
clientelismo no es una peculiaridad de gobiernos progresistas o reaccionarios y la actual
contraposición entre republicanos y populistas es una falsa disyuntiva. Este contraste no
sustituye la distinción entre izquierda y derecha, ni esclarece los intereses sociales en
juego.
La república que elogia el establishment es la antítesis de la democracia.
Promueve la división de poderes para estabilizar los negocios y zanjar los conflictos
entre los capitalistas. El sistema republicano arrastra una historia de fragilidad
periférica, proscripciones oligárquicas y carencia de cohesión por arriba o legitimidad
por abajo.
La derecha y el socio-liberalismo utilizan un doble patrón de legalidad
republicana para evaluar a sus aliados y a sus adversarios. Presentan al populismo como
un virus regional, pero no aclaran el significado de este fenómeno.
Por otra parte, los teóricos que elogian al populismo encubren su función
regimentadora y diluyen la tensión que opone a la centroizquierda con el nacionalismo
radical. Mantienen la vaguedad del concepto y oscurecen con indefinidas referencias al
pueblo el sentido de la lucha de los oprimidos. Es vital caracterizar en la actual
coyuntura regional el papel de cada clase social.
2
GOBIERNOS Y REGIMENES EN AMÉRICA LATINA1.
Claudio Katz2
Tres tipos de gobiernos predominan actualmente en América Latina: los
conservadores los centroizquierdistas y los nacionalistas radicales. Los presidentes más
representativos de estas variantes son Uribe en Colombia, Lula en Brasil (o Kirchner en
Argentina) y Chávez en Venezuela.
La secuencia de doce elecciones presidenciales realizadas entre noviembre del
2005 y enero del 2007 ratificaron esta variedad de gobiernos, que contrasta con la
unanimidad derechista prevaleciente durante los años 90. Para distinguir estas tres
vertientes hay que observar la política económica, la relación con Estados Unidos, la
postura del establishment y el estado de las conquistas democráticas y reformas
sociales.
Indagar estas diferencias es vital para abordar un segundo problema: los
regímenes latinoamericanos. Todos los gobiernos actúan en el marco de estados
semejantes, pero alternan en el uso de mecanismos formales e informales de sostén
político. Estas modalidades determinan la preeminencia de dos grandes variantes de
régimen, que actualmente se analizan contraponiendo la república con el populismo.
TRES ALTERNATIVAS
Uribe es el caso extremo de un gobierno conservador. Sostiene un explícito
curso neoliberal junto a políticas pro-norteamericanas, que cuentan con el contundente
aval de las clases dominantes. No vacila en recurrir a la represión brutal y se opone
frontalmente a cualquier mejora social.
Lula y Kirchner se alinean, en cambio, en la centroizquierda. Mantienen una
relación ambigua con el imperialismo y defienden los intereses generales de los
capitalistas en tensión con varios sectores empresarios. Toleran las conquistas
democráticas, pero obstaculizan el logro de las reivindicaciones populares. En Brasil
persiste el rumbo económico neoliberal y en Argentina despunta un sendero neodesarrollista.
Chávez encarna otra opción. Promueve un curso económico más estatista,
mantiene fuertes conflictos con Estados Unidos y ha chocado con la burguesía
venezolana. Su proyecto oscila entre el neo-desarrollismo y una redistribución
progresiva del ingreso.
Estos tres modelos no expresan la política específica de cada gobierno. Solo
brindan una tipología general, que sirve de referencia comparativa para caracterizar a
los nuevos mandatarios latinoamericanos. Permite distinguir orientaciones, en un marco
de amplio predominio de situaciones intermedias.
En algunos casos el alineamiento es nítido. El triunfo de los conservadores en
Honduras, El Salvador y especialmente México han engrosado el campo derechista.
Calderón debutó reforzando la represión en Oaxaca, criminalizando la protesta social,
1 Este texto forma parte del libro “Los 90, fin de ciclo. El retorno de la contradicción”. Editorial
Final Abierto, Buenos Aires (próxima aparición).
2Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su pagina
web es: www.lahaine.org/katz
3
ratificando los convenios de librecomercio y sancionando un drástico encarecimiento de
los consumos populares.
Pero el espectro de centroizquierda es más dudoso. Algunos gobiernos de este
signo - como Alan García en Perú- han concertado estrechas alianzas con la reacción y
se ubican muy cerca de los conservadores. También Bachelet navega a dos aguas. Por
un lado evita confrontar con el movimiento social y exhibe una retórica progresista,
pero por otra parte mantiene una orientación económica neoliberal, reafirma los tratados
comerciales con Estados Unidos y seleccionó un gabinete de ministros del
establishment. En el mismo vaivén se ubica Tabaré Vázquez en Uruguay. Difunde una
imagen de humanismo tolerante y se mantiene en el MERCOSUR, pero
sistemáticamente tantea la posibilidad de convenios con el imperialismo.
El mismo tipo de oscilaciones se observa en la órbita del nacionalismo. Morales
en Bolivia se orienta hacia esta franja cuándo confronta con la oligarquía, pero se
aproxima a la centroizquierda al atenuar el programa de nacionalizaciones, retrasar la
reforma agraria y disuadir la acción radical de los movimientos sociales. En Ecuador
Correa se coloca cerca de Chávez al intentar un cambio radical del sistema político,
proponer el desmantelamiento de la base militar norteamericana y rechazar los contratos
petroleros neoliberales. Pero se acerca más a Kirchner cuándo promueve el ingreso al
MERCOSUR o trata de repetir el canje de la deuda que realizó Argentina.
Las fronteras entre el nacionalismo radical y la centroizquierda son difusas, pero
como tendencia el primer proyecto difiere del segundo en tres planos: la confrontación
con el imperialismo, los conflictos con los capitalistas locales y el aliento a la acción
popular. Ninguno de estos rasgos implica, sin embargo, el inicio de un curso socialista
semejante al recorrido por Cuba en los años 60. Por el momento el esquema nacionalista
no traspasa el marco de la propiedad capitalista y el estado burgués.
EL REPLIEGUE REPRESIVO
La movilización popular ha erosionado los mecanismos coercitivos en la mayor
parte de la región. Las fuerzas militares se han replegado y las clases opresoras han
perdido su viejo recurso de dominación totalitaria. En América Latina, el desplome de
las dictaduras fue tan contundente, que nadie avizora su reinstalación en un futuro
previsible.
Esta inviabilidad quedó probada durante el fracaso de varios ensayos represivos.
Los gobiernos que intentaron restaurar cierta forma de autoritarismo militar -como
Fujimori en Perú o Sánchez de Lozada en Bolivia- tuvieron que ceder el poder. Este tipo
de experiencias indujeron al establishment regional a reemplazar la cruda brutalidad de
los gendarmes por formas de asimilación (o desgaste) de los movimientos sociales.
Como se demostró en Haití durante el intento de burlar la victoria electoral de Preval, la
derecha tiende poco margen para desconocer un mandato popular, cuándo las
movilizaciones de la población son masivas y persistentes.
Las libertades públicas actualmente vigentes reflejan también el fracaso de
muchos pactos de transición post-dictatorial. Los compromisos que contemplaban una
gravitación mayor de las estructuras represivas fueron socavados por la lucha desde
abajo. Estos resultados se alcanzaron al cabo de mucho de años de resistencia y su
alcance difiere en cada país.
Pero repitiendo lo ocurrido en Inglaterra con el sufragio universal masculino
(durante el siglo XIX) y en Estados Unidos con los derechos civiles (en los años 60 y
70), las clases dominantes han terminado aceptando la vigencia de derechos
democráticos que resistieron durante mucho tiempo. En algunos países estos logros
4
fueron consecuencia de luchas en zonas cercanas. En estos casos predominó la
concesión por imitación, es decir por temor de los opresores a un contagio de la
beligerancia popular.
Las conquistas democráticas no son equivalentes a las reglas constitucionales.
Constituyen libertades arrancadas a las clases dominantes a través de encarnizadas
resistencias callejeras, que se han traducido limitadamente en el ordenamiento jurídico.
En ningún caso estas victorias han sido completas. En casi todos los países los
movimientos sociales soportan presiones e intimidaciones y cuentan con un margen
acotado para actuar. Pero el contexto del hostigamiento burgués ha cambiado
significativamente. Los opresores deben convivir con libertades públicas muy
superiores al viejo estándar latinoamericano de persecución brutal a los luchadores.
Estos avances constituyen una preocupación cotidiana de las elites derechistas, que
añoran la vigencia de modelos más autoritarios3.
DESNIVELES DE CONQUISTAS DEMOCRÁTICAS
La violencia social contra los oprimidos se ejerce actualmente mediante la
aplicación (y violación) de las normas constitucionales que manejan a los opresores.
Estos mecanismos también incluyen brutalidades manifiestas, como el sistema
carcelario de Brasil, los atropellos a los campesinos en Paraguay o las persecuciones a
los pobres de Centroamérica.
Pero la represión generalizada es excepcional y solo se verifica en las coyunturas
extremas de sublevación popular, que enfrentó por ejemplo Sánchez de Lozada en
Bolivia. Los gendarmes ya no operan como fuerza de choque directa, sino como reserva
latente para situaciones de crisis.
La intensidad de la represión depende del modelo de gobierno. En algunos
países del polo derechista como Colombia rige el terrorismo de estado, mediante la
tolerancia de los para-militares y las mafias rurales. Lejos de este extremo el accionar
policial en México es complementado con el uso de sicarios contra las protestas
sociales.
En cambio en la mayoría de los gobiernos de centroizquierda, las estructuras
represivas han quedado colocadas en un segundo plano. Este repliegue difiere en
función de la erosión sufrida por cada pacto de transición. La tutela militar -que se
desmoronó abruptamente en Argentina luego de la aventura de Malvinas- ha perdurado
más tiempo en Chile. Por eso Pinochet murió con honores militares, mientras que sus
colegas argentinos fueron juzgados, indultados y nuevamente encarcelados. Pero en un
contexto común de tolerancia interna hacia los logros democráticos, las
administraciones de centroizquierda cumplen un nuevo rol represivo a escala regional.
Este papel se verifica en su reemplazo de los marines en la ocupación de Haití.
El mayor espacio de libertades para el movimiento popular se localiza en el polo
nacionalista radical. Las organizaciones sociales han logrado allí un margen de acción
inédito, aunque deben lidiar con la burocracia estatal y la regimentación política desde
arriba. En estos países la tensión represiva está enfocada en la respuesta a las
conspiraciones que ensaya la derecha para recuperar el poder. Del resultado de este
conflicto surgirá una consolidación o una regresión de los avances democráticos.
3 Algunos teóricos conservadores reconocen que estos derechos afectan la rentabilidad patronal
y envidian los esquemas más represivos que rigen en el Sudeste Asiático. Fraga Rosendo.
“Mercados movidos por la memoria o la codicia”. Clarín, 12-5-05.
5
DISTINTOS CURSOS ECONÓMICOS
Los tres tipos de gobiernos enfrentan un contexto económico muy diferente a la
crisis de la década pasada. El crecimiento de la producción a escala mundial y la
consiguiente demanda de bienes primarios han generado un repunte de los precios de
los productos que exporta América Latina. Esta reactivación no se traduce en mejoras
significativas del nivel de vida de la mayoría popular y tiene un alcance limitado,
porque se basa en la comercialización de materias primas. Pero el repunte le ha
brindado un gran respiro a las clases dominantes, ya que el centro de desequilibrios
actuales se ubica en Estados Unidos y no en los países dependientes.
Este cambio es muy relevante para una región que ha padecido todas las
tormentas del neoliberalismo. América Latina protagonizó el primer terremoto de ese
período (explosión del endeudamiento en 1982) y los mayores desmoronamientos de
este modelo en la periferia (México en 1995, Brasil 1999, Argentina 2001). Incluso
ciertos estallidos lejanos –como el desplome de Rusia o los temblores asiáticostuvieron
efectos más perdurables en la región, que en las zonas de origen de estas
conmociones. La oleada global del neoliberalismo fue anticipada en América Latina por
las dictaduras y generalizada por los gobiernos constitucionales4.
La política económica actual difiere del curso predominante en las últimas
décadas. Varios sectores de las clases dominantes promueven un giro neo-desarrollista
en desmedro de la ortodoxia neoliberal. Luego de un período de fuerte concurrencia
extra-regional, desnacionalización del aparato productivo y pérdida de competitividad
internacional, estos grupos capitalistas alientan un viraje hacia políticas más
industrialistas y menos dependientes de la afluencia de recursos financieros externos. Es
un giro limitado que preserva la ortodoxia fiscal y monetaria, pero incluye un sostén
estatal de la industria para atenuar las consecuencias del libre-comercio.
Esta nueva tendencia tiene menor peso en los gobiernos conservadores que
relanzan privatizaciones, mantienen la desregulación financieras y alientan la apertura
comercial. El curso neo-desarrollista es en cambio más notorio en los gobiernos de
centroizquierda, aunque sin gran uniformidad. Kirchner favorece el viraje, Lula vacila y
Bachelet o Tabaré por ahora no lo comparten.
La tendencia neo-desarrollista no es incompatible con normas del
neoliberalismo. Avala el superávit fiscal forzoso, el adelantamiento de pagos a los
acreedores y el atesoramiento improductivo de reservas. Esas medidas no son actos de
prudencia económica, sino medidas propiciadas por los financistas que supervisan el
manejo de los recursos públicos.
Los neo-desarrollistas comparten también con los neoliberales, el rechazo de la
política distribucionista que propone el nacionalismo radical. Se oponen enfáticamente a
cualquier concesión social que amenace la recuperación del beneficio patronal. Esta
oposición obedece a una estrategia de acumulación muy alejada del viejo industrialismo
y hostil a las mejoras del poder adquisitivo5.
4Los golpes militares de los 70 precedieron este giro mundial, cuyo inicio puede fecharse en
1978-80 con el triunfo de Deng en China, el ascenso de Volcker a la Reserva Federal y las
victorias electorales de Thatcher y Reagan. Harvey David. A brief history of Neoliberalism,
Oxford University Press, New York, 2005, (cap 1).
5 Analizamos el impacto de este nuevo patrón económico en: Katz Claudio. El rediseño de
América Latina, Alca, Mercosur y Alba. Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2006.
6
Los grandes grupos capitalistas están actualmente más asociados con el capital
extranjero, operan a nivel regional y jerarquizan la exportación. Buscan nichos de
especialización, que involucran exigencias competitividad global contrapuestas con la
redistribución progresiva del ingreso. Los gobiernos de centroizquierda enfrentan esta
tensión con posturas favorables a los capitalistas y opuestas a los oprimidos. En cambio
el nacionalismo radical combina la tentación neo-desarrollista, con medidas de reforma
social resistidas por las clases dominantes.
GRADOS DE INESTABILIDAD
Los tres tipos de gobiernos latinoamericanos surgieron de cataclismos
económicos, que en la región alcanzaron dimensiones comparables a la depresión de
entre-guerra. Esta crisis impidió el funcionamiento estable de los regimenes postdictatoriales,
ya que los colapsos financieros generaron corrosión política y precipitaron
grandes alzamientos populares.
La oleada de constitucionalismo regional careció del próspero sustento
capitalista que predominó, por ejemplo, durante la post-guerra europea. Esta ausencia
impidió gestar las condiciones mínimas de estabilidad que rodean a cualquier régimen
político perdurable. Cada vez que un gobierno lograba cohesionar a los grupos
dominantes y calmar a los oprimidos, una violenta crisis financiera reiniciaba el ciclo de
turbulencias. La tensión se multiplicó durante los 90 porque muchos grupos capitalistas
perdieron posiciones en la arena internacional, soportaron la contracción de los
mercados internos y contaron con menos auxilios del estado.
Este convulsivo contexto impidió la repetición de las transiciones postdictatoriales
menos turbulentas, que se consumaron en situaciones europeas
equivalentes (España, Portugal, Grecia). El marco de acumulación, consumo y
estabilidad que facilitó la Unión Europea estuvo totalmente ausente en la región. Por
esta razón hubo escasas posibilidad de implementar compromisos comparables al Pacto
de la Moncloa.
Los atropellos neoliberales se perpetraron en las últimas dos décadas a través del
andamiaje constitucional, pero las conmociones provocadas por esta agresión dejaron
un saldo insatisfactorio para los opresores. Las clases dominante no pudieron consumar
la obra destructora de las organizaciones de la izquierda que comenzaron los militares.
La imagen de transiciones post-dictatoriales exitosas para los capitalistas que prevaleció
durante los años 80 y 90 se ha diluido en la nueva década.
Las sublevaciones populares han recompuesto las fuerzas de los oprimidos.
Lograron revertir en varios países las derrotas sufridas bajo las dictaduras y modificaron
la correlación de fuerzas a nivel regional. Este resultado se refleja en la aparición de
movimientos sociales, que han recreado el espíritu de resistencia incorporando las
propuestas de la izquierda a la agenda política.
Pero la existencia de tres tipos de gobiernos indica la heterogeneidad de este
cuadro. Las crisis se han procesado en cada país siguiendo un patrón diferenciado de
estallido o de contención institucional. El primer curso –que predominó en Argentina,
Bolivia o Ecuador- incluyó la interrupción de mandatos presidenciales. Una docena de
jefes de estado fueron expulsados anticipadamente del poder por esos descalabros. Pero
en otros países -como Brasil, Uruguay o Chile- las eclosiones políticas se
desenvolvieron sin rupturas de los mecanismos constitucionales. Esta diversidad de
desenlaces determinó el modelo pos-crisis que prevaleció en cada nación.
VARIEDAD DE CONSTITUCIONALISMOS
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El golpismo ya no es una opción viable para las clases dominantes. Todas las
vertientes del establishment han incorporado los mecanismos constitucionales a su
horizonte de gestión del estado. Por esta razón la vida política de Latinoamérica ha
quedado ordenada en torno a comicios periódicos y ciertas reglas institucionales, que
fueron solo interrumpidas durante los picos de las crisis.
Los tres tipos de gobiernos comparten el mismo sistema político. Las dictaduras
que ejercían las fuerzas armadas han desaparecido y se generalizó un tipo de régimen
que hasta los años 80, solo imperaba en México, Costa Rica, Colombia y Venezuela.
Este cambio marca un giro con toda la historia precedente. Los procedimientos
constitucionales incorporados en todos los países incluyen elecciones de autoridades,
voto secreto, comicios regulares, sufragio universal, competencia partidaria, derecho a
competir por cargos públicos y cierto grado de libertad de expresión, información y
asociación.
América Latina quedó asimilada al proceso internacional de desplazamiento de
las dictaduras. En 1900 el molde constitucional solo regía en seis países, en 1930 se
extendió a 21 naciones y a fines del siglo XX prevalecía en 70 de los 191 países
existentes. La tasa de expansión de este modelo se acentúo significativamente a partir de
1981 y actualmente rige a la mitad de la población mundial6.
Pero los tres tipos de gobiernos incluyen situaciones muy distintas. Algunas
administraciones funcionan más atadas que otras al cumplimiento de las reglas
constitucionales. Lo ocurrido recientemente con Calderón en México y Chávez en
Venezuela ilustra este contraste. Mientras que en el primer caso, las evidencias de
fraude condujeron a la oposición a concretar una ceremonia paralela de asunción
presidencial, nadie cuestiona la legitimidad de los comicios venezolanos. Al cabo de
ocho victorias consecutivas, Chávez volvió a ganar sin ninguna impugnación. Este
resultado se verificó, además, en el único país de la región que ha introducido el
referéndum revocatorio para dirimir la continuidad del primer mandatario. El
formalismo constitucional rige en todos lados, pero su aplicación efectiva es muy
variable.
SENTIDOS DEL PRESIDENCIALISMO
En los tres tipos de gobiernos se verifica una contundente gravitación del Poder
Ejecutivo. Esta preeminencia expresa la tradición presidencialista en una región con
escaso peso del parlamento, reducida incidencia de los controles judiciales y amplios
poderes de los jefes de estado. Las normas de excepción que dicta el primer mandatario
son tan habituales, como la ausencia de contrapesos al poder central. Este modelo
contrasta con el sistema parlamentario europeo.
En el ranking de países con mayores atribuciones presidenciales se ubican
Argentina, Brasil, Ecuador y Colombia7. Pero en los últimos años las facultades del
ejecutivo se reforzaron en toda la zona junto a la sanción de normas para prolongar los
mandatos. Argentina vive en estado de emergencia permanente desde 1989, Lula
reforzó las atribuciones legadas por su antecesor y Uribe obtuvo entre 2001 y 2004 un
6 Dahl Robert. “Los sistemas políticos democráticos en los países avanzados: éxito y desafíos”,
en Nueva Hegemonía Mundial, CLACSO, Buenos Aires, 2004.
7 Natanson José. “Super-poderes y decretos en América Latina”. Página 12, 9-7-06.
8
cúmulo inédito de superpoderes. También Chávez, Morales y Correa reclaman
actualmente estas facultades.
Históricamente esta gravitación del presidencialismo obedeció a la virulencia de
las crisis regionales. Estas turbulencias han sido tan repetidas y devastadoras, que
impusieron la instauración de formas muy personalistas de conducción del estado. La
misma tendencia se observa en muchos países centrales. Churchill, De Gaulle o Bush
nunca fueron muy respetuosos de las formalidades institucionales. Pero su autoritarismo
siempre estuvo sujeto a mayores controles, ya que las clases dominantes del centro
cuentan con mecanismos más sólidos que sus pares de la periferia para supervisar esaS
gestiones.
La envergadura de la crisis también convirtió a Latinoamérica en un terreno
fértil para el cesarismo y el bonapartismo, en la medida que los jefes del estado son
convocados para dirimir grandes conflictos. El presidencialismo regional no es solo un
resultado de la ambición desmedida. Expresa la fragilidad imperante en todos los
rincones del capitalismo periférico.
Durante las crisis de las últimas dos décadas la discrecionalidad presidencial
permitió garantizar la continuidad de la acumulación. Los privilegios de las clases
dominantes fueron regulados desde la trastienda del poder, a través del gobierno por
decreto. En los momentos más críticos, las grandes decisiones del Ejecutivo se
adoptaron a puertas cerradas bajo la excluyente supervisión del establishment. La
debilidad de los sistemas políticos post-dictatoriales fue contrarrestada con un patrón de
verticalismo militar heredado de las tiranías.
Pero el sentido concreto de cada modalidad de presidencialismo depende del
carácter conservador, centroizquierdista o nacionalista del gobierno. Estas tres
orientaciones definen el contenido político de la supremacía que ejerce cada jefe de
estado. Aunque la crítica de los medios de comunicación recae habitualmente sobre los
nacionalistas, el presidencialismo es una práctica muy común entre los conservadores,
que pocas veces respetan los tiempos del Parlamento o las formas de la Justicia.
También los líderes de centroizquierda imponen sin miramientos su voluntad y
frecuentemente desconocen las decisiones de los propios partidos que los llevaron al
poder.
En lugar de observar al presidencialismo como una perversión de caudillos
latinoamericanos conviene diferenciar los objetivos perseguidos por cada mandatario. Si
se presta atención a estos propósitos, salta a la vista que Uribe, Lula y Chávez acaparan
facultades ejecutivas con finalidades muy opuestas.
No tiene ningún sentido colocar en un mismo casillero de discrecionalidad
presidencial al terrorismo de estado derechista, al socio-liberalismo de la
centroizquierda y al antiimperialismo del nacionalismo. La afinidad formal de
comportamientos no debe ocultar la divergencia de metas que separa a estos
mandatarios.
CAMBIO DE ROSTROS
Por primera vez la historia de América Latina han accedido a la primera
magistratura mujeres, indígenas y ex obreros. Este giro sintoniza con tendencias
internacionales del mismo tipo. Las figuras presidenciales se están modificando con el
debilitamiento de las jerarquías tradicionales, el mayor reconocimiento de la igualdad de
género y cierta aceptación de los derechos de las minorías raciales, étnicas o religiosas.
Estos cambios tienen un gran impacto simbólico, pero expresan situaciones muy
diferenciadas.
9
En algunos casos se ha concretado el ascenso de nuevos sectores plebeyos al
aparato estatal. Este cambio disgusta a los poderosos que rechazan la presencia de sus
subordinados en altos cargos. Por eso reaccionan con brutalidad, confirmado la gran
carga de racismo oligárquico que impera entre las elites de la región. La campaña
mediática que instrumenta la derecha contra Morales y Chávez refleja este desprecio
aristocrático. La burocracia tradicional que controla la estructura de los estados está
muy disgustada con el nuevo segmento gobernante.
Pero en otros casos, el mismo cambio de rostros disfraza la permanencia de las
viejas elites en la cúspide del poder. No hay qué olvidar que el mestizo Toledo aplicó en
Perú una versión extrema de neoliberalismo y retomó la doctrina que la señora Thatcher
inauguró a escala internacional. También conviene notar que una mujer negra como
Condolezza Rice dirige actualmente las masacres imperialistas en Medio Oriente.
Es evidente que la jefatura de algunas misiones brutales del capitalismo ya no es
patrimonio exclusivo de hombres blancos, cultos y enriquecidos. Por eso la presencia en
el pináculo del estado de figuras plebeyas expresa situaciones muy diversas. En los
gobiernos nacionalistas radicales coincide con avances democráticos, que no se
verifican en las administraciones de centroizquierda.
Bachelet es la primera mujer que accede a la presidencia de Chile. Pero desde
esta posición convalida a los militares, jueces y gerentes que la Concertación heredó del
pinochetismo. Esta capa de funcionarios asegura el trato preferencial a los industriales,
banqueros y terratenientes que caracteriza al estado capitalista. El discurso progresista y
el pasado militante de una mujer presidente es la cobertura que asume esta continuidad
de viejas cúpulas en el control del estado.
Lo mismo sucede con Lula, que en su segundo mandato se apresta a reforzar los
privilegios de una selecta burocracia militar, financiera y diplomática. El
comportamiento autónomo de este grupo social es una fuente tradicional de corrupción,
que ha contaminado al partido y al gobierno del ex metalúrgico.
El cambio de rostros de las administraciones de centroizquierda no altera la
preeminencia de la tecnocracia. Tampoco convierte a ese segmento en un sector
comparable a sus pares de las economías desarrolladas. La carencia de un segmento
gerencial competitivo es un bache de larga data, que proviene del carácter vulnerable y
discontinuo que presenta la acumulación en los países periféricos.
Por esta razón la queja del establishment ante la “inoperancia del estado” afecta
a las tres modalidades de gobierno. En la era pos-dictatorial ha decaído la tutela militar
y se consumó una renovación de funcionarios amoldada al nuevo estilo de gestión civil.
Pero la inconsistencia tradicional del aparato estatal latinoamericanos persiste sin
grandes cambios.
PLUTOCRACIAS REFORZADAS O CUESTIONADAS
Las relaciones de cada gobierno con las clases dominantes son distintas. Los
presidentes derechistas mantienen alianzas muy estrechas con los capitalistas, los líderes
de centroizquierda favorecen la asociación y los mandatarios nacionalistas enfrentan
serios conflictos con los acaudalados. Estas situaciones determinan, a su vez, el
reforzamiento, la continuidad o la alteración de las plutocracias creadas por el
constitucionalismo.
Durante los años 80 y 90 no se forjaron democracias en ningún país de América
Latina. Surgieron gobiernos directamente controlados por los poderosos. Los
banqueros, industriales y terratenientes dominaron estas administraciones y
conformaron plutocracias ajenas al gobierno de la mayoría.
10
Las administraciones conservadoras afianzan actualmente este perfil
plutocrático, ya que refuerza la protección de los acaudalados contra las contingencias
de la vida política. Subordinan el desenvolvimiento de la esfera pública a las prioridades
establecidas por la actividad privada y acentúan la fractura entre el ámbito político y
económico. Su objetivo es evitar que el “sano desenvolvimiento” de la producción y el
intercambio capitalistas sean contaminados por movilizaciones populares o demandas
sociales.
Los presidentes de centroizquierda dirigen plutocracias más encubiertas o
atenuadas. Defienden los intereses capitalistas, pero disimulan ese favoritismo.
Presentan su sostén de los poderosos como si fuera un rumbo orientado hacia el bien
común. Esta duplicidad es más acentuada en los países de mayor beligerancia popular o
rechazo al neoliberalismo. En Argentina, Brasil y Uruguay, las plutocracias extremas de
los años 80 y 90 han quedado sustituidas por gobiernos que disfrazan la preeminencia
de los grandes potentados.
Los gobiernos nacionalistas radicales se han distanciado del molde plutocrático.
No actúan por mandato de las elites, ni gestionan el estado al servicio de las clases
dominantes. Recurren a formas de administración bonapartista, que brindan mayor
autonomía a los funcionarios de las exigencias del establishment. El estado capitalista es
preservado, pero ha quedado acotada la influencia de los grupos más concentrados.
Esta última transformación no alcanza para crear democracias plenas El
mantenimiento de la estructura económico-social burguesa impide la vigencia real de
los derechos políticos de la mayoría. O se avanza hacia la implantación de una genuina
soberanía popular o el poder empresarial tenderá a recuperar los espacios perdidos. La
existencia de esta disyuntiva es una peculiaridad de gobiernos nacionalistas, que no se
extiende a ninguna administración de centroizquierda.
DOS VARIANTES DE REGÍMENES POLÍTICOS
Los tres tipos de gobiernos actúan en el seno de estados capitalistas semejantes y
recurren a las dos formas más corrientes de sostén de un régimen político: el
institucionalismo y la informalidad.
Los regímenes son modalidades de organización que predominan a través de
sucesivos gobiernos durante un período prolongado. Representan una instancia
intermedia entre el estado y esa administración. No cuentan con la perdurabilidad de la
primera institución, pero tampoco están sometidos a la rotación periódica que imponen
las elecciones y corporizan los funcionarios. El régimen define las reglas de un sistema
organizado por el estado e instrumentado por cada gobierno.
La principal característica actual de todos los regímenes latinoamericanos es el
constitucionalismo pos-dictatorial. Pero en el marco común de esa modalidad
prevalecen dos grandes variantes de mayor o menor sustento en el formalismo
institucional. Esta diferencia separa a las opciones asentadas en sólidos (y pocos)
partidos de las vertientes sostenidas en estructuras clientelares. Mientras que en el
primer caso gravita el enjambre de filtros y mediaciones que regula la estructura
constitucional, en la segunda alternativa prevalecen las normas delegativas,
plebiscitarias y personalistas. El poder ejecutivo es un pilar de ambos regímenes, pero el
estilo de gestión menos visible del modelo institucional contrasta con las formas más
expuestas del esquema para-institucional.
La vigencia de uno u otro régimen deriva de tradiciones nacionales específicas.
En ciertos países se afianzaron mecanismos más institucionales (Uruguay, Chile, Costa
Rica) y en otros se reforzó el molde informal (Venezuela, Brasil, Argentina). Este
11
resultado ha dependido también del contexto de la transición. Algunas dictaduras se
desplomaron por acontecimientos externos (Guerra de Malvinas en Argentina) y otras
por crisis interiores (Uruguay), en procesos supervisados desde arriba (Brasil, Chile) o
precipitados desde abajo (Bolivia). Además, el grado de vulnerabilidad de cada pacto
condicionó el esquema formal o informal que ha dominado en cada país.
Pero en los últimos veinte años se han verificado también pasajes de uno a otro
modelo por el simple fracaso del esquema opuesto. De cada colapso institucional
emergieron canales para-institucionales, que a su vez se diluyeron con la recomposición
del estado. De la impotencia del parlamento y los partidos tradicionales emergieron
arbitrajes autoritarios, que luego fueron reemplazados por renovaciones
institucionalistas.
Lo más importante de este vaivén es la compatibilidad de las dos variantes con
gobiernos derechistas, centroizquierdistas o nacionalistas radicales. En el primer caso el
conservadurismo formal de F. H. Cardoso en Brasil y Sanguineti en Uruguay fue
complementado por el caudillismo informal de Fujimori en Perú, Menem en Argentina
y Uribe en Colombia.
Esta misma variedad se verifica en la centroizquierda. El institucionalismo de
Tabaré Vázquez o Bachelet coexiste con el liderazgo clientelar de Kirchner y Lula. Y
una compatibilidad equivalente se podría extender al nacionalismo radical, si se
compara el modelo de gestión parlamentarista que intentó Salvador Allende en Chile
con la metodología informal que caracteriza a Chávez.
La preeminencia de una u otra modalidad de régimen político no es una
peculiaridad de gobiernos reaccionarios o progresistas. Los mecanismos formales han
servido para instrumentar atropellos contra el pueblo, pero también para concretar
conquistas de los trabajadores. A su vez, los canales de acción para-institucional han
sido históricamente utilizados para implantar el terrorismo de estado (Fujimori) y la
agresión neoliberal (Menen) o para materializar grandes concesiones sociales (Perón,
Vargas, Cárdenas).
Ninguna de las dos opciones implica tampoco la preeminencia de un modelo
económico. El neoliberalismo extremo prevaleció durante la década pasada a través de
ambos regimenes y el giro neo-desarrollista actual podría transitar también por
cualquiera de estos caminos.
Esta permeabilidad del régimen en varios tipos de gobiernos -en el marco común
del estado capitalista- es ignorada los analistas convencionales. La mayoría identifica el
molde formal con las virtudes de la república y el esquema informal con las desgracias
del populismo. Esa oposición se basa en falsos supuestos y genera múltiples
confusiones, que resulta conveniente clarificar para abordar el segundo gran problema
del debate actual: los regímenes latinoamericanos.
MISTIFICACIÓN DE LA REPÚBLICA
La veneración de las formas republicanas que comenzó tibiamente durante el fin
de las dictaduras se ha convertido en el mensaje central de los pensadores
conservadores. Asemejan la vigencia de esa institución con la modernización y
equiparan su ausencia con el subdesarrollo. Localizan el funcionamiento de este sistema
en los gobiernos derechistas y denuncian su avasallamiento en las “dictaduras de origen
democrático” que detectan en el nacionalismo radical8. Esta idealización de la republica
8Grondona Mariano. “¿América Latina: es una solo o varias?”. La Nación, 23-7-06. Cardoso
Fernando Henrique. “El populismo amenaza con regresar a América Latina”. Clarín, 18-6-06.
12
es compartida por los teóricos de centroizquierda, que reivindican la “izquierda
moderna” de Bachelet, Lula o Tabaré en oposición a “la izquierda arcaica” de Chávez o
Morales9.
Pero la república reivindicada no es la estructura fundacional de las naciones
latinoamericanas que emergió a principios del siglo XIX, como resultado de las guerras
por la independencia y el fin del colonialismo. Estas transformaciones le otorgaron a la
región un grado de emancipación política, que ningún otro conglomerado de la periferia
logró alcanzar durante un amplio período histórico.
La derecha no valora ese desmoronamiento del despotismo monárquico bajo el
impacto de la revolución francesa, sino la constitución de un sistema que limitó
simultáneamente la autocracia y la soberanía popular. Enaltece los mecanismos de
control burgués creados por la división de poderes, para instaurar contrapesos entre los
distintos grupos de las clases dominantes. El propósito de ese balanceo ha sido
garantizar la estabilidad del beneficio, impidiendo al mismo tiempo la supervisión
popular de los gobernantes.
Los conservadores nunca objetaron la vulneración de la división de poderes que
permitió atropellar las conquistas democráticas. Solo les preocupó ese avasallamiento
cuando afectó los negocios. La dictadura del ejecutivo o las arbitrariedades de la justicia
-que penalizaban a los movimientos sociales sin perturbar el beneficio patronal- eran
bien vistas por las clases dominantes.
Los teóricos del republicanismo conservador se nutrieron del liberalismo
constitucionalista y de su implícita adscripción a los valores medievales de la jerarquía
y la obediencia. Observaban una tendencia natural al desorden de los individuos, que
proponían contrarrestar reforzando la cesión de los derechos ciudadanos a las elites.
Esta tradición republicana siempre rechazó la democracia, se opuso a la igualdad
social y defendió el gobierno de las minorías contra la intromisión popular. Preservó los
modelos de parlamentos bicamerales que transformaron los privilegios de la nobleza en
ventajas de la aristocracia burguesa. El máximo valor de este sistema era la estabilidad y
la protección de los derechos de propiedad contra cualquier demanda de los oprimidos.
Esta contraposición de la república con la democracia es explicitada actualmente
solo por los autores más reaccionarios. Pero con este fundamento implícito se han
gestado los regímenes constitucionales latinoamericanos de las últimas dos décadas. La
república y no la democracia constituyen el pilar de estos sistemas, basados en un juego
de contrapoderes favorable a los capitalistas y ajeno a la soberanía popular10.
FRAGILIDAD DE LA REPUBLICA
9 Cada autor adapta este esquema a las contingencias coyunturales de cada país. Rouquié lo
aplica para Argentina, Fuentes para México. Rouquié Alain. “Por primera vez en décadas, la
Argentina es hoy un país normal”. Clarín, 12-11-06, “Argentina: su pasado la condena”. Ñ,
24.2.07. Fuentes Carlos. “Ahora, México podría aprender de los ejemplos sudamericanos”.
Clarín, 29-11-06
10El teórico reaccionario Massot contrapone abiertamente la democracia con la república.
Afirma que las limitaciones del primer sistema derivan de su sostén en el voto mayoritario y
sostiene que las ventajas del segundo régimen provienen de los mecanismos de control entre los
distintos poderes del estado. Massot Vicente. “Democracia no es igual a República”, La Nación,
18-10-06.
13
La precariedad histórica de las repúblicas latinoamericanas deriva del carácter
periférico y dependiente de la región. Los mismos factores que frustraron la expansión
agraria y la industrialización temprana deterioraron la estabilidad del sistema político.
El desarrollo desigual y combinado -que mixturó arcaísmo y modernidad- generó
fragilidad institucional endémica. Los modelos de haciendas, plantaciones y latifundios
perpetuaron el atraso e indujeron a la balcanización territorial, que desembocó en crisis
políticas recurrentes.
La modernización capitalista forjada desde mitad del siglo XIX -en torno a
compromisos bismarkianos entre viejas y nuevas clases opresoras- recreó este patrón de
inestabilidad. La alianza de los grandes propietarios agrícolas con el capital extranjero
afianzó la inserción dependiente de la región y bloqueó el florecimiento auto-sostenido
de la acumulación. A diferencia del rumbo seguido por Alemania o Japón, el
prusianismo tardío de América Latina no derivó en modelos competitivos a escala
internacional. Al contrario, acentuó la fragilidad capitalista y su corolario político de
repúblicas endebles y convulsivas.
Estos sistemas no lograron la cohesión de las elites, ni el sustento popular.
Conformaron sistemas oligárquicos basados en la proscripción y el blindaje a la
ingerencia popular11. Estas repúblicas recogieron la tradición liberal antagónica a la
herencia democrática de 1789, que se asentó en las victorias conservadoras sobre
Louverture, Artigas o Benito Juárez y en la frustración de los ensayos jacobinos de
reforma agraria.
Las repúblicas latinoamericanas se forjaron copiando del modelo constitucional
estadounidense las normas electorales restrictivas, la delegación de facultades a los
presidentes y la vigencia de filtros para bloquear la soberanía popular. El colegio
electoral, los senados desconectados del número de votantes, las gigantescas
atribuciones de las Cortes Supremas fueron rémoras de este esquema que perduraron
durante décadas. Todos los procesos de democratización chocaron con esta herencia de
republicanismo oligárquico, que fue socavada a lo largo del siglo XX mediante la
extensión del voto y la participación política de la población.
El funcionamiento del sistema republicano tampoco contó con el perdurable
sostén de las clases medias. Con un bajo nivel de consumo y grandes obstáculos para el
ascenso social, este sector no asimiló los pilares ideológicos del liberalismo anglosajón.
Los valores individualistas, los sentimientos anti-estatistas y las posturas críticas hacia
la justicia social nunca lograron sólidos cimientos en la región. Algunos idealizadores
de la república resaltan esta carencia, porque estiman que la mayoría popular está
incapacitada para actuar exitosamente en la esfera pública y debe ser apadrinada por
sectores medios más cultivados y menos beligerantes12.
11 Algunos autores estiman que no más del 4% de la población participaba en los amañados
comicios del siglo XIX. Cálculo de Stanley y Bárbara Stein citado por: Cueva Agustín. El
desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México 1987 (cap 7)
12 O¨Donnell considera que solo la clase media puede motorizar transformaciones progresistas
“para atenuar la miseria, sin atemorizar a los privilegiados”. Pero olvida que estas conquistas
surgieron de la lucha y no de la filantropía de los poderosos. Las clases medias no están
destinadas a educar al resto de la población. Su situación mejora cuando sus demandas
empalman con las exigencias de las mayorías. Si esta convergencia no se produce sufre las
consecuencias de un sistema que atropella sus aspiraciones. O´Donnell Guillermo. “Pobreza y
desigualdad en América Latina”. Pobreza y desigualdad en América Latina, Paidos, Buenos
Aires, 1999.
14
El patrón histórico de fragilidad republicana se recreó durante la transición postdictatorial
y fue acentuado por el curso neoliberal de las plutocracias. Las descripciones
más corrientes de los teóricos de la centroizquierda retratan esa precariedad, pero
omiten el fundamento capitalista de ese deterioro13. Si el basamento ciudadano de la
república ha quedado erosionado es porque la población se resintió con un régimen que
impide las reformas sociales, asegura los privilegios de las clases dominantes y da la
espalda a las demandas populares.
Con criterios exclusivamente institucionalistas resulta imposible comprender el
carácter endeble de la república. Si se renuncia al uso de ciertos conceptos básicos –
como dependencia, imperialismo o capitalismo- no hay forma de entender las crisis de
ese sistema político.
PRETEXTOS REPUBLICANOS
Los conservadores enaltecen la república para apuntalar a los presidentes
derechistas y justificar las agresiones contra los movimientos sociales. La hipocresía
gobierna su argumentación. Consideran que cualquier medida favorable a los oprimidos
representa una violación de las reglas institucionales, pero saludan el acaparamiento de
poderes que permite acelerar privatizaciones o entregar subsidios a los capitalistas.
Presentan cualquier acción del nacionalismo radical como un atropello a la legalidad
republicana, pero en cambio aplauden el autoritarismo neoliberal.
Los conservadores siempre han desconocido la legalidad republicana que no se
amolda a sus intereses inmediatos. Cuándo les disgusta algún funcionario promueven
campañas mediáticas para desplazar a los “corruptos y mediocres” que “gobiernan para
sí mismos”. Se olvidan de los tiempos institucionales y exigen la inmediata remoción de
los políticos caídos en desgracia.
El mismo mecanismo que utilizan para adular a ciertos líderes es puesto en
funcionamiento para desprestigiar a los personajes desechables. Las repúblicas
conservadoras se oxigenan a través de estas depuraciones periódicas. Los cambios son
digitados desde la cúspide del poder real y permiten renovar el sistema, desplazando a
las caras visibles de cada fracaso.
En los picos de esta arremetida, los integrantes de la alicaída “clase política” son
presentados como una casta de aprovechadores que actúa en beneficio propio. La
estrecha dependencia de estos sectores con los grandes banqueros e industriales es
cuidadosamente omitida. Se oculta que los políticos del sistema siempre gobiernan con
el aval de las clases dominantes y son desplazados cuándo obstruyen los intereses de los
dueños del poder.
La derecha promueve el constitucionalismo reaccionario que asegura la libertad
de empresa (Hayek), bloquea el gasto social (Friedman), impide la justicia distributiva
(Nozick) y garantiza el liderazgo de la tecnocracia (Brezezinski). Con estos criterios los
13Habitualmente subrayan la impotencia de las instituciones (“crisis de representación”), la
incapacidad de sus mecanismos para incorporar a los sectores más oprimidos (“aumento de la
exclusión”) y el deterioro de los pilares del sistema (“fin de las identidades partidarias”).
Paramio Ludolfo. “Giro a la izquierda y regreso del populismo”. Nueva Sociedad, n 205,
septiembre-octubre 2006, Buenos Aires.
15
conservadores califican a los sistemas políticos, premiando a los que ofrecen mayores
garantías a los capitalistas14.
La centroizquierda socio-liberal reivindica a la república siguiendo principios
muy semejantes. Evalúa el respeto o la violación de las reglas institucionales de acuerdo
a la fidelidad que cada gobierno exhibe hacia las exigencias del establishment. Con este
parámetro contrastan actualmente “la moderación dialoguista” de Bachelet con el
“autoritarismo agresivo” de Chávez y dictaminan veredictos opuestos frente al mismo
tipo de acontecimientos15.
Los conflictos que afronta una administración de centroizquierda son vistos
como episodios normales de la vida política. Pero las tensiones que padece un gobierno
nacionalista radical son atribuidas al avasallamiento de las libertades constitucionales.
La represión a los estudiantes chilenos es presentada como un acto de sabiduría
presidencial, pero la movilización popular contra el golpismo en Venezuela es
inmediatamente condenada. Si los afectados por estas confrontaciones son los
oprimidos predomina el silencio, pero si el conflicto roza a las elites dominantes los
medios de comunicación ponen el grito en el cielo.
El mismo criterio se utiliza para juzgar la rectitud republicana de cada
presidente. Si su conducta apuntala el poder capitalista llueven las felicitaciones, pero si
choca con esos intereses el repudio es virulento. En estas reacciones existe gran sintonía
entre la derecha y el social-liberalismo. Los conservadores aportan las consignas y los
centroizquierdistas nutren los argumentos de una campaña común.
Pero el optimismo republicano está en baja en toda la región. El empalme de
catástrofes económicas, regresiones sociales e intervenciones populares han creado
serios interrogantes sobre la viabilidad del modelo constitucionalista post-dictatorial. En
este marco se ha reforzado la denuncia de un infaltable enemigo del republicanismo
conservador.
LA DENIGRACIÓN DEL POPULISMO
El populismo se ha convertido en el nuevo Satán de Latinoamérica. Los autores
derechistas denuncian que ha resurgido junto a la demagogia, el clientelismo y el
caudillismo. El populismo es presentado como una práctica de los déspotas que violan
las normas republicanas para distribuir prebendas y dadivas sociales. La enfermedad ya
alcanzó status internacional y preocupa a los funcionarios de las principales potencias16.
14Con este criterio la revista inglesa de los financistas publica periódicamente un “ranking
internacional de la democracias”. The Economist. “Solo 28 países tienen una democracia
plena”.La Nación, 22-11-06.
15Este contrapunto realizan: Boersner Demetrio. “La izquierda latinoamericana y el surgimiento
de regímenes nacional-populares”. Nueva Sociedad n 197, junio 2005, Caracas. Rojas Aravena
Francisco. “El nuevo mapa político latinoamericano”. Nueva Sociedad, n 205, septiembreoctubre
2006, Buenos Aires. Touraine Alain. “Entre Bachelet y Morales: ¿existe una izquierda
en América Latina”. Nueva Sociedad, n 205, septiembre-octubre 2006, Buenos Aires.
16 “Hay que detener la marea populista” (Aznar), el “populismo amenaza nuestros valores”
(Barroso), “es el peor adversario del libre mercado y la democracia” (Bush), “es un objetivo
difícil de combatir” (Krause). Citado por: Casullo Nicolás “Populismo: el regreso del
fantasma”. Página 12, 28-5-06.
16
El populismo es repudiado porque obstaculiza el progreso económico y la
convivencia social. Los críticos advierten contra la manipulación del pueblo, la erosión
de las instituciones y la irresponsabilidad económica. Denuncian el personalismo de los
demagogos que prescinden de la intermediación institucional, para someter a la
población a sus designios17.
Los teóricos de la centroizquierda comparten esta denuncia y estiman que el
nuevo virus refleja el desborde democrático, las flaquezas republicanas y el escaso peso
de los valores liberales. Atacan a los caudillos que desconocen las supervisiones
judiciales, acumulan atribuciones y menoscaban las instituciones. Denuncian su
intención de eternizar las crisis, para perpetuar liderazgos basados en la decepción
popular con los viejos partidos18.
La derecha y el social-liberalismo reprueban al populismo desde el vamos.
Utilizan este término en forma peyorativa y presentan su difusión como un problema
endémico de la región. Pero no aportan ninguna pista para comprender el fenómeno. Su
esteriotipo de un caudillo que viola la ley para manipular a las masas es una prejuiciosa
simplificación, que no esclarece el significado de esta modalidad política.
Históricamente el populismo aludió a distintas formas de intervención informal
de las masas. Este sentido presentaba a fines del siglo XIX entre los Narodniki rusos y
los movimientos rurales estadounidenses. Era considerado como una forma de acción
popular orientada a lograr objetivos progresistas. En América Latina, los iniciadores
(Irigoyen), los exponentes clásicos (Cárdenas, Vargas o Perón) y los representantes
tardíos (Echeverría, segundo Perón) de esta corriente auspiciaron distintas formas de
presencia popular poco institucionalizada. Indujeron la incorporación de sectores
excluidos a la actividad política, a través de mecanismos más afines a la movilización
controlada desde el estado, que al voto pasivo de los ciudadanos19.
Este carácter para-institucional constituye el rasgo principal del populismo, que
desenvuelve instancias inorgánicas de asimilación de los sectores marginados por los
mecanismos republicanos. El populismo presenta una gran variedad de símbolos,
liderazgos o estilos y puede adoptar distinto tipo de ideologías, discursos o contenidos.
La preeminencia de la acción informal no es un patrimonio de gobiernos
progresistas o reaccionarios. El mismo tipo de mecanismos ha sido utilizado como canal
de conquistas sociales y como instrumento del atropello patronal. El populismo clásico
de posguerra presentó en América Latina fuertes tintes nacionalistas, pero durante el
reciente período neoliberal asumió rasgos opuestos de subordinación al capital
extranjero.
La presencia de estas dos facetas contrapuestas explica como Perón y Menen (o
Cárdenas y Salinas) pudieron actuar en el seno de una misma tradición política. El
populismo clásico fue un instrumento de industrialización, reivindicación de los
17 Cardoso Fernando Henrique. “El populismo amenaza con regresar a América Latina”. Clarín,
18-6-06. Botana Natalio. “Polémica sobre el populismo”. La Nación, 19-5-06.
18 O¨Donnell Guillermo. “Rendición de cuentas horizontal y nuevas poliarquías”, en Camou
Antonio. Los desafíos de la gobernabilidad, Plaza y Valdez, México, 2001. O´Donnell
Guillermo. Contrapuntos, Paidos, Buenos Aires, 1997. (cap 11 y Prefacio). O´Donnell
Guillermo. “Sobre los tipos y calidades de democracia”. Página 12, 27-2-06.
19 Esta característica es ilustrada por distintos estudios en: Mackinnon María Moira, Petrone
Mario Alberto. “Los complejos de la Cenicienta”. Populismo y neopopulismo en América
Latina, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
17
desposeídos, revitalización ideológica del nacionalismo y desplazamiento del poder de
los terratenientes por los industriales. En cambio, el populismo neoliberal de los 90 fue
prohijado por el capital financiero, facilitó la recolonización imperialista y recreó los
prejuicios elitistas de la derecha. Nuevas variedades de este contradictorio fenómeno
tienden a irrumpir en la actualidad, como consecuencia de los fracasos acumulados por
el formalismo constitucional.
En lugar de reconocer este origen los conservadores y socio-liberales condenan
la reaparición del populismo, como un karma que acecha a la región. A veces atribuyen
este resurgimiento a la cultura paternalista que moldeó la colonización ibéricoportuguesa
y en otras oportunidades lo asocian con la incorregible indisciplina de los
latinoamericanos. Consideran que este mal impide reproducir la modernización que
lograron Europa y Estados Unidos. Pero olvidan mencionar en qué medida la
depredación imperialista ha obturado ese calco. Con las anteojeras del republicanismo
resulta muy difícil comprender la lógica del populismo.
LOS PROPÓSITOS DE UNA CAMPAÑA
La derecha solo ataca las vertientes populistas que presentan alguna connotación
igualitarista. Un presidente autoritario es respetado como estadista mientras preserva el
status quo, pero se convierte en un cuestionable caudillo cuándo tolera alguna presencia
de los oprimidos. El presidencialismo enérgico expresa capacidad de mando mientras
favorece a los acaudalados, pero indica personalismo si disgusta a los poderosos.
Todas las andanadas contra el populismo son manifiestamente despectivas.
Desvalorizan adicionalmente un término que nadie utiliza para auto-definir su
alineamiento político. Los conservadores repudian especialmente los “desbordes
populistas” por su potencial familiaridad con la acción de las masas.
La campaña es comandada por el Departamento de Estado con la misma furia
que en otros momentos se motorizó la batalla contra la “amenaza comunista”. Un
tribunal de inquisidores determina qué país merece la condena de prohijar al populismo.
Con este discurso se elaboran las impugnaciones contra los gobiernos hostilizados por
el Pentágono20.
Los neoliberales impulsan esta cruzada para retomar la agenda de librecomercio
y privatizaciones. Cuentan con la estrecha colaboración de los medios de comunicación
y de los pensadores derechistas que denuncian la “epidemia populista” (Edwards), que
genera “despilfarros de los recursos” (Botana), “desalientos de la inversión” (Grondona)
y “regresiones económicas” (Cardoso)21.
La derecha intenta recapturar los espacios ideológicos que ha perdido en
América Latina. Sus pensadores siempre ordenaron la estrategia de las clases
dominantes y continúan reinando en el terreno económico. Pero han quedado
desplazados del campo político y reflotan prejuicios ancestrales para recuperar
autoridad. Tratan de reestablecer un sentido común conservador para promover los
gobiernos reaccionarios y consolidar el giro socio-liberal de los mandatarios de
centroizquierda.
20 Estas operaciones son denunciadas por Borón Atilio. “Guardianes de la democracia”. Página
12, 18-7-05. Borón Atilio. “Perú, Vargas Llosa y la democracia imperial”. Página 12, 5-6-06.
21“El populismo radical se desborda en América Latina” titula el diario La Razón, 8-5-06,
Madrid. Edwards Jorge. “Hay una suerte de contagio populista en América Latina”. La Nación,
29-1-07. Grondona “América”, Botana “Polémica”, Cardoso “El populismo”.
18
Pero este mensaje ignora el caudillismo descarado de los presidentes
conservadores y de muchos mandatarios que son presentados como la antitesis del
populismo chavista. Este manto de silencio recubre especialmente a Lula, que para
gobernar en alianza con los conservadores ha retomado la tradición personalista del
varguismo. Con este fin transformó todas las iniciativas asistenciales en un paquete
manipulable de micro-ayudas (Bolsa de Familias), que le ha permitido recoger el voto
de los más humildes.
También Kirchner ha reconstruido el poder del estado para las clases dominantes
con un manejo caudillista del poder. Con este propósito ha reforzado la conversión del
Justicialismo en una estructura electoral-asistencial, muy distante del viejo peronismo
que movilizaba a la clase obrera. El espectro de pecadores populistas es, por lo tanto,
muy vasto y no encaja fácilmente en la contraposición entre déspotas y republicanos
que difunden los teóricos de la centroizquierda.
El contraste entre meritorios republicanos y repudiables populistas es también
utilizado por algunos autores para sepultar la vieja distinción entre izquierda y derecha,
como principio orientador del análisis político22. Retomando la tesis del “fin de las
ideologías” consideran que ese contrapunto ya no define el carácter progresista o
reaccionario de un gobierno.
Pero república y populismo no sustituyen los conceptos de izquierda y derecha,
para diferenciar los cursos afines a la igualdad social de las medidas favorables a los
privilegios de los opresores. Esta delimitación es imprescindible para distinguir los
intereses sociales en juego en cada conflicto. Es indiscutible que Chávez se ubica la
izquierda de Lula, pero no es fácil determinar cuán populista es la gestión de cada uno.
La dificultad para distinguir una conducta de izquierda de otra derechista es un
defecto que afecta especialmente a los cultores de la Tercera Vía. Estos pensadores
recubren con un lenguaje contemporizador el programa socio-liberal de privatizaciones,
atropellos a los inmigrantes y restricciones a las libertades públicas. En ese universo
conservador todas las diferencias políticas han quedado sepultadas, bajo el peso la única
alternativa posible que señaló Margaret Thatcher. La realidad política actual de América
Latina aporta una refutación contundente de ese mensaje.
ELOGIOS AL POPULISMO
En oposición a la denigración derechista y socialdemócrata ha surgido
últimamente un enfoque que reivindica el concepto de populismo y también el uso de
ese término. Destaca la pertinencia de esta noción para dar cuenta de los mecanismos
que operan en forma paralela a la institucionalidad formal23.
Esta mirada no solo retrata el fenómeno, sino que también aprueba su presencia
como complemento de las carencias republicanas. En lugar de subrayar los aspectos
conflictivos del populismo, ilustra su función compensatoria para cubrir los vacíos
22 En esta sustitución analítica sobresalen Oppenheimer en la derecha y Rojas o Touraine en la
centroizquierda. Oppenheimer Andrés. “La izquierda y la derecha en el siglo XXI”. La Nación,
12-12-06. Rojas “El nuevo”, Touraine “Entre Bachelet”.
23 Laclau Ernesto. “La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana”. Nueva Sociedad,
n 205, septiembre-octubre 2006, Buenos Aires. Laclau Ernesto. “Populismo no es un concepto
peyorativo”. Desde Dentro, n 1, septiembre-octubre 2005, Caracas. Laclau Ernesto. “El fervor
populista”. Ñ, 21-5-05.
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dejados por el sistema constitucional. Rechaza la descalificación derechista y defiende
esa modalidad, como un método para canalizar la representación de los sectores
marginados.
Pero esta aprobación encubre las aristas regimentadoras del populismo y
disuelve el potencial contestatario de las vertientes más cuestionadas por los
conservadores. Justifica el control que ejercen los líderes populistas sobre los oprimidos
y su uso de las instancias informales para imponer frenos a las corrientes radicales del
movimiento social.
La contemporización con el populismo se apoya en una actitud pragmática.
Sugiere avalar su presencia en dónde irrumpe y olvidar su existencia dónde no se
manifiesta. Observa la aparición de esta modalidad política como un curso conveniente
para las naciones de frágil estructura constitucional (Venezuela) o larga tradición parainstitucional
(Argentina, Brasil). Pero estima innecesario su desarrollo en los países con
mayor trayectoria republicana (Chile, Uruguay).
Con esta visión acomodaticia, los mandatarios latinoamericanos no derechistas
son indistintamente reivindicados y quedan borradas las diferencias que separan a los
proyectos en juego. La bendición se extiende por igual a Lula, Bachelet, Kirchner,
Tabaré, Morales y Chávez. La teoría de la “razón populista” aprueba a todos los “líderes
latinoamericanos”, sin separar a la “izquierda moderna de la retardataria”24.
Este planteo pro-populista es el reverso de la diatriba socio-liberal, pero asemeja
lo que debería distinguirse ya que ignora todos los rasgos que diferencian a un gobierno
nacionalista radical de otro centroizquierdista. Diluye las tensiones que oponen a ambos
procesos y contribuye a la política de contención de los mandatarios antiimperialistas
que propician Lula y Kirchner.
Especialmente el presidente argentino adopta una actitud de comprensión hacia
su colega venezolano para atenuar los aspectos revulsivos del proceso bolivariano y
disolver su energía transformadora. El elogio al populismo constituye la expresión
teórica de esta política de neutralización.
EL FUNDAMENTO CLASISTA.
La visión elogiosa no supera la vaguedad de caracterizaciones que siempre ha
rodeado el análisis del populismo. En algunos aspectos incluso incrementa esta
indefinición, al presentarlo como una forma de acción política abierta a cualquier
desenvolvimiento y tendiente por igual a desemboques positivos (democráticos) o
negativos (burocráticos).
Esta aguda indeterminación permite acomodar la evaluación de distintos
acontecimientos a lo que disponga cada autor. Basta resaltar las insuficiencias de un
régimen constitucional para señalar el hueco por dónde emergerá el complemento parainstitucional.
Como siempre hay vacíos a cubrir por esa instancia correctora, el
populismo puede asumir infinitas modalidades y ser juzgado con innumerables criterios.
La visión aprobatoria rescata los ingredientes polémicos del populismo en
oposición a la tesis socio-liberales que sacralizan el consenso, disuelven las tensiones
políticas y postulan el fin de las confrontaciones25. Reivindica su reaparición como una
24 Laclau Ernesto. “La izquierda y no está aislada”. Página 12, 25-4-05, Laclau Ernesto. Las
manos en la masa. Radar. 5-6-05.
25 Laclau, Ernesto. Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia.
Fondo de Cultura Económica, 1987, Buenos Aires.
20
confirmación de esta oposición entre adversarios, que refuta la creencia neoliberal en
“una sola alternativa posible”.
Pero esta subsistencia de conflictos no se manifiesta necesariamente a través del
populismo. Cualquier acción política es sinónimo de discordia, ya que esta actividad es
inconcebible sin confrontaciones. Recordar estas tensiones contribuye a rehabilitar la
política, pero no a clarificar la naturaleza del populismo.
Los defensores de esta forma de accionar también resaltan su viejo sustento en el
protagonismo del pueblo. Destacan que este conglomerado tiende a cumplir un papel
articulador de los movimientos sociales, a través de una “lógica de equivalencias” que
permite superar la “lógica de las diferencias” (presente en cada agrupamiento sectorial
de mujeres, obreros o minorías raciales). Estiman que el pueblo opera como un nexo de
reconocimiento entre los actores sociales, que facilita su articulación en alianzas y
hegemonías.
Esta reivindicación del pueblo es contrapuesta a la concepción clasista de
marxismo, que subraya la gravitación de las clases sociales en la estructuración de la
acción política. La razón populista está explícitamente construida como una concepción
“pos-marxista” opuesta al “encerramiento clasista”. Pero supone que los sujetos sociales
se enlazan en torno a discursos, estilos y formas de acción, sin considerar los intereses
materiales defendidos por cada sector. Al omitir este sustento no se entiende cuál es el
sostén objetivo de ese ensamble. El análisis de clase es imprescindible porque destaca
estos fundamentos de la lucha social, que la mera reivindicación del pueblo no
esclarece.
El concepto de pueblo arrastra las mismas imprecisiones que afectan al
populismo. ¿Quiénes integran ese conglomerado? ¿Todos los integrantes de la nación o
sus segmentos más empobrecidos? ¿Los capitalistas forman parte de este
aglutinamiento? ¿La clase media y los funcionarios del estado participan de esa
totalidad?
Los viejos populistas oponían el pueblo a los privilegiados, a los magnates y a
los poderosos. Pero nunca definían cuáles eran las clases sociales en conflicto y esta
indeterminación les impedía caracterizar adecuadamente lo que estaba en juego. La
misma vaguedad recrean en la actualidad los teóricos de la “razón populista”. Transitan
nuevamente por un terreno resbaladizo y plagado de contradicciones, aunque sin la
antigua beligerancia hacia el status quo.
La ausencia de caracterizaciones de clase es el gran defecto de los análisis
convencionales del populismo. Esta limitación es muy visible entre los defensores de
esta modalidad, que postulan disolver los antagonismos sociales en la falsa uniformidad
que aporta la entidad de pueblo26.
Explicitar el universo clasista es vital en la actual coyuntura latinoamericana,
porque los distintos cursos en disputa entre neoliberales, neo-desarrollistas y radicales
antiimperialistas expresan intereses de clases opresoras y oprimidas que deben ser
clarificados. Estos planteos apuntalan a su vez proyectos muy diferenciados de
renovación de las plutocracias actuales o de construcción de otro sistema político. Esta
segunda alternativa se discute en América Latina en torno a un concepto decisivo: la
democracia. Desentrañar el significado de esta noción es el próximo desafío de nuestra
reflexión.
22-3-07
26 Es la visión que plantea Casullo en su crítica a “la religión del marxismo, que no vio el
mundo de expectativas del pueblo”. Casullo “Populismo”.
21
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